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Flavio Herrera

 Flavio Herrera, fue un destacado abogado y notario, así como también fue reconocido por ser novelista, poeta y diplomático. Además, impartió clases de Literatura y Derecho Romano en las facultades de Derecho y Humanidades, de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Nació en Guatemala el 18 de febrero de 1895 y falleció el 31 de enero de 1968. Su educación superior la hizo en la Universidad Manuel Estrada Cabrera —antiguo nombre que tuvo la USAC—. De dicha casa de estudios, Herrera se graduó en 1918 obteniendo el título de abogado y notario. Cabe mencionar, que la tesis que presentó fue galardonada con el Premio Gálvez.

Luego de esto, Herrera viajó a Europa para continuar con sus estudios de Derecho en Roma, Italia. Después viajó hacia Madrid, España donde sacó estudios de Literatura. Así mismo, también estuvo en la ciudad de Leipzig, Alemania, donde terminó sus posgrados. Los poemas aquí presentados son tomados de su poemario Patio y nube (1964), Editorial Universitaria.

 

Poesía
por tu prosapia celeste
eres paisana del sol.

Qué aromas de paraíso
vive infundiendo tu esencia.

Tu llama quema la carne
cuando en el alma enraíza
la gozosa certidumbre
de tu santísima lumbre
prócer llama sin ceniza.

El sol nace cada día
y tú naces cada instante,
poesía.

Desnuda. Así te quería
el mágico Juan Ramón,
pero incólume y tan pura
como agua del transparente,
manantial del corazón.

Basta un sorbo,
un sorbo de tu agua pura
y, oh, Dios, qué deslumbramiento
más voluptuoso, y qué místico
alimento
nos resbala por los tuétanos
como un éxtasis de mieles
de las colmenas de Dios.

FLUENCIA

A veces es tortuosa como un río
que tropieza y tropieza en pedregales,

y a veces es tan ágil como un río
que resbala entre márgenes de seda
¡y qué deslumbramiento
de todo el ser! Pasmo celeste,
pasmo celeste, sólo tú
puedes abrir las valvas de esa concha
que esconde, avara, la divina perla.

LA MARIPOSA

¿En qué pliegue del viento
te me escondiste, mariposa
de oro? En la radiante
égloga matinal, te vi venir,
entrar por mi ventana
y posarte en mi mano.
Cerrar los palpos por besar mi piel…
Luego, ya no te vi. ¿Volviste al viento?
¿Eras el alma de…?
¿A dónde fuiste, trémula gotita
de sol?
¿Volviste al viento o te quedaste
en los alveolos de mi corazón?

MI NAVIDAD Y EL GRILLO

Todos se han ido, todos.
Fuera, zumba el estrépito del mundo.
Cohetes, pitos, campanas…
y yo, en mi casa, entre silencio
y soledad, aunque rodeado
de fantasmas queridos…

¡Y de repente, un grillo!
Lento, grave, dolido su cri-crí.

¿En qué rincón, bajo qué mueble,
estás cantando solitario grillo?
Yo quisiera atraparte
y ponerte en la palma de mi mano
para darte las gracias. ¡Canta hermano
de soledad y de melancolía!
(Ya no de soledad, que estamos juntos.)
¿De quién es esa voz que me pregunta:
—Y si el grillo también es un fantasma?

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TRISTEZA DEL DOMINGO

Todas las cosas tristes
caben en el bostezo sin fondo del domingo.
En la ciudad instala su comarca el silencio
y en las calles vacías deambula, solo, el tedio,
o se mete a los bares
por salpicar de olvido la sed de los borrachos.
Las sombras de las cosas se estiran y adelgazan
como duendes con sueño que apetecen la noche.
No hay tristeza más larga que un domingo en la tarde.
Domingo de las cárceles y de los hospitales.
Solamente los locos no saben que es domingo.
¡Oh, ciudad dominguera de comercios cerrados,
qué domingos mentidos
para tus magros ocios, oh, irredento burgués!
¡Mañana, otra vez lunes y otra vez a tu noria,
que tu insípida vida
es como un calcetín que todos los domingos,
al socaire del campo, lavas para ponerlo
a secarse al revés!

ÚLTIMO DESEO

Yo sólo quisiera estar
en el último segundo
de mi vida, junto al mar,
para, al morir, escuchar
la voz tremenda de Dios
en la música del mar.

Morir oyéndote, mar.
Maestro de soledad.

¡Oh, mar mío. Arpa del mundo.
Pulso de la eternidad!

EL MISTERIO

Una tarde —no la olvido—
allá en los días del monte,
íbamos por los potreros
con el zacatón al pecho
de nuestras caballerías.
Todo era paz.

De repente
un arrebato de viento
pasó y atorbellinándose,
paró en seco las monturas.
¡La ráfaga del misterio!
Todo el ganado, medroso,
se apabulló en los rodeos.
¡Qué silencio! ¡Qué silencio!
Mil reses se apañuscaban
bajo los ceibos temblando.
¡Ah, qué silencio sagrado!
Sólo un instante.

Después,

toros, vacas y ternero
eran un solo mugido,
un gran mugido estirándose
entre el pavor y la angustia.
¿Qué pasaba? ¿Qué pasó?
¿Quién pasó por esos campos?
¿Pasó Dios, pasó la muerte,
o pasó lo innominado?

CHOCOYO

Allá, allá en lo más hondo
de los bosques de occidente
hay un pájaro menudo
de pardo, humilde plumaje.
Cava su nido en las peñas.
Aunque no cante, su vuelo
cura el cansancio al viajero.
Le hablé una vez en el sueño:
—Hermano, ¿cómo te llamo?
¿Chocoyo, voz de Castilla,
o Quel, la voz del Quiché,
y qué clave hay en tu encanto?
Tu silencio suena a llanto,
tu vuelo a melancolía…
Tu nombre … ¿Qué poesía
está mojando de lágrimas
el alma de la montaña
para llorar con la mía?

BAÑO ÁGANO

Dos desnudeces, la tuya
y la del agua. Desnuda
en el baño, vi la nupcia
del cristal y la manzana.

Y la curva de las ondas,
la misma curva opulenta
de tus senos y tus ancas.
Dos peces que son gemelos
—tus senos— hacían perlas
retozando a flor de agua.
Iban fluyendo las ondas
por reconstruir tu escultura
en un recambio de espejos
quebrados de calentura.
El sol salió de repente
y de un salto cayó al río.
El miedo te ancló en la orilla
donde se emboscó mi espera.

¡Qué codicia la del sol,
pero yo estaba más cerca!

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RITORNELO DE LA CASONA

La casa, la casona,
la de mi verso antiguo,
sigue inconclusa; sin embargo
siempre tiene algo nuevo,
ese algo nuevo que, a menudo,
no nos sirve de nada;
mas, qué heroico es construir.
Construir es vivir.

Cosa concluida es cosa yerta,
es tope, es límite, es pasado
y, si eres el límite de mi carne y mi alma
y es ilÍmite el alma,
serás, mientras yo viva,
casa inconclusa, pero siempre viva.

¡Oh, viejo caserón, caserón mío!

Piedra a cincel de sueños y belleza.
Cómplice amada a corazón abierta.
Atalaya y coraza
de mi melancolía.
¡Qué sólo estás! —me dicen los amigos.
Uno se cree en soledad, empero
sólo Dios ve quiénes nos acompañan.

Mientras,
sigue aferrando mi raíz su ahínco
a esta piedra que no he de soltar nunca,
y si la suelto, será muerto.
Piedra, testigo, rota de ternura
cuando un gran corazón, el de mi madre,
se fue apagando entre tu corazón.

Selección de textos Roberto Cifuentes Escobar

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