Si la sociología apareció en el siglo XX como una de las ciencias sociales decididas a comprender las complejidades crecientes de la organización humana, las revoluciones tecnológicas, el capitalismo salvaje y la despersonalización en los vínculos la ponen, en el nuevo siglo, de cara a un desafío mayúsculo. En medio de ese torbellino, Richard Sennett es un hombre decidido a no ahogarse en el lenguaje académico para reivindicar la dimensión artesanal que nos permite (o debería permitirnos) sobrevivir en nuestra era. De paso por Buenos Aires, Radar lo entrevistó para hablar de sus herramientas literarias y su vocación humanista, pero también de su lectura de fenómenos actuales como la Primavera Arabe y la masacre en el estreno de Batman.
Detector de imágenes que sintetizan la vida social, creador de conceptos, gran observador del declive contemporáneo, Richard Sennett asume la crítica social como una forma de literatura, por esa combinación exacta en su enfoque y en su escritura de pragmatismo y filosofía crítica. Un hombre que ha hecho en sus libros una arqueología cultural del presente, mirando desde el pasado, yendo al momento en que el hombre moderno rompió amarras con la vida dogmática y se abandonó a un largo proceso que, aunque parezca contradictorio, combinó libertad y deshumanización.
Sennett conoció a Michel Foucault, el filósofo francés: fue su amigo, le debe las primeras aproximaciones y borradores de Carne y piedra, una obra bellísima de sociología sobre la historia de los cuerpos y las ciudades, que podría quedar en la biblioteca junto a Historia de la sexualidad, a la cual le agrega urbanismo, biografías del espacio público, ciudades y habitantes.
“Fuimos amigos durante mucho tiempo –dijo Richard Sennett a Radar esta semana, acerca de Foucault, durante una mañana fría de Buenos Aires, en un hotel céntrico–. ¿Se lee acá a Foucault? Una persona increíblemente creativa, asombrosa. Tendría que escribirles una novela entera sobre él para decirles todo lo que les querría decir. Fuimos amigos durante veinte años”.
Autor prolífico y original, aunque se cuide de decir que muchas de las cosas que dice no son “suyas” sino que forman parte de corrientes de pensamiento más amplias. Es la primera vez que Sennett viene a la Argentina, invitado por la Universidad Nacional de San Martín, que le otorgó el miércoles el título de Doctor Honoris Causa. Entre sus libros se destacan también La corrosión del carácter, El declive del hombre público y El artesano, primer volumen de una trilogía destinada a repensar el vínculo entre práctica y pensamiento, en la capacidad que tienen los individuos de conocer, actuar y cambiar su mundo. Además, Sennett escribió tres novelas, entre las que se destaca Palais Royal. Nació a comienzos de 1943 en uno de los barrios más pobres de Chicago, y en su juventud se destacó como solista de violoncello. Estudió en las universidades de Chicago y Harvard, donde obtuvo su doctorado. Es director y fundador del Instituto de Humanidades de Nueva York (junto con Susan Sontag y Joseph Brodsky). Da clases en la New York University y en la London School of Economics.
Mientras estuvo en Buenos Aires ofreció dos conferencias públicas: “Homo Faber: la cultura y la política de la destreza” y “Mi oficio de sociólogo”. En el primer caso abordó los problemas del mundo del trabajo, no tanto en relación con la destrucción del empleo sino con la pérdida progresiva de habilidades para el trabajo, para lo cual rescata la figura del artesano como un individuo que pone en práctica saberes heredados, obtenidos en la vida cotidiana y en la interacción con los otros. En el segundo, expuso su relación con la investigación social y la escritura ensayística, un tema de permanente interrogación y empeño personal. Es más, en alguna entrevista ha declarado que quisiera ser recordado como un escritor acerca de las sociedades antes que como un sociólogo.
Discípulo también de Hannah Arendt, dijo sobre ella: “Arendt fue mi profesora, siempre estoy en una relación freudiana de negación con ella”. Algo que le agrada mencionar y traslucir, como si dejara entrever deudas intelectuales no explicitadas. Como una suerte de pesimista optimista, algo que también podría ser una combinación inseparable entre razón y pasión, Sennett despliega en su obra una diversidad de objetos de análisis que, no obstante, podrían agruparse en una larga contienda entre las prácticas humanas y la represión social.
Esto es, una historia de la resistencia del individuo en un mundo regido por límites brutales. La búsqueda del placer sexual, de la creatividad, la resistencia de los cuerpos que son sometidos a infinitas configuraciones del espacio urbano y tecnológico, la desigualdad como el desencuentro entre las habilidades, la ocupación y el goce.
En diálogo con Radar, Sennett expresó sus preferencias a la hora de hablar de la cocina de la investigación y la escritura, de la trastienda del método sociológico, de las disciplinas con las cuales dialoga, del problema del trabajo en el capitalismo actual.
En sus libros, usted condensa voces y testimonios, cambia referencias temporales, de lugares. Es un procedimiento que se parece bastante a los que usa la ficción. ¿Cuál es el límite? ¿En dónde empieza la ficción y en donde la crónica de la realidad?
–La diferencia es simple. Uno no puede inventar las palabras de otra persona, lo que uno sí puede hacer es unir dos voces como si fuera una. Lo que aprendí de los novelistas es que hay distintas formas de narración y entonces no es simplemente narrar hechos objetivos. Entonces lo que hice fue prestar atención a las formas de narración de las personas cuando cuentan sus historias. De alguna manera esto lleva a procesos que están incluidos dentro del cerebro humano y hay que prestarles atención para ver cómo se construyen. En este sentido, estamos involucrados en una actividad para la cual otras personas tienen mucha más libertad para manejarse. Lo que más me llama la atención es que estas narraciones se parecen mucho más a narraciones posmodernas que a las ficciones más tradicionales y esto lo sé después de veinte años de investigación en las narrativas acerca del trabajo.
¿Cómo es el plan de la obra que comienza con El artesano?
–Me interesa el homo faber, la persona que hace cosas, que mantiene relaciones con los otros y se vincula con el medio ambiente. Me concentro en la capacidad de las personas en estos tres planos y en si esa capacidad es potenciada o reprimida por la sociedad. Este proyecto se inscribe en una escuela que es el pragmatismo, centrada en la práctica. Se basa en la noción de que los seres humanos tienen habilidades en común tanto para lo físico como para las relaciones sociales y con su medio ambiente. Lo que trato de hacer es mostrar la práctica no como algo estático sino como algo en desarrollo. Si pensamos en una fuerza mínima, por ejemplo, eso es una habilidad. Con la habilidad artesanal, nosotros podemos explorar un objeto. Pero también hay una habilidad que necesitamos para manejarnos con otras personas para que un conflicto no se vuelva violento. Y esta cuestión de la fuerza mínima, también se da en cuanto al medio ambiente. Se trata de violentar o no, de no ser demasiado intruso con el otro. Un ejemplo muy trivial es el del tránsito y los esfuerzos que se realizan para minimizar el ruido de manera que no sea tan intrusivo para el otro. Para ponerlo de una manera muy cruda, es “hacer más que ser”. El hacer es un estado de desarrollo. Podría ser que si yo soy malo manejando, sea también malo en las relaciones sociales o incluso en el tratamiento de los objetos físicos. Si yo soy incapaz en un terreno de la fuerza mínima, ¿cómo podría manejarme en las otras dos áreas?
En sus últimos libros plantea el problema del capitalismo actual en relación con el trabajo, como una disminución de las capacidades y las habilidades del individuo.
–Mucho más que el tema del desempleo es la constitución del trabajo en sí mismo, esta cuestión de la pérdida de la habilidad. Lo que es interesante es que al mismo tiempo divide y se intersecciona con el problema de la inequidad. Siempre estamos focalizándonos con la inequidad del dinero, en lugar de prestar atención a una pérdida de capital humano.
¿Y cuando escribe? ¿Diferencia al escribir un libro de sociología y una novela?
–Yo no soy un gran novelista, cuando estoy escribiendo ficción soy como un artesano yendo a su taller. No soy un novelista, yo investigo. Cuando escribo sociología, lo que trato de hacer al escribir es recuperar una vieja forma literaria que es el ensayo. Lo que ha sucedido con mucha escritura de las ciencias sociales es que uno siente que escribe solamente para los colegas y cuando uno quiere escribir para el público en general, entonces uno se apena porque baja el nivel de lo que dice. Entonces yo lo que hago es tratar de burlar al lector ofreciéndole una escritura que tiene que ver con el típico ensayo que no baja de nivel. Por ejemplo, cuando uno lee a Rousseau, encuentra un ensayo de gran nivel que tiene que ver con un determinado lenguaje, un tipo de expresión y cómo interesar a la gente en estadística y cosas por el estilo, sin necesariamente bajar el nivel. No es una cuestión de tener colegas por un lado y público por el otro.
[1] Por Carla del Cueto y Gabriel D. Lerma, visto en www.pagina12.com.ar