Álvaro Montenegro
Vi la película mexicana Tótem (2022) dirigida por la mexicana Lila Avilés, en un cine en Silver Spring, Maryland, en la premier del Latin American Film Festival. Al terminarla, moqueando, necesitaba escribir. Por un lado, escribir para contar mis impresiones de la película, pero por el otro escribir porque me gusta escribir y la película francamente, sin ser una fábula facilona (aunque todos los cuentos sean fábulas, como diría Borges), me pegó al punto de llamarme a no dilapidar el tiempo; es decir, ponerme a escribir, meditar, vivir, reír, llorar, besar.
La película se lleva cabo en una tarde, más bien una tarde noche, entre una familia extendida incluida amigos, en una intimidad fascinante. Está vista desde la lupa familiar donde se aprecia la realidad sincera: lo farragoso del dolor que conlleva amar, que se hace inevitable y, por ínfimo o poco duradero que sea, sigue siendo la motivación más dulce. La cercanía de los parientes, desde una cámara que muestra los lunares, las estrías y magnifica la atmósfera de contradicciones, misticismo, arte, alegría, preocupación, antes y durante la fiesta de cumpleaños de Tona, el agasajado, quien está moribundo por un cáncer.
Tras la función, en el cine de Maryland, el actor Mateo García Elizondo, en un conversatorio frente a la gran pantalla, dijo que el “tótem” era la película en sí porque estaba muy llena de símbolos y naturaleza -Tona es pintor y dibuja animales para su pequeña hija Lila, quien es el epicentro del filme- pero yo creo que Tona, el personaje que encarna Mateo, es también un tótem pues la trama gira alrededor de él y sirve como un árbol centrífugo que evidencia la humanidad de cada personaje y cómo viven el malestar de estar perdiendo a un ser querido.
La hermana con el pelo rapado que ha intentado convencerlo de hacerse la quimioterapia, el padre que le regala un bonsái que podó por ocho años, la otra hermana que quiere controlar al resto porque en realidad no controla nada, la pareja actriz que le prepara, junto a Lila, una espléndida función en la sala de la casa familiar, esa casa que es el espacio donde ocurre la narración.
Mateo dijo también que era escritor y que no había actuado antes, pero las escenas en las que sale desgarran la condición del cáncer que derruye los maquillajes, las formas, solo queda la esencia sin cascarón que es, sin amagues, el amor que se pierde líquidamente entre las manos.
Pero la película no es pesada, ni sobrecogedora, y eso hace que aunque llores, también rías pues hay varios niños, primos, que juegan y bromean, que están aprendiendo a querer y a ser hombres y mujeres y escuchan hablar a sus padres y madres en jerigonza para esconder las charlas de adultos, y dan apoyo y no entienden qué pasa pero en el fondo notas que los niños lo saben todo porque para transmitir la verdadera emoción no se requieren palabras. La hija de Tona, Lila, son los ojos de la película y ella intuye todo y observa acuciosamente aunque no logra muchas respuestas, porque de hecho no los hay.