Juan Fernando Girón Solares
PRIMERA PARTE
Tiririiiiiiiiii, tiriririrá, tiriritiriririrum… ¡TUM! ¡TUM! ¡TUM! …
Hablaron así, en forma fuerte y melodiosa, los dos instrumentos musicales que portaba en sus manos NICOLÁS SUBUYUJ, en la puerta del templo de Santa Catalina Bobadilla, una aldea de la Antigua Guatemala, Sacatepéquez, a varios cientos de metros de la carretera que de la cabecera departamental, conduce al municipio de Santa María de Jesús.
Efectivamente, el humilde hombre de campo, pero fiel protagonista y hasta amantísimo devoto de nuestras incomparables tradiciones de Cuaresma y Semana Santa en el Valle de Panchoy, había interpretado la melodía que emanan de sus infaltables compañeros de la época: EL TZIJOLAJ y el TUN, instrumentos autóctonos que marcan el sonido de la penitencia indígena, y que al entonarse en forma sucesiva, transportan a los asistentes al acto religioso, a momentos de solemnidad y a la elevación del espíritu, por lo mucho que entrañan su fe y su devoción.
Y no era para menos; era el atardecer del PRIMER VIERNES DE CUARESMA en la aldea antigüeña, el viernes que marca el inicio del fin de semana, en que se viste con sus mejores galas Santa Catalina Bobadilla, sus habitantes y calles empedradas para recibir a los millares de visitantes, penitentes, comerciantes y hasta servidores públicos. Era el día de la SOLEMNE VELACIÓN ANUAL de la CONSAGRADA IMAGEN DE JESÚS NAZARENO DE LA SALVACIÓN. Pero volviendo al tema del TZIJOLAJ y el TUN, vaya si Nicolás los trataba con cariño, con el cuidado y consideración que para un fiel devoto, significa cualquier símbolo de su devoción. En una sola palabra eran su tesoro. Y no era para menos, el tzijolaj hecho de una madera antañona, pasó por las manos de su abuelo, de estas a las de su padre y finalmente desde algunos atrás a las suyas. Y el tímpano del TUN era de una membrana con doble ajuste, de las que ya no se ven, lo que implicaba que su percusión era notoria, especial, ronca y sumamente agradable al oído. Y desde luego no solamente las manos fueron las artífices de la herencia; también la mente y el corazón, además de la habilidad y los pulmones de la familia Subuyuj, instruyeron a nuestro personaje a aquella sencilla, pero sumamente devota tarea: el brindar una melodía agradable al Nazareno, al Sepultado o a la Dolorosa, en velaciones y procesiones de la época más linda del año, en el Valle de Panchoy.
La faena anual era la misma. Al salir de su jornada de media tarde, como laborante en una finca de café, tomar el bus que desde su municipio natal SANTA MARÍA DE JESÚS, partía hacia la Antigua Guatemala, llevando a la espalda su banquillo de madera de pino y sus artefactos queridos, productores de aquella penitente melodía. Y al finalizar la tarde llegar a la puerta del templo, sentarse en su pequeño mueble y observar cómo en su interior desde temprana hora de la mañana, había dado inicio la solemne velación. Era el tercer día de la Cuaresma, el viernes después de ceniza. Y al caer la tarde, el calor se retiraba para dar paso a la frescura de la noche, la hora en que inicia la congregación más numerosa de fieles, porque acudir en horas de la noche a la velación, tiene un no sé qué, un toque de misticismo y de romance, que solamente pueden experimentar quienes participan activamente en estas santas tradiciones en la Antigua Guatemala. Luego el saludo atento a los integrantes de la Hermandad, quienes tienen ya lista la mesa con la serie de fotografías, monogramas, insignias, medallas y naturalmente, un plato para recaudar las ofrendas, que siempre sirven de alivio para los fuertes gastos que las entregadas hermandades realizan con mucho esfuerzo, para sacar adelante estas manifestaciones paralitúrgicas. Generalmente en la plazuela del templo, se exhiben las túnicas, tunicelas y manto, que las sagradas imágenes estrenarán en su cortejo que iniciará, cerca de cuarenta y ocho horas después.
De nueva cuenta, el tzijolaj y el tun entran en acción …. Tiririiiiiiiiii, tiriririrá, tiriritiriririrum… ¡TUM! ¡TUM! ¡TUM! … El armonioso sonido impacta a los asistentes.
Los recuerdos de velaciones de hace muchos años, llegaron a la mente de nuestro personaje. Santa Catalina Bobadilla ya no es la humilde aldea de antes. Ahora sus empedradas calles a la usanza antigüeña, sus elegantes residencias, y hasta su campo de fútbol ampliamente iluminado, usado este día como área de estacionamiento vehicular, han cambiado muchísimo. Y qué decir de la carretera a Santa María. En tiempos de su niñez, cuando Nicolás acompañaba a su padre, era pura terracería, y la iglesia de Santa Cata, como cariñosamente la recordaba, cambió dramáticamente desde que se reconstruyó luego del severo terremoto de 1976, que tanto afectó a nuestra querida Antigua.
Al fondo, un hermoso telón, que como es usual reproduce una escena bíblica, o una estampa de la pasión del Señor o de la Virgen en su acompañamiento del mesías en la vía dolorosa, es el marco perfecto para venerar a la imagen Nazarena del Señor. El de este año, donde se aprecia notoriamente la imagen del Salvador subido en una barca, calmando la tempestad en compañía de sus apóstoles, y el efecto logrado a base de empeño y suma dedicación por quien lo elaboró, le da una sensación de realismo a dicha postal. Los recuerdos de los telones de esta, y de otras velaciones efectuadas por las afanosas hermandades, empiezan a desfilar por la mente y por los recuerdos de nuestro penitente personaje. Y así, la imagen del Sepultado de la Escuela de Cristo, con sus brazos extendidos en la cruz en medio de los dos ladrones, representando la tragedia de El Gólgota, o el Nazareno de El Perdón de San Francisco El Grande entre los animales de la creación; a Jesús de la Caída siendo flagelado atado a la columna rodeado de sus verdugos; la Dolorosa franciscana acompañada por San Juan y la Magdalena en una calle de la ciudad Santa retornando del entierro del Señor, o su Jesús Nazareno de la Merced antigüeña, haciendo milagros entre enfermos y agobiados con una sencilla túnica de color blanco, y tantas y tantas imágenes de dichas velaciones que ha visto y vivido, podrían crear fácilmente un álbum de fotografías. Sin embargo, los telones que mejor recuerdo traen al corazón de Nicolás fueron sin duda los que elaboró el notable artista antigüeño, Enrique -Quique- Velásquez.
No ha sido una sola sino varias, las oportunidades en que el sencillo músico, ha visto en horas de la tarde del mismo día de la velación, que el artista contratado específicamente para el efecto, desde meses atrás, instala la bambalina, las cuerdas, imágenes y proyecciones que se conjugan con el artístico telón pintado sobre el cartoncillo, pero que por determinado motivo, su instalación no quedó concluida en la noche o madrugada previas, y hay que correr con los últimos toques antes de abrir el templo. Igualmente, en los últimos años, Hermandades como Jocotenango y especialmente Santa Ana, se han dado a la tarea de conjugar la escena velatoria con luces, sonido y efectos especiales, incluyendo la explicación auditiva del significado de esta, lo que le brinda un realismo y un impacto profundo para los fieles asistentes y espectadores.
El bullicio dentro del pequeño templo de Santa Catalina Bobadilla es notorio, como también lo es en el exterior de aquel, donde una enorme fila de tres y a veces cuatro cuadras de devotos, son el preámbulo para acceder al recinto y pedirle a Jesús, representado por esta bellísima imagen, por sus problemas, sus tristezas, sus necesidades, pero también agradecer sus éxitos y alegrías durante el año recién pasado.
Nicolás soplará su tzijolaj, y percutará su tun o tamborcito por muchas veces durante el resto de la noche, y hará al Señor la firme promesa de acompañarlo el próximo domingo, desde muy temprana hora de la mañana en su recorrido procesional, al igual que el de su madre santísima, debidamente revestido con su túnica, capirote y cinturón morados, para marcar nuevamente el toque indígena de la penitencia, hasta su entrada a avanzada hora de la noche.
Llega la medianoche del primer viernes y los encargados de la Velación, cierran las puertas del templo. En breves instantes todo queda vacío y en silencio. Es ya primer sábado, y debido a la hora, Nicolás acude a un salón de la Hermandad donde se le permite descansar y pernoctar, para tomar el bus muy temprano a las seis horas del día siguiente y retornar a su casa en Santa María de Jesús, donde esperará la llegada del PRIMER DOMINGO DE CUARESMA. La tradición antigüeña para nuestro devoto recién inicia…