Durante el transcurso de aquel telefonema, al Padre Salvador le pareció volver al pasado, y vivir tantos momentos de su querida niñez en el Barrio de Gerona de la zona uno. Primero, el saludo cariñoso de sus padres, después la presentación de todo el proyecto, pero especialmente lo que atañe a la “cruz alta” y los ciriales, para pasar a la sorpresa natural, el posterior y consabido “regaño” por estar metiéndose en camisa de once varas, y finalmente, la comprensión amorosa de sus progenitores, al interpretar el corazón enorme de un hijo comprometido con la fe y las obras del cielo, con el consabido: “TE AYUDAREMOS MIJO, PARA ESO, ESTÁN TUS TATAS, DÉJANOS HABLAR CON TUS PADRINOS, TÍOS, ABUELOS Y EL RESTO DE LA FAMILIA, Y JESÚS SACRAMENTADO NOS AYUDARÁ A CONSEGUIR Y PAGAR LO QUE NOS ESTÁS PIDIENDO, MAÑANA MISMO IREMOS AL TALLER DE DON BETO”.
El religioso sabía que el buen Dios le había dado la primera de las respuestas
favorables a sus proyectos, pero también un alivio a sus preocupaciones. Así transcurrió aquel domingo de la Santa Cuaresma de 1968, pero el tiempo apremiaba y se acercaban los días grandes del Triduo Pascual que iniciarían el Jueves Santo 11 de abril. No había tiempo qué perder.

A la mañana siguiente, el Padre Cruz Revolorio acudió con la fémina que apoyaba voluntariamente a su párroco con la atención de los asuntos de la oficina, durante los días laborales, para la obtención de algunos pliegos de cartulina blanca, y al filo del mediodía, se elaboraron previa autorización de aquel y de las propias manos de nuestro protagonista, sendos carteles que anunciaban la realización de aquel BINGO en las instalaciones del colegio consagrado a Nuestra Señora de Guadalupe, cuyos fondos servirían para sufragar los gastos de las próximas actividades de la Semana Mayor, incluyéndose la elaboración de los ropajes para las sagradas imágenes, que desfilarían procesionalmente por aquellas calles y avenidas de las zonas diez y catorce de la Ciudad de Guatemala.
Eso sí, se solicitaba a los fieles con posibilidad de hacerlo, que fuesen donados algunos premios y regalos para las personas cuyos cartones resultaren favorecidos por el bingo, luego del canto de los números respectivos con ocasión de la actividad, misma que se realizaría el siguiente sábado.
Adicionalmente, el presbítero elaboró varios carteles que poblaron no solamente los canceles de aquel recinto religioso, sino otros lugares del barrio cuidadosamente seleccionados, en los cuales se solicitó el apoyo con donativos de alimentos y platillos, tanto típicos como salados, para su venta en los siguientes domingos después de la celebración de la Santa Eucaristía, para el mismo fin.

Y conforme había sido ofrecido a los organizadores de las procesiones, el día miércoles de aquella semana, se doblaron en forma sumamente cuidadosa una túnica del Nazareno, otra del Sepultado, un manto y una tunicela para la Dolorosa y finalmente el sudario que correspondía a Jesús Resucitado.
Las piezas fueron envueltas utilizando papel para envoltorio y otras telas, y en horas de la tarde el Padre Salvador abordaba un taxi que generalmente se estacionaba en las inmediaciones del Mercado de “La Villa”, cuyo destino era la residencia donde habitaba doña Hilda, fina costurera de las prendas y ornamentos de los Padres del
Seminario, quien residía en las proximidades de la Avenida Bolívar de la zona tres.
Por fortuna, el abnegado Sacerdote encontró a media tarde, y con el fuerte calor de la época a la costurera, quien le dio la más cordial de las bienvenidas a su residencia, donde también se ubicaba su taller. Y después de explicarle el objeto de su visita, y de mostrarle las preciosas cargas religiosas que le acompañaban, Salvador elevó una oración a la Sagrada Familia, quien siempre lo ayudaba en los momentos de apremio, para que lograse obtener una respuesta favorable de su interlocutora, en torno a la elaboración de las piezas sagradas requeridas, aunque de momento la única respuesta obtenida de aquella dama culta de grises cabellos, fue un silencio rotundo y una cara de admiración que a nuestro personaje a pesar de su entusiasmo más bien le pareció una especie de bofetada.
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“Mire Padre, usted me pide la elaboración del vestuario para las imágenes en apenas tres semanas y media, y tengo ya varios compromisos no solo con las casullas de sus colegas del Seminario, sino también con túnicas de cucurucho, vestidos y otras prendas que me vinieron a pedir desde hace meses, y encima con bordados en hilo de plata que no solo es difícil de conseguir, si no particularmente llevan un trabajo sumamente fino. Así, honestamente, no puedo comprometerme…”.
Ahora el silencio y el rostro, que reflejaba tristeza y frustración, se trasladó al Reverendo. Al verlo, doña Hilda se conmovió y al mismo tiempo compadeció, y dándole continuidad a la conversación, le dijo en tono sereno y de pronto esperanzador: “Pero mire, hagamos algo, esto es lo que se me está ocurriendo para ayudarlo, tengo un par de patojas que son mis sobrinas quienes me están ayudando a sacar algunos de los trabajos que tengo para esta época, incluyendo un par de túnicas. Así que formaremos un equipo y DIOS mediante, no sé cómo, pero para la Semana Santa, usted cuente con sus piezas ¡”.

El rostro del religioso pasó en décimas de segundo de la preocupación y el desasosiego a la alegría sincera, que reflejaba más que eso el alivio para cumplir con su comunidad. Y luego de cotizar y negociar el precio y del pago del anticipo convenido, con los fondos que el Párroco amablemente facilitó, se definieron los colores de las prendas que cada imagen luciría en sus cortejos: Para Jesús Nazareno se decidió el color verde; para la Santísima Virgen el morado; para el Cristo Yacente el gris plomo, y el sudario para el Resucitado sería el rojo de la alegría. Eso sí, lo que definitivamente sería imposible por razones de tiempo, es que las túnicas ostentaran bordado en hilo de plata, pero la costurera idearía algún tipo de estampado que realzara la pana que se adquiría en “Almacén Los Dos Leones” en la zona uno. Finalizada la diligencia, el Padre Cruz Revolorio no pudo, sino despedirse de aquella gentil dama con un abrazo sincero de gratitud y le impartió su bendición, retornando en el Taxi que le esperaba, de retorno a su Parroquia al caer la tarde.
La promesa del vestuario estaba encaminada, ahora, a conseguir el conjunto musical para tres cortejos de Jueves, Viernes Santo y sobre todo Domingo de Resurrección.

Al volver a la Villa de Guadalupe, acudió directamente ante Jesús Sacramentado para agradecerle por la fuerza y sobre todo el resultado de sus gestiones, que poco a poco estaban dando cumplimiento a la promesa que le había efectuado a Dios antes del Miércoles de Ceniza. Y durante los días siguientes, después de consultar con amigos y conocidos, respecto de la posibilidad de conseguir una nueva banda de música, un feligrés que asiduamente acudía a la Santa Misa dominical y que laboraba en el Ministerio de la Defensa, le comentó acerca de la solicitud que habían recibido en ese mismo año de parte de la Hermandad de Jesús Nazareno de la Merced de la Antigua Guatemala, a través de un señor de apellidos González Barrios, para que miembros de la Escuela de Equitación Castrense como jinetes con sus correspondientes caballos, participaran en la solemne procesión del Viernes Santo en la Ciudad Colonial como caballería romana, y dada la apertura de servicio del gobierno, por qué no acudía a las instalaciones de la Escuela Politécnica allá por la Reforma, para solicitar la participación de la Banda Marcial de dicha institución.
De más está decir que el lunes temprano, nuestro personaje central caminó hasta inmediaciones del Obelisco, donde abordó una unidad color verde musgo de la línea número “2”, y elevando una plegaria al altísimo durante el camino, se dirigió hasta las instalaciones castrenses, para hacer formal pedido en cuanto a la participación de aquel conjunto musical.
Continuará…