“La Madre piadosa estaba junto a la cruz, y lloraba mientras el Hijo pendía”
(Fragmento de la secuencia de la Memoria de Nuestra Señora de los Dolores)
Brenda Janeth Porras Godoy, Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla, España
Docente universitaria
La Dolorosa del convento de Capuchinas encarna perfectamente el canto poético que se recita en la Memoria Litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores. Es una escultura de magnífica manufactura, que invita a la meditación y a adentrarse en los momentos dolorosos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Ella mira hacia arriba: a nosotros se nos invita a involucrarnos y con la imaginación completar la escena con la figura de Jesús Crucificado hacia donde ella afligida dirige su mirada. Su rostro es de alabastro, material que hace mostrar la palidez de un semblante de pena. Está llorosa: sus lágrimas de oro caen sobre las mejillas. No tiene la daga profetizada, pero sus manos se entrelazan sobre el pecho, como queriendo abrazar a su Hijo. Tendría en el momento de la crucifixión unos cincuenta años sin embargo su rostro es de una jovencita: es el reflejo de vida que lleva por dentro, llena de esperanza. Quizás el artista anónimo que la creó tendría en su mente lo mismo que el gran Miguel Ángel al esculpir el rostro joven de la Virgen de la Piedad del Vaticano: pensaba que las personas que se consagraban a Dios en cuerpo y alma eran eternamente jóvenes.
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La obra escultórica mide un metro con sesenta y tres centímetros, la altura de una persona real, para concebirla más cercana. Constituyó una innovación en la composición escultórica en Guatemala y quizás la cristalización de una escuela. Fue tan bien aceptada que, representa a la Dolorosa como su modelo típico, ampliamente reproducida y reinterpretada.
Es una escultura compacta, frontal. No se resuelve en motivos corporales como pudo haber sido en el mundo renacentista, ahora lo más importante es el movimiento abultado de los paños de las vestimentas. En el manto, vemos escasos pliegues que van definiendo masas, dejando superficies lisas, que en conjunto crean una sensación de pesantez y de que se trata de gruesas telas. El desplegado del manto es particularmente amplio, con la finalidad de que si bien se viera de lejos, aun así expresara autoridad, grandeza dominante, obligado en las imágenes sagradas expuestas al culto. Los ángulos se ablandan. En general, la obra se envuelve en una sensación de lo pesante, unitario, que desde los hombros hasta los pies no pierden la misma anchura, equilibrando el volumen de la cabeza cubierta con varias capas de telas, con el conjunto del cuerpo.
A la altura del brazo izquierdo el manto forma una pronunciada parábola y sobre el derecho se utiliza el recurso de pliegues amplios en cascada. Es particular, en la parte inferior de la escultura, la sobreabundancia de dobleces del vestido que caen sobre el suelo y un pliegue en forma de triángulo en el manto, el cual se llega a reproducir en las posteriores copias de esta obra magistral. También tiene en la parte posterior la prolongación de tela que cae sobre el suelo. De la anatomía del cuerpo, apenas se deja ver la silueta de la pierna izquierda, dejando un pliegue grueso del manto sobre la parte superior de ésta.
Aporta la sensación de escultura compacta, donde la profundidad esperada en la sucesión de planos no es tan honda al observar la imagen en vistas laterales. Es decir hay un tratamiento inverso entre la anchura del bloque escultórico y su profundidad, concebidas por tanto para una preferente visión frontal, lo que concuerda con el espíritu barroco que emplea el engaño visual, donde no importa cómo son las cosas, sino cómo se ven, como una ilusión óptica.
Su rostro y manos están tallados en alabastro, lo que aporta una sensación de palidez a la figura, como manifestación de dolor, con un fuerte impacto emocional, acompañado de la dirección de la mirada hacia arriba, con un claro sentido ascendente barroco, que se concreta además con la posición de las manos cruzadas en alto sobre su pecho.
En su rostro se observan detalles como los hoyuelos entre la nariz y el labio superior, o el inferior y la barbilla muy esférica, con claros recursos dramáticos como las lágrimas. El artista configura el rostro de una mujer joven, sobre un esquema pentagonal, de formas llenas -al gusto barroco- expresadas en la suave papada, en las mejillas redondeadas, además en las manos regordetas, confiriéndole una cercana y humana verosimilitud.
Dolorosa de la iglesia de San Miguel de Capuchinas, Ciudad de Guatemala.