De Emmanuel Mounier a Madeleine Mounier
17 de abril de 1931
Algunos días sabemos ser felices de una manera inconsciente y pueril: pero no somos de los que esperan la felicidad de los acontecimientos, como una receta; esto no es un sacrificio muy grande, pues sabemos muy bien que la felicidad no basta para ser felices.
Un día u otro hay que aceptar o querer la conversión que tenemos que hacer nosotros, los cristianos hereditarios, de manera más violenta que cualquier otro; o aceptar el prejuicio de la indiferencia, de descargarnos en cualquier momento del peso de nosotros mismos, de esa exigencia obsesiva siempre herida que busca por todas partes un motivo siempre rechazado, y ser feliz con todos los hallazgos de la vida en nuestra suerte, hasta llegar a las incómodas fecundidades del sufrimiento, porque la vida sobrenatural florecerá cuando nosotros la aceptemos en solitario; o consentir con un pequeño cristianismo de apaños y decepciones en el que nosotros nos embrollaremos piadosamente en nuestros propios brincos.
Comprende que no se trata de austeridad en mi discurso, sino de sustituir una orientación del alma por otra hasta en la alegría. Hay mucho que corregir en cualquier vida, en la mía tanto como en cualquier otra, y no nos quedamos fijos en un lugar más que en la medida en que consentimos con ello. Si los acontecimientos que preparo se resisten, estoy dispuesto a sacar tanto provecho de un exilio perpetuo en un pequeño instituto de provincias como de una situación expuesta y activa; estoy dispuesto a guardar el tesoro aunque sea a través de las monotonías y las tristezas transfiguradas. Péguy decía que la desesperación es el gran pecado porque la desesperación es la negativa a sacar partido de las fecundidades del infortunio…