Carlos López
En Guatemala —en estos aciagos momentos, el país más surrealista de América Latina—, todo cambia a todas horas. Parece que las mentes siniestras de la mafia quieren acabar con lo que todavía queda de patria; como dinosaurio herido, el sistema se revuelca y da coletazos locos, palos de ciego; los zarpazos de los últimos largos días que le quedan para entregar el poder a Semilla, el partido ganador de las elecciones inobjetables del 20 de agosto pasado, van de lo increíble a lo grotesco. El gobierno cavernario no deja ni un ápice para la esperanza, para el mínimo cambio. Guatemala nunca había estado en una crisis política tan demencial, ni había tenido a un presidente tan inepto, tan torpe.
En el sistema presidencialista omnímodo del país no hay división de poderes real: es una simulación ridícula donde todos intrigan según los designios del señor presidente. La forma delincuencial como acaba de actuar el Congreso de la República en la elección de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia, la orden de captura contra estudiantes, maestros, funcionarios de la Universidad de San Carlos emitida por el Ministerio Público encabezado por la siniestra Consuelo Porras, el contubernio del rector de la Usac —quien ha permanecido en silencio ante los acontecimientos que están cimbrando al país—, todo presagia tormenta.
Quienes están llevando a Guatemala al desbarrancadero son los títeres de la mafia que la ha saqueado, que la odia, que sólo persigue un fin depredador. No se cansan de robar, de corromper. La radicalización a que están conduciendo es peligrosa hasta para ellos, pues, de romperse el orden constitucional, del caos no salvaría nadie, nada. La ultraderecha no tiene rumbo, ni idea de país. Su única obsesión es perpetuar a la camarilla mafiosa en el poder, para lo cual no les importa burlar la voluntad de la gente que votó por una opción diferente. Están violando hasta sus reglas de juego dizque democrático. En el colmo de la desfachatez, tuercen la ley, manipulan a los encargados de aplicarla.
El pueblo de Guatemala amanece todos los días con el susidio de lo que sucederá en el cortísimo plazo; las ocurrencias del loco del palacio le hicieron perder hasta la capacidad de asombro, la inestabilidad es el sino de estos días, pues todo se mueve de un momento a otro, sin estrategia, sin rumbo.
En el centro de los acontecimientos siniestros de estos días está el movimiento popular que ahora es encabezado por los pueblos originarios, que con su consecuencia se han ganado el reconocimiento y apoyo de la mayoría de los sectores sociales del país. La insurrección pacífica pero firme de esta fuerza inédita —más que el títere gerente que se ostenta como mandatario de Guatemala— tiene el poder de interlocución real. Lo que hagan o dejen de hacer llama más la atención que lo que decidan en la casa de desgobierno.
Es hora de tomar partido; quienes no lo han hecho, no pueden, no deben permanecer indiferentes. Del lado de los enemigos de la democracia están los grupúsculos facciosos que ostentan el pomposo nombre de partidos políticos, la reacción, la oligarquía, los jueces vendidos, los funcionarios disfuncionales, las autoridades espurias de la universidad nacional (es el colmo que tengan más claridad y altura de miras algunos sectores, sobre todo los estudiantes, de las universidades privadas que los de la Usac). A esos los conocemos muy bien. Su comportamiento cavernario no es nuevo.
Del lado de la dignidad está la mayoría del pueblo. Caminemos juntos. Evitemos que se salgan con la suya los de siempre. Aguantemos, que se acerca la aurora.