Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura
—Vos —me dijo Gedeón, mientras mostraba una sonrisa de pura felicidad—, si no estoy mal, hoy es el cumpleaños de tía Toya, ¿verdad?
Me puse a hacer cuentas, a revisar el calendario y efectivamente, tía Toya estaba cumpliendo años. ¿Cómo se me pudo haber pasado tan importante fecha? Y eso que ya desde hacía varias semanas se habían terminado los partidos del campeonato mundial de fútbol. Entré en pánico. Es que no podía ser, ella no se merece tales desaires. Ella, que siempre está en todo, que siempre me ha enriquecido el espíritu con sus sabios consejos, que me supo consolar cuando la canche de la esquina me dejó por un tipo que tenía carro, aunque es cierto que eso fue hace ya mucho tiempo, pero hay cosas que no se olvidan.
—Tenés razón —le dije—, tenés toda la razón del mundo. ¿Y ahora qué hacemos?
—Pues yo digo que lo primero que tenemos que hacer es que me dejés entrar para saludarla, darle un abrazo y entregarle este pastel, mirá.
Y sin que le diera permiso o lo invitara a pasar, se metió a la casa dando grandes voces y felicitantdo a tía Toya por su cumpleaños; sin embargo, como tía Toya no estaba preparada para recibir visitas, apenas escuchó los gritos se metió a la cocina y regresó de ahí con una sartén enorme en una mano y con jun cuchillo de carnicero en la otra, dispuesta tal vez a matar a alguien. Cuando vio que se trataba de Gedeón solo hizo un gesto como de fastidio y bajó los brazos.
—¡Feliz cumpleaños, tía Toyaaaa…! —le dijo a grito pelado Gedeón, acto seguido se le dejó ir encima y le dio un gran abrazo. Y no la soltaba. Y tía Toya se comenzó a poner incómoda. Cuando por fin a Gedeón se le pasó su acceso de cariño le comenzó a decir que se sentía feliz de poder felicitarla en su cumpleaños.
—Y aquí le traje este su pastel, mire, para que celebremos tan magnánima fecha como debe ser, así que si no hay inconveniente sería bueno que preparara un poco de café y le encendemos sus candelitas, que también las traigo aquí, mire, y armamos la fiesta.
Tía Toya lucía desconcertada. Y lo estaba tanto que dejó caer al suelo el cuchillo de carnicero y la sartén, luego solo se nos quedó mirando. Yo le devolví una mirada como de pena, se dio la vuelta y casi inaudiblemente dijo que estaba bien, que prepararía un poco de café. Nos fuimos los tres al comedor.
Una vez que estuvimos instalados, Gedeón comenzó con una de sus interminables peroratas sobre los marcianos, el poder del pensamiento tenaz, la eficacia del bicarbonato de sodio y lo de las pastillas de menta para el mal aliento. Y estaba por comenzar con un discurso sobre lo benéficas que son las lombrices de tierra cuando se apareció tía Toya con una jarrilla de café, tres platos con sus respectivas tazas, un plato grande para partir el pastel, tres cucharitas, tres tenedores y el cuchillo de carnicero. Procedimos entonces a servirnos.
—Pues verá, tía Toya —comenzó Gedeón— que a mí se me puede pasar cualquier fecha, de veras, cualquiera, menos la de su cumpleaños, ¿y sabe por qué?, porque en un día como hoy se me murió mi chucho, el chucho que más he querido en mi vida. Viera cómo lloré por él, pero en fin, esas son cosas del pasado, y hoy por la mañana recordé a mi chucho y de pronto me recordé que también era su cumpleaños y me entró un poco el consuelo, y la verdad es que estoy muy contento, tía Toya, de que usted cumpla un año más, y lo más asombroso es que está igual a como la conocí, hace ya más de veinte años, que ya se miraba bastante viejita, pero no pasan los años por usted, como si hubiera hecho algún trato con el diablo porque para como va, le aseguro que llega a los cien años y como si nada, ya ve que Papaíto solo pastillas y remedios es, en cambio usted se mantiene re bien, ahí me hace el favor de darme la receta, lo único que le hace falta es usar su ropa con colores un poco más alegres, una blusa roja con rayas negras y blancas estaría bien; además, debería soltarse un poco el pelo y ponerse unos sus zapatos un poco más modernos y…
—Bueno —dije yo, en voz bastante alta cuando vi que tía Toya estaba acercando su mano al cuchillo de carnicero—, yo creo que ya la festejamos bastante, tía Toya, por lo que mejor nos vamos…
—¿A dónde…? —quiso saber Gedeón.
—Pues yo no sé a dónde vayás vos, pero yo sí tengo que hacer un mandado urgente y necesito que me acompañés.
Y diciendo y haciendo, lo agarré del brazo y me lo llevé para la calle, no fuera a ser que a tía Toya le viniera un ataque de furia asesina.