Foto: Fernando Urquizu, Historiador.
Foto: Fernando Urquizu, Historiador.
Mauricio José Chaulón Vélez
Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

 

En El Señor Presidente, considerada una de las obras cumbre de su producción literaria, Miguel Ángel Asturias evoca a dos de las imágenes de pasión con mayor raigambre en la Semana Santa de Guatemala: Jesús de la Merced y Jesús de Candelaria. “El ruidito del reloj, el olor del alcanfor, la luz de las candelas ofrecidas a Jesús de la Merced y a Jesús de Candelaria, todopoderosos…” (XXVI, “Torbellino”), relata una de las escenas en que Miguel Cara de Ángel acompaña a Camila Canales en su enfermedad. En ese mismo capítulo, La Masacuata, personaje que es propietaria de la fonda “El Tus-Tep” que es en donde se encuentra la joven Camila en el sufrimiento por la persecución contra su padre y la violencia del régimen que asoló su casa, consuela a Cara de Ángel diciéndole: “…Debía pasar a pedirle a Jesús de la Merced. ¿Quién quita le hace el milagro?… Y esta mañana, antes de irme a la Penitenciaría, fui a prenderle una su candela y a decirle: ‘¡Mirá, negrito, aquí vengo con vos, que por algo sos tata de todos nosotros y me tenés que oír: en tu mano está que esa niña no se muera; así se lo pedí a la Virgen antes de levantarme y ahora paso a molestarte por la misma necesidad; te dejo esta candela en intención y me voy confiada en tu poder, aunque diacún rato pienso pasar otra vez a recordarte mi súplica!’…”. La evocación de la procesión del Jueves Santo con Jesús de Candelaria también aparece: “Por ese camino fueron las imágenes de Jesús y la Virgen de Dolores un jueves santo. Las jaurías, entristecidas por la música de las trompetas, aullaron al pasar la procesión delante del Presidente, asomado a un balcón bajo toldo de tapices mashentos y flores de buganvilla. Jesús pasó vencido bajo el peso del madero frente al César y al César se volvieron admirados hombres y mujeres. No fue mucho el sufrir, no fue mucho el llorar hora tras hora, no fue mucho el que familias y ciudades envejecieran de pena; para aumentar el escarnio era preciso que a los ojos del Señor Presidente cruzara la imagen de Cristo en agonía y pasó con los ojos nublados, bajo un palio de oro que era infamia, entre filas de monigotes, al redoble de músicas paganas” (XXXI, “Centinelas de hielo”).

En estas tres escenas, Jesús de la Merced y Jesús de Candelaria son los todopoderosos del pueblo frente a la fuerza demoledora del gobierno del Señor Presidente, quien no es otro que el doctor en derecho Manuel Estrada Cabrera, eficaz mandatario (por un buen tiempo, hasta cuando la clase dominante ya no pudo y ya no quiso sostenerlo) para la expansión del capitalismo hegemónico de los Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe y los intereses de la oligarquía cafetalera nacional. Bajo un discurso y representaciones del liberalismo ilustrado, la dictadura cabrerista fue un poder de veintidós años que aceleró el desarrollo de las fuerzas productivas desde las mismas contradicciones de explotación, entreguismo dependiente y opresión, generando en todo ello los procesos que fueron desgastando la Estado liberal oligarca latifundista hasta su quiebre en 1944. En ese proceso, el pueblo como clase trabajadora encontraba esperanza, desde su grito de criatura herida como define Marx la necesidad de la religión, en imágenes de antigua devoción que representando la pasión y muerte de Cristo integran la dialéctica del sufrimiento y la confianza. Esas imágenes son del pueblo aunque haya grupos de poder que intenten apropiárselas y es eso lo que trata de representar Miguel Ángel Asturias en las escenas donde aparecen en El Señor Presidente: forman parte de las luchas intangibles del pueblo. Ante la oscuridad de los embates de la política dictatorial, que llevan al borde de la muerte a una muchacha que antes de eso vivía feliz, la vela ilumina las estampas de Jesús de la Merced y de Jesús de Candelaria, quienes son los símbolos de la luz a pesar de las circunstancias. En la trastienda humilde de una fonda, espacio absolutamente popular, Camila Canales recibe esa claridad de la esperanza. Los Nazarenos los tiene el pueblo y se los da el pueblo a quien los requiera. Por eso es que en la segunda escena en que la Masacuata visita a Jesús de la Merced le habla en su lenguaje popular, entre iguales, tratándolo con un mote: “negrito”, con toda la confianza que da el sentirlo pueblo. En la tercera escena, Jesús de Candelaria representa la humildad y el Señor Presidente la soberbia, dirigiéndose las miradas de la gente hacia el segundo, admirándolo, complaciéndolo. Así funciona la hegemonía. El Nazareno es el mismo pueblo que es maltratado por el sistema dominante y que otra parte de ese pueblo también lo condena a muerte, traicionándolo, exactamente como le sucedió a Jesús en su pasión. 

La primera escena juntos, la segunda de uno, de Jesús de la Merced; la tercera del otro, de Jesús de Candelaria. Los dos Señores más representativos de la Semana Santa de no indígenas y de indígenas, respectivamente, desde tiempos inmemoriales, a los que el pueblo les da sentido de lucha frente al oprobio y frente a la magnificencia atractiva de una dictadura ilustrada en la modernidad capitalista de un pequeño país periférico. Sí, ese que en su pobrería se expresa con fe veterana como escribe Benedetti, a través de seguir adelante de muchas maneras, por ejemplo depositando la confianza en Nazarenos que se arraigan todavía más desde sus ritos de Jueves y Viernes Santo. Por ello es que cada vez que se les ve en sus capillas o pasando en sus procesiones llevan al pueblo, son el pueblo, y son también los todopoderosos del pueblo.  

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