Gustavo Bracamonte 

     Gustavo Bracamonte. Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación, obtuvo la Maestría en Comunicación para el Desarrollo y un Doctorado en Comunicación Social por la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Ha escrito varios poemarios: Ensueño de juventud (1975); Nueve poemas (1978); Canto nuevo y Flor madura (1991); Nicté (1992); Mujer plena (1994); Memoria por la vida, Agua desnuda y Tiempo ordinario (1997); Mariposa Negra (1999); El último tren (2020), Ningún nuevo día (2020) y Sobre la tierra (2021), entre otros.

Chiquimulj´a, Todos los cantos

En la lontananza de los añosos poetas,
suceden cantos
que atraviesan el tiempo con la palabra clara y aguda,
en la oscura habitación de los inmortales poetas,
ocurren poemas
que menguan el dolor de interminables ausencias,
en las noches cuando el silencio es etílico y vago
transcurren leyendas
en la existencia con su asidero en la Chiquimula
bendecida con el trino y el alma hendida por la luz.
Los cantos provienen de las inmensas miradas
de las mujeres que pernoctan en la alegría,
de las pájaras que recrean las mañanas
como el suceso que legitima lo imposible,
de los canta-autores
que afinan el amor en la guitarra de los sueños.

A Chiquimuljá, todos los cantos.
El de los obreros que con su trabajo frecuentan
la perfección del quehacer,
el de los campesinos que cifran estrofas y coros
en el pentagrama del campo,
el de las maestras y maestros que cultivan esperanza,
el de los profesionales que con el porvenir más alto
colocan banderas profundas en el pensamiento,
el de los estudiantes
con la rebeldía de claveles y conocimiento,
el canto de la gente que se asoma a la ventana
para divisar la vida con un bucul de tortillas sobre la
mesa
alrededor de la cual se reúnen los anhelos vívidos
y la realidad de los cantos de indispensable lucidez.

Los parques
 
Espacios auspiciados por el trajinar de la vida,
historia y erudición de poetas y maestros,
sueños con pasos de luna nueva y
de viejos suspirando por el atardecer
con sus alas del antaño sombrero gris,
distracción en movimientos concéntricos
de las muchachas y los muchachos,
música a la deriva de las remembranzas,
voces pegadas a los versos, bancas
árboles meditando la fotosíntesis
y sombreando la risa de algún transeúnte descansando
mientras transcurre la estación hirviente,
la expresión incesante del reloj a un costado del verano
midiendo abrazos y besos de las parejas enamoradas,
energía de besos y abrazos,
juventud inventando el amanecer insolente.
En los parques las estatuas
son el tiempo de mármol que ven pasar los días
y las noches con la frialdad de lo estático,
al lado de los parques están las iglesias
como palomas blancas con ansias de volar a lo inefable,
los mercados con bullicio de verduras,
canastos con chucte,
petates con olor a arbusto secándose,
el olor a nance en la boca de los mercaderes,
la risa roja de los tomates dentro de las palanganas.
Los parques con su paz inmóvil y austera
que los poetas aman para llorar,
como una noble sombra vagar (Antonio Machado).
Los parques con sus jardines que han soñado con lunas
y conciertos de bandas con músicos vestidos de caqui
domesticadores de la luz
para sobrevivir a la melancolía de las vetustas noches.

Monólogo de los ríos

Y nos volvimos escombros cuando mutilaron árboles,
caminos sucios de una angustia arenosa,
un río Tacó desafortunado con su güegüecho de
piedras
con la muerte atascada en la basura,
ninguno que cruza mi cadáver se conduele
de la osamenta de lana seca como cabello de abuela
triste,
ninguno abraza las cenizas del agua
esparcidas en los cántaros trompicando con la sequía
ningún pez habla de remansos que abolían la
esquizofrenia,
ninguna piedra habla de la fertilidad de los sonidos.
Mi canción de río San José es una vertiente anémica
en el recodo de la memoria acéfala,
sonido de esqueleto asfixiado
cuya sombra es un escupitajo de grillo muriente,
quiénes somos en el momento que dejamos de ser
afluentes,
brazos de nosotros mismos,
instantes de agua sucia, desaparecidas corrientes
azules.

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