Luciano Villarreal Rodas
Luciano Villarreal Rodas nació en Mazatán, Guapas (segunda mitad del siglo XX). Pertenece a una familia de ocho hermanos. Él es el tercero. A los dieciocho años se fugó en un tren hasta la Ciudad de México. Ingresó a la Facultad de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Posteriormente se incorporó como profesor en la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) donde cursó la licenciatura en Letras Latinoamericanas y maestría en Educación Superior. Asistió a diversos seminarios sobre Semiótica a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). |
Triángulo
Anoche escuché pasos en la azotea.
Sentí miedo.
Tú sabes:
la inseguridad se instala en la ciudad
y este vecindario no es la excepción.
Alcancé el interruptor de la luz,
no era nadie.
Temí fuera un fantasma,
el que te asustó el año pasado.
Tomé una taza de té de tilo,
dicen que relaja los nervios,
que cura el espanto;
el insomnio y qué sé yo cuántos males.
Recostada en mi vacío
medité que el ruido fue invento mío.
Debe ser la nostalgia
porque ya no estás como antes.
Se han marchado tus hijos,
se han quedado solitarios mis pasillos.
Y como nunca te gustaron las mascotas,
ve tú a saber los ruidos que imagino.
Anoche dormí poco,
una nadita de sueño.
Sólo a ti puedo decírtelo,
por eso vine esta mañana y no es reclamo.
No sólo me falla el sueño,
también el apetito por la música.
Sí, la de ese jamaicano llamado Bob Marley.
No quiero ser tan aprehensiva,
pero te extraño.
El día que puedas
ayúdame a lucir más hermosa,
no te pido que me acicales
para concurso de belleza;
pero quita de mis rincones la basura,
mejora mi aspecto;
pero las telarañas déjalas ahí.
Me gusta mirar cómo se teje el devenir del tiempo
en los insectos muertos.
Pentágono
La publicidad me agobia.
Tengo en el piso de mi cochera muchos avisos:
ofertas de pizzerías,
de casas de empeño,
de agiotistas que te ofrecen dinero
con tasa de interés de ocho por ciento.
Basura.
No quiero fastidiarte.
Ya es media semana,
al fin mujer,
soy experta en espera.
No me muerdo las uñas ni me jalo el cabello.
Añoro el sábado,
el ruido que hará la llave en la chapa;
el crujir otra vez de las bisagras.
Aunque cada vez que vienen
me dejan más desnuda, ya perdí el pudor.
Conozco el manual para vivir sola.
Ignoro si estar enamorada
sea buena inversión para las casas,
también si el para toda la vida reditúe ganancia.
Dejemos zanjado de esta manera nuestro asunto:
te espero el sábado
(solo o acompañado)
aunque tu estancia sea efímera,
volátil.
Trapecio
El calor reseca la piel de mis paredes.
Yo no sé de distancia
pero en los Altos truenan los rayos,
resplandecen los relámpagos.
No tengo brújula
ni destreza para navegar en el espacio.
Imagino que llueve
donde supongo está el ejido.
Te imagino desde mi oscuridad,
ahí,
asombrado.
Escuchas la lluvia que cae en las ramas
y flores de las buganvilias.
Piensas,
quizás ya debo cortar los mangos
el próximo fin de semana.
Que no se ¡os coman los gusanos
como sucedió con la manzana del mito edénico.
Quizás hace falta que lave el portón,
puede sentirse relegado.
Además, las casas
—te informo—
disfrutamos cuando nos acarician con los ojos,
con las manos.
Nos estiramos,
emitimos gorjeos como pájaros
o sonidos extraños como lo hacen las gatas
que sueñan con un macho merodeando en la azotea.
Veo los paquetes de ropa sucia sobre tu cama.
Es viernes.
Seguro ya le quitaste la tapa a la primera cerveza
—ritual al que me acostumbraste todos los viernes.
Tal vez tengas visitas de escritores extranjeros
o quizás nadie llegue.
Se encenderán los faroles cuando avance la noche,
tu noche.
Yo sacaré mi piyama del ropero.
Debo cuidarme, lo sabes,
la edad no siempre favorece.
Hasta mañana, disculpa mi bostezo.
Si notas en el tono de mi voz un dejo de tristeza,
que no te quite el sueño.
Soy mujer,
debes comprenderme.
Soy mujer con ácaros y todo.
Aunque te voy a escenificar un drama.
Pongámosle un poco de ira
a la vida que llevamos.
Detesto que invadas el espacio que soy.
Tu pestilente ropa sucia me provoca asco,
también el silencio de lo que estuvo
y fue y no tengo.
Es viernes, otro viernes.
Si llueve o no, qué importa.
Imposible moverme
y salir a los camellones de los bulevares.
A dormir casa 220 de la calle Orleans.
Ya veremos mañana cuáles fueron los residuos
de lo que proyecté en mi sueño.
Isósceles
Sobre mi banqueta
hay un montículo de arena,
adentro cubetas y costales de grava.
No ha llovido y el viento no la esparce.
Ojalá pudieras quitarlos un día de estos.
No me estorban.
Si los llevas y cubres los agujeros
del camino que —supongo— hay en el ejido
será menor el traqueteo que padezcan tus huesos.
Anoche me pregunté:
¿cuánto tiempo vive una casa
con todo y el seguro contra incendios,
robos o sismos de más de diez grados
en la escala de Richter?
Cierto,
tengo televisión en la recámara más grande,
en la sala otras dos pero solo son el reflejo del agrio
nato.
Quizás en este mes de mayo —lo presiento—
vayas a Telmex a cancelar la línea telefónica,
el Internet.
Además, nadie llama ni tengo laptop.
Desde hace tiempo tampoco llegan cartas,
solo recibos para pagar impuesto,
sobre todo la tarjeta Santander que tiene adeudo.
Me pregunto con tanto espacio para mi sola:
¿cuánto tiempo vive una casa?
¿Cómo será el cementerio de las casas abandonadas?
Prisma cuadrangular
El cartero y otros mensajeros
trajeron sobres y recibos.
Los colocaste en la mesa
que alguna vez fue comedor.
Ahí donde nadie se sirve un vaso de agua
o pone alcatraces en el florero azul.
Estoy atenta tanto como tú
de tus deudas con Hacienda
y Banca Santander.
¿Qué siento cuando me percato
que te interesas más en los papeles
que venir a preguntarme:
¿cómo te va en esta calle hacia ninguna parte,
en este vecindario donde el concreto hidráulico
se hunde poco a poco?
Olvídalo.
Fugaz, etéreo desapareciste ayer.
Cruzaste todas las puertas
y no terminaste de escuchar el blues
en la consola.
En ese disco de vinilo
donde tocaba Van Morrison
asomándose por una ventana
de otra casa que nunca seré yo.
Mala suerte la mía,
las casas somos inamovibles.
En fin.
Qué barato consuelo,
la muchacha callada y yo
ahora integramos un equipo de mujeres.
Platicamos tu ausencia.
Quiere consolarme
y en ese acto quizás a ella también.
Ella dice que volverás,
que así eres tú,
que te conoce bien;
que nómada de ti
y aunque el mundo sea inmenso
nunca anclarás en un solo lugar.
Fugitivo de sí,
volverá,
reitera y mesa mi cabello.
Las arañas aguardarán
la nueva generación.
Ella orienta hacia sí misma el ventilador,
yo prefiero dejar de platicar esta mañana.
Círculo vicioso
Más temprano que tarde
tenía que suceder.
Llegó un intruso con sus maletas sucias
y un dejo de esperanza.
Si cree que aquí es el Paraíso
está equivocado.
Ignoro mi destino, su destino,
cuánto tiempo vaya a vivir aquí
y cuánto allá.
No lo sé.
Sí no conoce el silencio
el calor cuando sofoca mis paredes;
si nunca ha tenido fantasmas,
entonces no sabe nada de la vida.
Profetizo que la pasará muy mal.
Nunca un huésped advenedizo
reemplazará las manos que pusieron los clavos,
nunca los brazos que acomodaron los muebles,
los cuadros evanescentes
que pintó de un tal Zapata, cubano él.
Me asedia el tedio y no hay remedio.
¿Cuánto me durará el idilio que me has inventado?
Lo ignoro.
Qué canallada.
Recuerdo que hace varias figuras te dije:
las casas como yo jamás lloramos.
Selección de textos Roberto Cifuentes Escobar