Juan Fernando Girón Solares
Cuarta parte

La tarde de aquel primer Viernes de la Santa Cuaresma, transcurría en forma cálida y cotidiana para los habitantes del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala. No obstante, como en los últimos años, era notorio el contraste existente entre quienes presurosos cumplían las faenas de las postreras horas laborables en la metrópoli, con la lentitud y meditación de los que se dirigían a los templos religiosos de la zona uno, por tratarse del día ad hoc para visitar a la imagen de su devoción, durante este tiempo de recogimiento y preparación religiosa. Había llegado por fin la Cuaresma, y el rostro de Raúl dibujaba a simple vista, la amplia sonrisa y satisfacción, de quienes sin lugar a ninguna duda, tienen sangre de color morado penitente fluyendo por sus venas.

La sexta avenida, siempre repleta de establecimientos comerciales, antiguamente rebosante del tránsito de automóviles, se había convertido en una arteria peatonal, en la que desde el Parque Centenario y hasta la dieciocho calle, le permitía al coprotagonista de nuestra historia, disfrutar una de una agradable caminata, mientras que para sus adentros, meditaba en aquellos negocios que se los llevó el tiempo, pero que siempre fueron un marco perfecto para el paso imponente de las procesiones de la Semana Santa del ayer, tales como: El Almacén Mi Amigo, las Joyerías la Perla y la Marquesa, El Cairo, El Hotel Pan American, las Farmacias Kleé o Pasteur, la compañía aérea Pan American, los Cines Lux, Capitol o Tikal, El Restaurante de comida china Cantón, la Zapatería Franco Española y tantos otros que difícilmente se borrarían de sus recuerdos, y desde luego, el ver a la imagen del Nazareno, el Sepultado o la Dolorosa, “esquivando” aquellos rótulos.

Pero desde luego, Raúl no faltaba las tardes de los viernes de Cuaresma, a visitar al Santo Cristo Yacente del Templo de El Calvario, que era precisamente su destino en esa oportunidad. Cuando caminó a un costado del histórico Parque Gómez Carrillo o “La Concordia”, como se le ha conocido, el septuagenario penitente admiró una de las bancas del parque, y como por arte de magia, se vio sentado en ella con su amada esposa MARÍA MERCEDES; la MECHES, unos cuarenta y cinco años atrás, luego de haberle invitado a un heladito de crema al salir del colegio, y de paseo por el lugar, que fue precisamente el sitio, donde siendo adolescentes y una tarde de mediados de año, reunió valor para preguntarle si quería ser su novia; y de cómo se sintió de la altura de la Torre del Reformador, al haber recibido una respuesta afirmativa de la patoja que tanto le gustaba. Y no era para menos, pues los recuerdos de Meches le visitaban todos los días desde su partida al cielo.

Instantáneamente, Raúl recordó cuando tenía unos diecisiete años, y a la entrada del Santo Entierro del Calvario, y cumplida su faena como “incensario”, vistiendo su túnica negra que su madre le había regalado, y portando su valiente compañero de plata, con su infaltable efecto de esparcir el agradable humo de la penitencia, oliendo a humo y a devoción y con sus ojos rojos, recibió el requerimiento de la señora doña Francisca, es decir doña Paquita de Niesen, gentil dama que tenía bajo su cargo, la organización del cortejo procesional de la Santísima Virgen de Soledad de aquel templo de la dieciocho calle. – Joven- le dijo doña Paquita:  – Necesitamos de su valiosa ayuda, para la procesión de pésame de la Santísima Virgen del Sábado de Gloria. No tenemos suficientes damas incensarias, y usted se ve que lo hace con mucha devoción-. Al principio, un tanto nervioso y avergonzado, el joven Raúl aceptó, y al día siguiente, aún con los pies adoloridos de la jornada del Viernes Santo, estaba puntualmente a las dos y media de la tarde en la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, con el incensario en mano, y la asistencia en un canasto, de una cantidad apropiada de carbón, ocote y desde luego incienso adquirido en el mercado de la placita “quemada”.

Doña Paquita le asignó al salir el cortejo procesional de pésame de aquel sábado de Gloria, su lugar dentro del mismo, y entre las colaboradoras de aquella gentil dama, especialmente en el cambio de turnos, se encontraba una hermosa patoja de largos cabellos que contrastaban con el negro de sus ojos, de su madrileña, piel blanca y finas facciones que instantáneamente se robaron las miradas de Raúl. Era ni más ni menos que su amada MECHES. Esto le motivó a cumplir con mayor entusiasmo aquella devoción penitencial para la Virgencita de Soledad, a quien desde un inicio, le ofreció que si algún día,  lograría formalizar su unión con aquella hermosa dama, lo haría ante las imágenes que tanto habían significado para su vida tanto personal como espiritual. Al ingreso de la Procesión de la Santa Madre de Soledad, Raúl con su humeante e infaltable compañero en mano, invitó a su nueva amiga a una gaseosa, y entablaron así una agradable conversación, que concluyó con el ofrecimiento de volver a verse pronto.

Meses después, la mujer amada se volvió su novia en las circunstancias que hemos descrito, y años después, nuestro devoto incensario cumplió su promesa ante la sagrada imagen de la Madre de Jesucristo y recibió el sacramento del matrimonio en el templo bendito de la dieciocho calle.

El paso de Raúl avanza hasta la esquina de la Concordia, donde existe un conocido Restaurante de Pollo frito, emblema de nuestra nacionalidad, en el crucero de la quince calle y sexta avenida de la zona central. El bocinazo de un vehículo, como reclamo a la travesía de un imprudente peatón, retorna a Raúl al presente y a su caminata de Viernes de Cuaresma. Pero medita para sus adentros, que su vida no ha sido la misma, desde que MECHES se fue al cielo. Una lágrima, como el título de la marcha fúnebre que ha escuchado en muchos Jueves Santos rueda discretamente por su mejilla. Finalmente, llega al Templo de El Calvario, donde cumple con su visita devocional y reza devotamente el Santo Viacrucis, la oración perfecta de los cucuruchos de la época.

Empieza a caer la tarde en la Nueva Guatemala de la Asunción. Poco a poco, la temperatura desciende hasta convertirse en una fresca brisa del verano, y al vestir su chumpa que le protege de las inclemencias del medio ambiente, Raúl busca las proximidades del histórico “amate”, donde contrata los servicios de un automóvil blanco de alquiler, que lo transportará hasta su domicilio en el histórico Barrio Moderno. Así transcurre para el devoto cargador, el atardecer de cualquier Viernes de Cuaresma. Una mezcla tan agradable como particular, de recuerdos, sonidos y experiencias, que día a día nos acercan a los grandiosos días de la tradición, que están por venir, y a la plegaria y el agradecimiento al todopoderoso para que nos permita vivir en el próximo fin de semana, una velación o una procesión más, los que el próximo lunes, YA SERÁN HISTORIA ….

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