Diseño La Hora

Víctor Muñoz

Los tiempos gloriosos del buen transporte público ya hace muchos años que son cosa del olvido. Esos buses enormes que circulan ahora, y que han venido a ser un bálsamo para la población de a pie, que somos muchos, cuentan, entre otras ventajas, con varios asientos destinados exclusivamente para personas con problemas físicos o con alguna discapacidad.  Ahora bien, el servicio es eficiente y rápido, pero como somos tantos los que lo usamos, casi siempre la mayoría de pasajeros vamos de pie, agarrándonos de los pasamanos o de unos como tiradores que están sujetados a los pasamanos más altos. Eso es una gran ventaja, siempre que uno tenga la altura requerida para alcanzarlos, ya que de lo contrario hay que aferrarse a cualquiera de los tubos verticales.

¿A qué viene todo esto? A que precisamente hoy por la mañana íbamos con Gedeón como pasajeros de uno de estos vehículos.  Y casualmente íbamos cerca de los asientos especiales para personas con problemas de salud.  Cabe aclarar que todos los asientos de estos buses son de color amarillo, menos los asientos especiales, que son de color verde.  Y todos los asientos verdes estaban ocupados por personas visiblemente inválidas o ancianas, menos uno, en el que viajaba un individuo relativamente joven que a simple vista se veía saludable.  Tenía unos lentes oscuros y se mantenía, muy entretenido él, leyendo su periódico.

Nada de esto habría causado problema; pero de pronto subió una señora que llevaba cargado a un niño de brazos, y con la mano libre tenía sujetada la mano de una niñita de unos tres o cuatro años.  Como cosa natural, esperábamos que el individuo del periódico le cediera su lugar a la señora, pero éste no se inmutó. Ni siquiera levantó la vista de su periódico.

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-Hay gente cueruda, ¿verdad vos?  -me dijo Gedeón casi a gritos, de modo que lo escuchara todo el mundo.

Yo, que siempre he sido apartado de problemas le dije que puesss, sí, ¿verdad?

Las personas que se encontraban cerca de nosotros voltearon a ver.

La señora con sus dos niños se acomodó como pudo cerca de uno los tubos verticales.

-Y lo peor es que esa clase de gente siempre se hacen los locos, ¿verdad vos? –volvió Gedeón con sus gritos.

Los demás pasajeros tomaron interés en el asunto y yo sentí como que se estaban poniendo un poco inquietos.  El individuo seguía sin darse por aludido.

-Por eso es que estamos como estamos, porque nos falta un poco de educación, ¿verdad vos?

Y así continuó con sus comentarios en voz alta, pero el individuo solo se movía conforme los movimientos del bus. El único movimiento que hacía era pasar las hojas de su periódico para poder seguir leyendo, muy tranquilo él.

La gente comenzó a murmurar. Se hablaban entre ellos y se quedaban mirando al hombre del periódico, luego movían la cabeza hacia los lados, dando una fehaciente muestra de reprobación.

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La verdad es que yo me sentía apenado, tanto por la señora y sus niños como por el individuo. Y todo habría continuado sin mayores contratiempos, pero Gedeón, en un arranque de indignación se dirigió al hombre.

-Vea usted –le dijo- ¿por qué no se levanta y le cede el espacio a la señora que trae dos niños?

El hombre, visiblemente sorprendido se lo quedó mirando como si no comprendiera lo que acababa de escuchar, por lo que se quitó los lentes y le pidió a Gedeón que se acercara porque, por medio de señas, le hizo saber que era sordo.

En el colmo del enojo, Gedeón, también por medio de señas, le indicó que la señora de allá traía dos niños, que se levantara y le cediera su lugar.  El hombre abrió más de la cuenta los ojos, y haciendo gestos de aprobación con la cabeza guardó su periódico. De debajo de su saco, que lo llevaba sobre las piernas, extrajo un bastón, le pidió ayuda a Gedeón para poder levantarse del asiento, y penosamente se fue poniendo de pie, cosa que le resultó en extremo dificultosa, ya que hasta entonces pudimos darnos cuenta de que, además de que era sordo, le hacía falta una pierna; no sin cierto esfuerzo se acercó a uno de los tubos verticales y ahí se quedó.  Nosotros nos bajamos en la próxima parada.

-Para sabio Salomón, ¿verdad vos?  —me dijo Gedeón.

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