Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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Max Araujo

Una mañana de un día de 2019 me encontraba en mi trabajo, en ese entonces, en las oficinas de la Dirección del Patrimonio Documental y Bibliográfico, situada, en ese año, en los sótanos de la Biblioteca Nacional, cuando recibí la visita de Guillermo A. Paz Cárcamo. El objetivo de su llegada fue para obsequiarme un ejemplar de su libro «Insurrectos», publicada por la editorial Cholsamaj en junio 2017. Creo que fue una edición de autor. Antes de entregarme el ejemplar puso con lapicero, con tinta verde, la siguiente dedicatoria «Para Max Araujo, con aprecio y amistad. Una firma ilegible. Ixmulew, febrero 2019».

Empecé ese mismo día con la lectura de la obra. Desde las primeras páginas me atrapó su lectura, y así se lo hice saber cuando la terminé, por medio de un correo electrónico que le envié. Me lo contestó amablemente.

Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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Fue Carlos René García Escobar quien me presentó a Guillermo. Días después de su regreso de muchos años fuera de Guatemala.  Fue a fines de la primera década del presente siglo. A partir de ese momento conversamos con él varias veces en el Café León, en la 8 avenida de la zona 1 y en el Palacio Nacional de la Cultura, cuando se publicaron por la Dirección de Desarrollo Cultural y Fortalecimiento de las Culturas, del Ministerio de Cultura y Deportes, sus libros «Chuwa Nima´Ab´äj-Mixco Viejo» y «La Máscara de Tekun. Ri Ukäj Tekum». No estoy seguro si la misma dirección le publicó otros libros sobre temas de cultura maya que también escribió, entre estos «Kaji´Imox. El camino del Pueblo Kaqchikel». Dirigía dicha Dirección el reconocido intelectual maya Demetrio Cojtí, con quien el autor tenía amistad.  Hasta su muerte, en junio de 2021, Guillermo fue directivo del Centro Pen Guatemala, y participaba los jueves de cada semana con un grupo de amigos, que se reunían en Casa Cervantes, entre ellos Victor Muñoz, García Escobar, Juan Antonio Canel, Eduardo Blandón y Maco Luna, para hablar de literatura y temas afines.

En estos días de noviembre de este año releí el libro de Paz Cárcamo. Ratifiqué mis impresiones de la primera lectura. Una obra amena, honesta, bien escrita, con una primera parte muy literaria, en la que describe parte de su niñez en la finca de su abuelo materno en Jalapa, la vida de este personaje, y de otros parientes, para ubicarnos posteriormente en sus inicios en la guerrilla, en donde se identifica como «el patojo» como lo menciona Marco Antonio Flores en su novela «Los compañeros», de su influencia para que sus primas de apellidos Paiz Cárcamo se hicieran combatientes. Es una novela testimonial, cuestionante y dolorosa cuando abandona la lucha armada por temor a ser ajusticiado por sus propios compañeros de armas.

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En el intermedio cuenta sobre lo que significó el 13 de noviembre  de 1960 para el inicio de las guerrillas en Guatemala,  de cómo se instalaron los primeros campamentos en Zacapa, las casas de seguridad en la capital del país,  sus estadías en México, Cuba y Vietnam del Norte, algunos enfrentamientos armados, su prisión en la penitenciaria de Puerto Barrios, y de cómo la intervención de su papá, ingeniero y coronel, y de un tío, militar, fueron determinantes para que respetaran su vida cuando lo capturaron y cuando lo dejaron libre, aunque siguió en la lucha,  y de cómo, años después, en el carro, con placas oficiales de su padre, entonces Ministro de Comunicaciones y Obras Públicas en el Gobierno de Méndez Montenegro, pasó  acompañado de familiares, sin ningún problema por la frontera entre México y Guatemala, hacia Tapachula, para el inicio de su largo exilio, que es cuando termina el libro. Algunos de los personajes del libro están consignados con sus nombres propios.

En un texto publicado en la Hora por Eduardo Blandón, días después de la muerte de Paz Cárcamo, titulado «En memoria de un amigo», describe aspectos de la obra que transcribo a continuación: «Se trata de un relato que sigue esa tradición que rememora las luchas personales con el interés, quizá entre tantos, de dejar constancia histórica de las vicisitudes vividas en un período determinado (…). En ese sentido, llamo la atención en primer lugar, al deseo de Guillermo de referirse al Patojo en tercera persona.  Esa decisión le ofrece al autor, me parece, aunque puede ser discutida, la oportunidad de distanciarse para no verse involucrado en protagonismos innecesarios ni poses que muestren la singularidad de sus acciones.  De ese modo, aunque el Patojo no oculta sus sentimientos, aparece como uno de los tantos personajes de la trama desarrollada (…).  Creo que esa sensibilidad del Patojo lo habilita para recuperar detalles de su propia historia.  Como cuando Guillermo relata el ‘calorón’ sufrido en alguna reunión, ‘los nubarrones negros’ y ‘la brisa gélida’ sentidas a campo abierto; y hasta ‘los pertinaces ahuevamientos’ pasados al escapar de un cerco militar (…).  El libro es un intento también por recuperar la idiosincrasia de su pueblo.  La memoria de hombres con temple, rudos, valientes y laboriosos.  La simplicidad de sujetos aferrados a la tierra y a la vez con apertura a lo sobrenatural.  Esa magia la vive el Patojo, por ejemplo, cuando el abuelo lo despierta y le anuncia el fin de su vida (…)  En esa clave de interés, centrado en lo guatemalteco, es que se comprende el apodo de la mayoría de los compañeros de lucha del escritor.  Al punto que puede hablarse de un compendio de pseudónimos que recoge esa manera de llamarse entre ellos:  El Bolo, El Patojo, Chucha Flaca, Cabezotas, El Picudo, La Canche, La Watusi, El Judío, Pata de Trapo, Mochilitas, Cabra Loca, El Rata, El Pizarrón, El Cura y un más o menos largo etcétera». Terminan las citas.

Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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De una de las solapas del libro transcribo detalles de la vida del autor: «Es una de las personas que participaron en la fundación de las Fuerzas Armadas Rebeldes, FAR, hecho histórico que se realizó en diciembre de 1962. Durante más de diez años estuvo en la batalla hasta que salió al exilio, primero de México, luego a España y Francia, donde realizó estudios de sociología y economía. El exilio siguió en Costa Rica. Allí trabajo en la Universidad Nacional como docente-investigador, en la que llegó a ser director de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales y director de la Carrera de Administración de Empresas. Fue el director ejecutivo-viceministro del Ministerio de Cooperativas del gobierno costarricense del presidente Luis Alberto Monge. Posteriormente se desempeñó como asesor en la Asamblea Legislativa donde fue coautor de la ley que dio vida en Costa Rica a las empresas de trabajadores conceptualizadas como ‘Sociedades Anónimas Laborales’. También es coautor de la ‘Ley del Referéndum y de la Iniciativa Popular’. Es autor también de los libros: ‘Guatemala: Reforma Agraria’, ‘Una patria de propietarios y no de Proletarios’, ‘El Universo Cafetalero’, ‘La Visión Encomendera de la Conquista’, ‘Kachikel. Episodios de la Nación Kaqchikel’, y ‘Revelaciones’. Por sus investigaciones, y propuesta, fue que se cambió el nombre del sitio arqueológico «Mixco Viejo» al nombre actual. Autor de muchos artículos en periódicos y revistas».

De las veces que conversé con Guillermo Paz Cárcamo puedo destacar sus conocimientos sobre diversos temas, su amabilidad, humildad, nada presuntuoso y con un gran sentido del humor. Nunca dejó de pensar en una Guatemala mejor, sin desigualdades y con oportunidades para todos para acceder a una vida digna.

 

 

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