El destartalado autobús, identificado con un vetusto rótulo de color blanco y su texto en negro en el que destacaba visiblemente el número “2 – Reforma” arrancó aquella mañana de lunes, frente al Monumento a los próceres de la independencia, mejor conocido como El Obelisco en la zona diez de nuestra ciudad, y echando el chorro acostumbrado de diesel, se encaminó por aquella arteria con abundantes árboles y vegetación, en cuyo interior viajaba el Padre Cruz Revolorio.
De más está decir que el abnegado Sacerdote, oraba constantemente a Jesús Sacramentado, cuyo altar se ubicaba en su Parroquia, para que lo ayudase en la gestión que haría ante el Militar responsable de la máxima institución educativa castrense en nuestro país. El vehículo continuó pesadamente su recorrido, hasta que llegó a las instalaciones de la conocida en aquel entonces como “la casa crema” a la altura de la segunda calle, donde nuestro decidido personaje descendió de él, para caminar algunos metros hasta la puerta principal del gris Edificio que albergaba a la Escuela Politécnica.
Se santiguó antes de acceder y luego identificándose apropiadamente, saludó a los guardias que custodiaban aquella entrada para solicitar hablar con el señor Director, explicándoles el objeto de su visita y por ende de su solicitud. Seguidamente, se disculpó por llegar sin previa cita, agradeciendo la comprensión de la persona a quien visitaba.

El cadete, que amablemente lo atendió, regresó algunos minutos después, indicándole que el señor Director supervisaba las maniobras y ejercicios del personal militar y su estudiantado, pero que por favor le diera tiempo y con gusto lo atendería. Los minutos se fueron alargando y el religioso nervioso e impaciente, continuaba sus ruegos en la banca, cuyo asiento se le facilitó en la entrada al alma mater militar, ahora rosario en mano. Cuando estaba a la mitad del recorrido de las cuentas de su camándula, el muchacho que lo había atendido lo llamó de nuevo, y amablemente le dijo, “Acompáñeme por favor Padre, el Señor Director lo puede recibir ahorita en su despacho”.
Visitante y anfitrión encaminaron sus pasos por el pasillo de aquellas instalaciones, hasta que se le abrió la puerta de un amplio despacho. Allí fue recibido por un Oficial de Alto Rango, un Coronel para ser específico, quien con su uniforme de color “caqui” le extendió con respeto y elegancia su mano, para estrechar la del presbítero.
El Padre Cruz Revolorio hizo lo propio, se identificó y en forma serena y respetuosa saludó al Director, el cual le confesó profesar la religión católica, quien invitándolo a tomar asiento en el amueblado de cuerina, empezó aquel coloquio que desembocó en la exposición de sus planes y la necesidad de obtención de un conjunto musical para el acompañamiento de los cortejos procesionales, con marchas fúnebres los días Jueves y Viernes Santo, y festivas el domingo de Resurrección, cuya solicitud efectuó directamente.

“Pues vea Padre, la Escuela sí cuenta con una banda de música integrada no solo por oficiales sino también por Cadetes. El problema es que por ser Semana Santa, se les concede descanso a los estudiantes para que visiten a sus familias durante los días santos desde el jueves por la mañana. Se queda únicamente un pequeño grupo. Pero como institución de servicio, queremos ayudar a la Iglesia.
Le propongo algo, tráigame una nota de parte de la Parroquia haciendo la solicitud, y luego de hablar con el Señor Ministro, y ver cuántos de los integrantes de la banda podrían acudir a las procesiones, le damos respuesta a la brevedad”. El joven Sacerdote estaba ya acostumbrado durante sus confesiones, a leer el alma de las personas por medio de sus ojos, y en esta oportunidad atisbó por medio de ellos que las palabras del integrante de la institución armada, hablaban con sinceridad y espontaneidad, lo cual le trajo un mensaje esperanzador.
Con el agradecimiento sincero, le impartió su bendición al interlocutor, e instantes después abandonó las instalaciones de la Politécnica, para dirigirse de vuelta a su Parroquia Guadalupana. De más está decir que la nota, firmada por su Superior como Párroco y responsable de la misma, estaba entregada a primera hora del día siguiente, por él mismo.
Esa misma tarde, decidió realizar una visita a las instalaciones del remozado MERCADO MUNICIPAL DE LA VILLA, en donde saludó a los numerosos inquilinos y vendedores, para invitarlos a participar en el BINGO PARROQUIAL la noche del sábado siguiente en el Colegio, y por supuesto en las ventas de platillos dulces y salados en la jornada dominical. Y gracias a Dios, la noticia se regó como pólvora, no solo entre los locatarios de la plaza, sino entre vecinos y fieles de aquel bendito lugar escogido por Dios.
El abnegado religioso, sintió en su alma y en su corazón, que Dios le estaba dando respuesta a sus ruegos…
Al caer la tarde y con cansancio y mucha satisfacción regresaba a la casa parroquial, cuando fue interceptado por la Encargada de la Oficina, quien le informó acerca de la recepción en horas del mediodía, de varios regalos obsequiados a la comunidad por una familia devota con ciertos recursos económicos residentes en el sector, que servirían como premios para el Bingo, entre los cuales destacaban electrodomésticos (licuadoras, planchas y una batidora), un tocadiscos de la marca “Grundig”, una cafetera con capacidad para veinte tazas cortesía del establecimiento “Casa Víctor” en la sexta avenida de la zona uno, y varios vales por un valor de DIEZ QUETZALES (Q. 10.00) cada uno, para el canje de mercaderías de los Supermercados “La Sevillana”, y otros regalos más.
Con la sensación de alivio, por disponer ya de los elementos necesarios para la actividad del Bingo, el Padre Salvador emprendió sus jornadas pastorales del día jueves, en las cuales visitó a los enfermos de la Parroquia, llevándoles la eucaristía sagrada y por la tarde la adoración a nuestro amo, y el viernes cuaresmal, por supuesto el rezo del Santo Viacrucis, que se complementó con el Sacramento de la Reconciliación y penitencia.
Y así llegó el fin de semana… La noche del sábado, el mayor recinto con el cual contaba el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, se pobló de asistentes los cuales utilizaron los pupitres y escritorios, para la realización del BINGO, el que por la voluntad y bendición del altísimo fue todo un éxito, por cuanto a que se extendió hasta cerca de las diez de la noche.

Todos los premios fueron entregados. Y al día siguiente domingo, al concluir cada una de las eucaristías, el atrio del templo parroquial fue utilizado para la venta de los alimentos que a su vez, fueron bondadosamente obsequiados por los inquilinos del Mercado municipal, así como generosas damas de la feligresía, entre los cuales se encontraban tacos, chuchitos, chiles rellenos, dobladas de carne o de queso, chicharrones con picado de rábano y hasta tortillas con longaniza y platos hondos de pepián rojo; empanadas, torrejas, moyetes y plátanos en mole, fueron el deleite de los asistentes y luego comensales, cuyas ganancias fueron donadas en su totalidad a la Parroquia, para afrontar los gastos “semanasanteros”.
Los días de aquella santa Cuaresma fueron avanzando paulatinamente, y así llegó la Semana de Dolores, que inicia con el conocido Domingo de Pasión o de Lázaro, por la lectura del Evangelio propia del día, y finaliza con el Sábado anterior a Ramos, que en aquel año vería la realización de un cortejo procesional nuevamente y de retorno en ese día, como lo sería el del Nazareno que se venera en el Templo de la Recolección en la zona uno de la capital.
Pero la semana no concluiría, sin dos extraordinarias noticias y acontecimientos para el personaje principal de nuestra historia: El miércoles por la mañana, se recibía en la oficina la nota de respuesta del Director de la Escuela Politécnica, confirmando la participación de la Banda de música del cuerpo militar, para los cortejos procesionales del Jueves y Viernes Santo y Domingo de Resurrección.

Y el jueves al final de la noche, el carpintero que había sido contratado específicamente para el efecto, desde el mes de octubre del año recién pasado, es decir mil novecientos sesenta y siete, tocaba a las puertas del Edificio religioso, a borde de la cabina de un camión de notable capacidad, para hacer entrega formal de las nuevas andas procesionales, que se utilizarían en los cortejos de la semana mayor, y primero Dios también para el rezado con la imagen sagrada de la “Morenita del Tepeyac” en las vísperas de su festividad el doce de diciembre.
Voluntarios fueron llamados al tocar las campanas, para que se convirtieran en un turno improvisado de devotos cargadores, que descargarían el mueble para trasladarlo a un aula del Colegio que sirvió como bodega improvisada.
La Semana Santa estaba muy próxima a su inicio, y con el nerviosismo, la alegría, el fervor, pero en especial la confianza puesta en el cielo, el corazón del Padre Salvador Cruz Revolorio, empezaba a latir más rápidamente…
Continuará…
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