El síndrome respiratorio agudo severo coronavirus 2 (SARS-CoV-2), el virus que causa la enfermedad por coronavirus 2019 (COVID 19). Foto La Hora / Envato - Por mblach

Cuando se presenta una epidemia mundial, las dimensiones biológicas, cognitiva y social de todos los pueblos se ven afectados. Sin embargo, un enfoque integral y sistémico para combatirlas y erradicarlas cuando aparecen, en la actualidad aun no encuentra una amplia aceptación y en la OMS se discuten desde hace décadas las estrategias y políticas que se deben establecer al respecto. Todo parece indicar que los intereses económicos y políticos prevalecen sobre lo que marca la ciencia y la técnica e impiden acuerdos y soluciones. Lo económico priva sobra la salud y la vida.

Veamos con un ejemplo lo que pasó con la pandemia de COVID-19 que recién cumple cinco años de su aparición. Hace unos 70 años o quizá un poco menos, el coronavirus, covid-19 se originó en los murciélagos, se transmitió a otro mamífero y a fines de noviembre o principios de diciembre de 2019, desde ese mamífero aún no identificado, encontró un huésped humano en Wuhan, China y ahora se ha propagado por todo el mundo. Esa versión se acompaña de otra que afirma que el virus de la epidemia mundial covid-19 se produjo en el laboratorio. La verdad sobre el origen aún no se aclara.

Siguiendo la historia de esa epidemia, un 22 de enero del 2020; dos días después de que China hiciera pública la amenaza para la salud pública que representaba el virus recién descubierto, el Director General de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus hizo sonar una nota de alarma, describiéndolo inicialmente como una “enfermedad respiratoria febril de etiología desconocida procedente de Wuhan, China”, y pidió a todos los países que se tomaran en serio la amenaza e implementaran, sin llamarla una emergencia de salud pública. No será sino después de consultas con los chinos, en que la OMS cambió de rumbo y la declaró una emergencia de salud pública el 29 de enero, “actuando con más decisión y firmeza que en epidemias anteriores” como lo afirmaba el mundial periódico New York Times en su edición del 30 de enero.

Luego de algunas semanas, mientras el mortal virus se propagaba rápidamente por todo el mundo y Estados Unidos no se salvaba de ello, movido por no sabemos qué intereses e ideas provenientes al menos no del mundo científico, la administración Trump de aquel entonces, entre otras medidas culpó a la OMS y a su Director General por no actuar antes, incluso recortó su financiamiento a dicha organización, mientras la enfermedad se propagaba con gran rapidez dentro del territorio, sin que se le prestara la debida atención, incluso se subestimó su importancia severidad y gravedad. Ese ejemplo lo siguen otros países y ante la indiferencia y un plan de acción universal, el control de la pandemia fracasa.

Hay un dato de esos primeros momentos que suele olvidarse. Un artículo (19/20 de abril 2020) en el también famoso Washington Post, cita opiniones respecto a la gravedad de la pandemia ya en curso, emanadas de funcionarios estadounidenses e internacionales de salud pública, y de una docena de investigadores médicos y expertos en salud pública estadounidenses, que estaban trabajando a tiempo completo en la sede de Ginebra de la OMS cuando surgió el nuevo coronavirus a fines del año 2019. Ellos transmitieron información en tiempo real sobre sus descubrimientos y la propagación del mal en China de una enfermedad respiratoria altamente infecciosa, a la administración Trump. Ya para marzo 2020, la OMS había denominado al virus “SARS-CoV-2” y a la enfermedad que provoca en los humanos, “COVID-19”. Ya para entonces, muchos científicos (no así algunos gobiernos) señalaban que no existía evidencia de que el SARS-CoV-2 hubiera sido diseñado genéticamente por mano humana, pero tampoco sin evidencia suficiente de que fuera una mutación natural.1

El tipo de virus causante de Covid-19 no era nuevo en los laboratorios del mundo. 18 años antes, principios del siglo XXI, la epidemia del SARS emparentado fuertemente con el SARS-CoV-2 había encendido alarmas y desde entonces se habían descubierto una gran cantidad de coronavirus relacionados con el síndrome respiratorio agudo severo (SARSr-CoV) en su huésped reservorio natural, los murciélagos. Entonces era evidente que investigaciones anteriores habían demostrado que ciertos SARSr-CoV de murciélagos podían infectar a los humanos. También tempranamente en la epidemia, se había descubierto el alto parentesco genético del virus de pacientes con COVID-19 con el virus SARS-CoV y que tenían el mismo receptor de entrada celular: el ACE2. No está demás mencionar que en esos 18 años que mediaron entre ambas epidemias, la OMS había realizado variados intentos por establecer un adecuado programa mundial de preparación, control, tratamiento y seguimiento de epidemias, con poco éxito.

La verdad en este tema es que aun en la actualidad cuál es el huésped del virus y cómo entró en los humanos, continúa siendo un enigma y es indudable que con solo el análisis genómico de virus aislados de pacientes, no se logra armar el rompecabezas y aún falta para que sus piezas encajen. El vapuleado murciélago sigue siendo el malo de la película, pues ha sido culpado con mucha veracidad en ello, de ser el que porta y transmite algunos de los virus zoonóticos más letales del mundo: el ébola, el virus de Marburgo, el virus de Nipah y el patógeno que provoca el síndrome respiratorio agudo severo, el coronavirus SARS, por nombrar algunos. Así nos lo han hecho saber muchos científicos dedicados a meterse en cuevas, trepar árboles, violando las guaridas de los murciélagos a distintas alturas, extrayendo muestras de sangre y estudiándolas y analizándolas en laboratorios. 

En esa historia de murciélagos y virus, hay algo que ha intrigado a muchos y desde hace mucho y es el por qué los murciélagos no parecen enfermarse debido a sus cargas microbianas inusualmente altas. Recordemos solo como contraste que la cepa del coronavirus SARS responsable del brote de 2003 que enfermó a más de 8,000 personas en todo el mundo, mató a casi 800. Pero también hay que recordar que muchas veces, el murciélago solo es un huésped intermedio que facilita la aparición del virus en los humanos y es otro animal el que actúa directamente con su contacto para contaminar al hombre. Eso no le resta responsabilidad al murciélago. Recordemos que la experiencia por descubrir el reservorio en el SARS-CoV propició que científicos y epidemiólogos realizaran pruebas en varios animales para descubrir el reservorio natural del  SARS-CoV-2 y lograron demostrar que los murciélagos de herradura, son los huéspedes naturales de este coronavirus. Este descubrimiento facilitó la realización de investigaciones posteriores y no solo se aislaron desde entonces de murciélagos muchos coronavirus relacionados con el síndrome respiratorio agudo severo (SARSr-CoV), sino que también se les culpó como el reservorio natural de más de 100 otros virus, incluidos los virus que hemos mencionado arriba.

Y entonces en cualquier mortal surge otra duda ¿Por qué y cómo los murciélagos son capaces de portar y propagar tantos virus? Parece que China es rica en murciélagos y variedad de especies y muchos de sus hombres de ciencia se han dedicado a estudiar ese reservorio natural y uno de ellos el doctor Wudan Yan ha señalado que ello puede ser debido a múltiples causas y ha mencionado entre otras que:

  • El estilo de vida de alta densidad de los murciélagos, genera una tormenta perfecta de transmisión viral.
  • La enorme diversidad dentro y entre las especies de murciélagos, que representan aproximadamente el 20% de todos los mamíferos.
  • Los murciélagos vuelan a lo largo y ancho del planeta llevando los virus a más áreas que la mayoría de los mamíferos.
  • Inmunidad y temperatura corporal creada por el vuelo elevado.

Mucho de ello suena a chino en nosotros, pero hay esperanzas que precisemos mejor en los próximos años, los conocimientos sobre el virus y su enfermedad. Tal conocemos el genoma del murciélago; ya existen inmunólogos de murciélagos. La doctora Michelle Baker, inmunóloga de murciélagos de la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth (CSIRO), entre sus hallazgos menciona que los sistemas inmunes de los murciélagos están siempre activados y tienen solo tres interferones, una fracción de la cantidad de interferones que se encuentran en nosotros. Ella ha señalado que “Si podemos redirigir las respuestas inmunes de otras especies para que se comporten de manera similar a la de los murciélagos, entonces la alta tasa de mortalidad asociada con enfermedades, como el ébola, podría ser cosa del pasado”.

En la actualidad tanto científicos como la gente cree que con el tiempo, el COVID-19 pasará de ser un grave peligro para la salud pública a comportarse y parecerse más a la gripe que el SARS y por supuesto a ser menos mortal.

Hablemos entonces de cómo se trasmite entre nosotros: Se ha descubierto que el genoma del virus no tiene ADN (y, por lo tanto, no es capaz de multiplicarse fuera de un huésped biológico, otro animal o planta), sino solo su ARN, que sin un huésped biológico es inerte. Hay muchos datos sobre cómo el MERS, el SARS y otros virus respiratorios se transmiten de persona a persona, y eso se debe principalmente a la exposición a gotitas de la tos o los estornudos, y si estas gotitas llegan a la nariz, los ojos o la boca de otra persona, pueden transmitir el virus. En casos excepcionales, una persona puede contraer una enfermedad respiratoria de forma indirecta, “al tocar gotitas en superficies y luego tocar las membranas mucosas de la boca, los ojos y la nariz”. Por eso, lavarse las manos fue una importante medida de salud pública en todo momento. Debemos considerar que la situación con respecto al COVID-19 sigue siendo fluida y cambia rápidamente día a día. Es muy difícil predecir algo.

A la pregunta de si ¿Sabemos quiénes son más susceptibles a morir de covid 19? En parte podemos responder que si en parte no, porque no sabemos las causas de esa susceptibilidad necesariamente. Sabemos que los pacientes de mayor edad, con presencia de enfermedades crónicas ya sean únicas o múltiples son los más susceptibles. También sabemos sobre costos. Entre más severidad y complicaciones imprime la enfermedad, más dramáticamente aumenta su costo. Un estudio realizado en India evaluó los costos directos médicos por factores de costo. De 400 pacientes estudiados, el 90% se recuperó y el 10% murió y de estos 294 tenía al menos una enfermedad preexistente cuando se contaminó.

Creo que para concluir este artículo, las palabras pronunciadas por el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus en la apertura de la 73ª Asamblea Mundial de la Salud (AMS) en mayo del 2020 que tienen toda la vigencia actual vienen al caso:

La pandemia de COVID-19 ha sacado lo mejor –y lo peor– de la humanidad y ha expuesto las fallas, las desigualdades, las injusticias y las contradicciones de nuestro mundo moderno. Informaba a los gobiernos. Y hablando de las estadísticas de aquel entonces aseveraba: “las cifras ni siquiera reflejan la realidad de esta pandemia. Cada pérdida de vida deja una cicatriz en las familias, las comunidades y las naciones. Las repercusiones de la pandemia en la salud se extienden mucho más allá de las enfermedades y las muertes causadas por el propio virus”. Y lamentaba que no nos hubiéramos unido como naciones del mundo para enfrentar la crisis sanitaria que define nuestro tiempo. 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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