Andrea Ponce
—Ya voy, ya voy. Solo termino este juego.
—Ya vamos tarde, amor.
Ella suspiró y se sentó en el sofá, junto a él. Sabía de memoria este ritual, por eso empezaba a presionarlo mucho antes de que en realidad se tuvieran que ir. Les quedaban unos 45 minutos.
Sabía bien, desde antes de casarse, lo mucho que le gustaban los videojuegos, los cómics y las caricaturas japonesas; pero pensó que en algún punto todo aquello pasaría a segundo plano. ¡Cómo se había equivocado!
Entonces recordó cómo, al principio, la atrajo a él su inagotable imaginación, y cómo lo convertía todo en una aventura fantástica. Los platos se volvían los ojos de un ser extraterrestre que venía a transformar a todos los humanos en tortugas para poder inundar el mundo y volverlo a empezar. Y los lapiceros tenían brazos y piernas de plastilina que bailaban el son. A su lado, ella reía hasta que le dolía el estómago. Y de esa manera se fue enamorando más y más.
La pedida de mano fue algo inolvidable. Cuando él la invitó a ver una función de circo, ella no lo dudó. Y fue allí, en pleno acto de payasos y malabaristas como cómplices, que él le pidió matrimonio. La boda fue una fiesta de disfraces en la que ella era Padme Amidala y él Anakin Skywalker.
Ambos imaginaron que su vida juntos sería una continuación de aquella diversión, pero no fue así. Él tuvo que buscar un trabajo de tiempo completo, y ella uno de medio tiempo para poder encargarse del quehacer del hogar.
Cuando él llegaba por las noches, se instalaba frente al televisor a jugar por horas, muchas veces pasando noches en vela. Los fines de semana era casi imposible sacarlo del sillón. Si tenía algo planeado, ella debía avisarle con semanas de anticipación y recordarle a diario cuando se acercaba el día, para que no hiciera otros planes, pues era seguro que preferiría ir a alguna de sus propias actividades antes que acompañarla.
—Bueno, ya terminé. Ya nos podemos ir.
Apagó el televisor y se dirigió a la puerta. Estaban por salir cuando él dijo:
—¿Segura que no querés ir al ComiCon en vez de con tus papás? Van a llegar los que hacen las voces de Los Simpson.
—Sabes, tengo una mejor idea. ¿Recuerdas aquella escena en la que Bart y Laura están en la casa del árbol, y ella le saca el corazón y lo patea directamente al basurero?
—¡Sí, claro que lo recuerdo! ¿Ves lo que te digo? Hay una escena de Los Simpson para cada momento de la vida.
—¡Sí, es justo este! ¡Me largo!
Ella salió de la casa dando un portazo y él regresó al sofá, encendió el televisor y siguió jugando.