Foto: mstandret/Envato
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Para ningún médico resulta inusual, el llamado ya sea de un familiar o una madre diciéndole a media noche “parece que mi hijo está gravemente enfermo”. Y que a ese decir con gravedad, le siga una descripción de síntomas, fiebre, tos, todo tipo de cosas y luego la advertencia de la nueva generación de médicos: llévelo a la emergencia, ahí llego.

Muchas veces me he puesto a pensar que el médico aun de los cincuenta del siglo pasado, de los sesenta todavía, tenía algo más suerte que el actual, ya que el número total de enfermedades que manejaba entonces era mucho menor que hoy. Incluso la generación de los setenta “se agitaban” lo más y como promedio con cien enfermedades. El estudiante moderno tiene la oportunidad de «elegir» enfermedades entre una «paleta» mucho más rica. Según la fuente más autorizada: el catálogo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de cinco mil enfermedades amenazan a los habitantes actuales de la Tierra.

¿No estaremos exagerando? me pregunté el otro día y consulté con varios médicos y tratados. Lamentablemente no, ahí están y usted también con su pregunta ¿De dónde vinieron todas ellas?

Así es, no aparecieron por azar. ¡No! Algunas de las viejas enfermedades se dividieron más según se iba conociendo qué y cómo se producían, otras se añadieron a las ya conocidas y muchas, pero muchas, existen desde tiempos inmemoriales, desde que el hombre se hizo humano. La ciencia simplemente tuvo que ganar fuerza de conocimiento y elaborar técnicas, acumular ambos para comprender, liberar e identificar todos los complejos mecanismos de su aparición (patogénesis, dicen los médicos) y su curso clínico (cómo mejor tratarlas). Para darle un ejemplo, para las infecciones del aparato digestivo en la década de los cincuenta o sesenta solo había dos o tres tratamientos de los mismos, ahora según sea el bicho que causa las molestias hay un tratamiento más específico. Y así podríamos hablar de todos los tejidos y órganos del cuerpo.

Pero ahora de nadita inventan enfermedades –afirman unos. Para empezar hagamos una aseveración: no saber de la existencia de una enfermedad no significa no padecerla. Estudios especiales realizados en diferentes etapas del desarrollo de una enfermedad por médicos en distintos países del mundo, han establecido, por ejemplo, que las momias de los faraones conservan rastros mortales de enfermedades hereditarias y oncológicas que no se han borrado durante milenios, y algunos de los gobernantes egipcios padecían tuberculosis ósea. Seguro que mucha de esa gente no lo sabía. Igual pasa ahora, hasta que no aparece algo que nos es anómalo a nuestro comportar del cuerpo y a nuestra observación, ignoramos padecer de algo. Mire usted:  muchos no se toman la presión arterial y ya tienen cambio en la misma, a lo mejor usted es uno de ellos.

En todo esto hay algo de aterrador, ¡si! aterrador como lo oye. Con excepción de pocas, la mayor parte de la gigantesca lista de dolencias que ahora llenan las clínicas de los médicos, a lo largo de la mitad del siglo XIX hasta nuestros días -hablamos de 200 años- han aumentado en magnitud y número y es un triste aporte de la humanidad a la sombra del progreso científico y tecnológico ¡qué contradictorio no! Y algo aún más triste: eso se da a la luz de que ahora nada en la vida es gratis, y por conveniencia y confort, la gente moderna rinde a la urbanización uno de los tributos más pesados ​​que jamás haya pesado sobre nuestra raza y lo más trágico en todo esto, la accesibilidad a una medicina reparadora y controladora, solo está en manos y accesible a menos de la mitad de la humanidad.

Ruido e inmovilidad ¡qué importa! ¿por qué caminar, si hay automóviles, aviones, metros, trenes y barcos?, contaminación ambiental y desperdicios de miles de químicos a diestra y siniestra, numerosos factores de producción negativos y llenos de nuevas sustancias químicas, incompatibilidad psicológica con quienes viven y trabajan cerca, problemas sociales desde el vientre materno,  aspectos de relaciones humanas en diferentes países del mundo: aquí está el origen de esa innumerable lista de enfermedades que penden como una espada de Damocles sobre la humanidad moderna es la conclusión en todas partes del mundo. Y entonces las preguntas dentro del mundo de la medicina cambian a dos: ¿es posible suavizar todos esos inconvenientes y cómo? Tanto en el aspecto médico-biológico como social se reúnen en una lucha contra la enfermedad. Pero, por desgracia, fuerzas destructivas relacionadas con la ambición y el egoísmo humano, provocan intrusiones irrazonables en la naturaleza, en sus mecanismos íntimos, cada vez con mayor fuerza y peores resultados.

En nuestro país, las generaciones viejas son testigos mudos del resultado de un uso tan derrochador de la naturaleza: la vegetación natural y los animales naturales van desapareciendo en todo el territorio. Los ríos, motivo de vida familiar y fuente de alimento en cercano antaño, se van convirtiendo en ríos muertos en los que (debido a la escorrentía de desechos hogareños e  industriales) cesa la vida biológica normal. La tala se hace sin moderación. El daño al medio ambiente es tan significativo que la situación actual ha sido denominada crisis ambiental. La industria y la agroindustria emiten cada segundo, gases tóxicos a la atmósfera, que regresan a la Tierra en forma de lluvia ácida y quien sabe cuántas cosas más, volviendo cada vez más cierto el dicho de nuestro viejo maestro de epidemiología “los médicos viven ahora gracias a la estupidez humana”.

Así que, en este mundo tan alarmante, que vive bajo el peso de crisis permanentes naturales, es muy posible que más que la amenaza de una guerra nuclear, la vulnerabilidad y la indefensión del «grande» y «omnipotente» Homo sapiens, termine por causa de su abuso cometido contra la naturaleza en una sociedad inundada de enfermos.

La historia, como sabemos, no puede detenerse ni por decreto ni por orden. Y todos los llamamientos utópicos al “regreso a la naturaleza”, que suenan cada vez más fuerte en todo el globo, siguen siendo la posición ingenua de un avestruz que esconde la cabeza en la arena ante el peligro. La revolución científica y tecnológica avanza por todo el planeta con el pesado paso de los robots y la IA… Entonces, ¿dónde está la salida? ¿Es posible romper el círculo vicioso de la crisis medioambiental? Y la gran pregunta ¿estamos aún a tiempo? Vivimos en un país aún hermoso y verde, pero la historia nos ha enseñado que en cuestión de poco tiempo la cosa puede cambiar. La epidemiología nos ha mostrado que mantener la salud ya no es cosa de ir al médico y atiborrarse de pastillas. Tanto la naturaleza como el cuerpo humano, no podemos olvidar que no olvida nada ni perdona nada, o como decían nuestros antiguos ante la muerte y la enfermedad: “Pasó lo que tenía que pasar”. El boomerang de la salud dañada de la Naturaleza que estamos causando, regresa una vez más al propio “alborotador” y daña su salud física, mental y emocional. Todos lo entendemos: la gran mayoría de enfermedades terribles son el triste resultado de la interacción del cuerpo con un entorno que se transforma rápidamente sea natural o social. Todos lo entendemos, pero muy pocos lo concientizamos y aceptamos.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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