Como ciudadano y profesional y ocasional contribuyente con artículos, a la prensa diaria, me considero en la obligación de escribir no solo a mis colegas y al público sino a mí mismo sobre nuestro trabajo profesional.
Un hacer de escritor y divulgador, es algo diferente a un hacer profesional clínico y de salubrista. Aquel que ha dedicado su vida a transmitir hechos, noticias y comentarios a los demás, adquiere una gran responsabilidad con el mundo contemporáneo y con el mundo futuro de una Nación, con el profesional, con las personas que le han encomendado o que le buscan confiando en él. El que escribe, tiene compromiso con el mundo actual, porque la manera cómo presente los hechos y la interpretación que a estos les dé, tiene una gran influencia sobre el modo de pensar sobre el proceso salud-enfermedad de miles de personas; y con el mundo futuro, porque sus escritos van a ser considerados, por los historiadores como la realidad del mundo actual. Es cuestión de conciencia más que de cualquier cosa. Como profesional de la salud su responsabilidad con el mundo actual es de brindar atención a la salud o recuperación de la misma a individuos y poblaciones dejando a un lado todo lo demás.
Esas dos cosas nos dicen de la tremenda importancia de un profesional de salud como escritor y como responsable a cargo de la salud individual y colectiva. Por eso es pesaroso ver cómo algunos dedicados a ambas cosas, toman su profesión a la ligera, y peor aún, la hacen un medio de sus pequeñas rivalidades, odios o amores y aun peor, más motivo de beneficios personales y sacrificando verdades. Lamentablemente el número de los que engrosan las filas de esta última situación, es cada vez mayor.
Aunque, naturalmente, el médico, como el científico, el artista, el técnico, como el político, como todos los demás hombres, tiene y comparte las cualidades y defectos de todos los humanos y se ve fuertemente influenciado por los principios valores y tradiciones del medio en que se desenvuelve, olvidándose que, su especial responsabilidad lo debería hacer más consciente y preocupado por el bien ajeno y no por sacar de bolsa ajena a costa de un verdadero amor a la verdad y la atención al prójimo. Como toda persona que tiene poder, el médico debería ser cuidadoso con el ejercicio de dicho poder. Obviamente, puede hacer mucho mal o mucho bien. Y mucho de lo que el público piensa y la manera cómo reacciona, depende de lo que lee en la vida y el actuar de esa persona en su ejercicio profesional y por supuesto si además es escritor, de lo que dice y publica, de lo que le oye en la radio o de lo que le ven en la televisión y en las redes sociales. Por eso, las principales cualidades del médico escritor y en ejercicio profesional, deberían ser sus cualidades éticas. Desgraciadamente, esto no siempre sucede y me atrevería a decir sucede cada vez menos.
Como promotor de conocimiento, el profesional está obligado a la difusión de verdades que apoyen el bienestar humano. Es un mandato y mientras estas sean más extensas en saberes y complejidad, serán más beneficiosas para las personas a su cargo y los que lo leen luchando sistemáticamente en contra de la oscuridad, el aislamiento, la ignorancia o el desconocimiento mutuo, en la actualidad tan abundante y tan fortalecido por falsas difusiones e interpretaciones.
Aunque siempre la verdad no sea agradable -y a veces ni siquiera conveniente- es preferible en general, a la mentira. El engaño deliberado no debería justificarse y acá una de las condiciones que muchas veces choca entre el profesional en ejercicio y ese mismo profesional como escritor “No cumple con lo que predica”.
En una época, fue apenas la palabra hablada la que efectuó la difusión de los conocimientos. Después vino la escrita. Con los avances de la técnica, llegamos hasta el libro; más tarde las revistas difundieron todo mucho más rápidamente; después vinieron los periódicos, la radio y la televisión, y finalmente llegó el fenómeno moderno que algunos llaman “la explosión de las comunicaciones electrónicas’’. La mayoría de médicos se dedica a la difusión por la palabra dándole prioridad a ese “id y enseñad” específicamente solo en los pacientes y muchas veces y muchos tergiversando a su favor o parcializando verdades y actuaciones incluso dentro de sus colegas. Desafortunadamente, como se ha demostrado, eso no se da poco.
Muchas veces lo que tiene que decirse va contra colegas, las propias instituciones académicas y científicas, las instituciones políticas, y se calla por temor a ser excluido como paria. Por ello entre colegas se ha discutido si este fenómeno (escritor y prestador de servicios a la vez) es favorable de hacerse. Argumentos hay en uno y en otro sentido. Pero es evidente que las comunicaciones, como muchas cosas, no son malas o buenas en sí mismas, sino de acuerdo con el uso que se haga de ellas y el contenido científico que tengan. De ahí el valor elevadísimo que en este campo tiene la ética. Una ética humana y social que ponga por encima de los éxitos individuales personales, de falsedades y errores que se están cometiendo con tal de favorecer consideraciones económicas, políticas, nacionalistas o religiosas y dejando relegados los altos postulados de veracidad y justicia que demanda el bienestar universal, la verdad y la honestidad.
Todo médico debería ser un humanista universal en el más amplio sentido de la palabra. Sus intereses deberían ser sólo los intereses del ser humano. Ninguna limitación política, religiosa, nacionalista o económica, debería interponerse entre su importantísima tarea y el bienestar del ser humano universal. Esto parece ser, por ahora, una simple utopía y no en balde desde hace siglos las sociedades a través de sus escritores hacen ver esa debilidad médica a través de obras literarias y en ensayos serios médicos.
Mientras más se leen los periódicos, se oye la radio, se ve la televisión y se consultan las redes sociales y las bases de datos de internet de todo el mundo, más se encuentra uno con dos clases de fenómenos que han ido creciendo como lo demuestran los estudios que se hacen sobre los medios de comunicación: En un extremo nos topamos con la odiosa cabeza del fanatismo, la tergiversación y la falsa interpretación de los hechos, con fines limitados a intereses mezquinos; y en el otro extremo, más escaso que lo anterior nos topamos con el interés de algunos médicos con las más altas miras —por reconocer que su verdadera responsabilidad no está con su gremio, sus amigos, su país, con su religión, con sus limitadas convicciones políticas o con los que pagan su salario, sino fundamentalmente con la humanidad entera. Estos quijotes, como se les suele llamar no logran divulgar más allá de sus allegados y los Estados no se preocupan por darles oportunidad de ser oídos por más auditorio. Es este realmente el profesional que puede reconocer que su país, su religión o su gremio e incluso su formación también se equivocan y lo señalan con valentía. El que no es un maniqueo en el análisis del mundo de la salud y la enfermedad y de sus circunstancias; el que hace un gran esfuerzo por ver los puntos de vista de los demás, y -sobretodo- de la ciencia correcta y ética y de aquellos que no están de acuerdo con él. Esta última es la clase de médico que necesita el mundo. Una clase de médico que no es deformado por un afán de lucro sobre una obligación de servir, sino que, por el contrario, ve en su profesión una misión simultánea entre enseñar y servir y que es precisamente el que no está floreciendo. Médicos que tienen que ser, al mismo tiempo, técnicos en su profesión; artistas en su arte; científicos en su visión de los hechos que presentan o analizan; objetivos, sin que por esto tengan que ser insensibles; pero que -por sobretodo- sean hombres y mujeres buenos, que utilicen sus conocimientos, su arte y su técnica, sólo para hacer el bien.
No estamos hablando de misioneros, ni mucho menos fanáticos o ultracelosos por hacer el bien. Estamos hablando de hombres y mujeres normales, con una profesión importante, que la sepan utilizar en beneficio individual y colectivo. Esto se puede enseñar y estas ideas se pueden difundir, entre los que quieran tomar la profesión médica como una profesión. Es irresponsable que cualquier ser humano -no importa el grado de moralidad que posea- pueda utilizar un medio, tan poderoso e influyente como el ejercicio médico y la escritura, para causas personales o mezquinas. Por eso se ha propuesto que sea una profesión estrictamente reglamentada, porque tiene que ver con la vida y la muerte. A veces el difundir tiene con ello que ver en mucho mayor grado que el ejercicio clínico o salubrista, que se entiende con enfermedades y epidemias ya funcionando.
Lo malo de la reglamentación actual pública y privada al respecto, está en el cómo esta se encuentra estructurada y funciona y cómo ella se ha prestado a abusos de un gobierno deshonesto. En los lugares en donde no existe libertad, realmente libertad en todos los aspectos que determinan un ejercicio clínico adecuado y una atención a la promoción y prevención de la salud, es muy probable que existan cosas que se tengan que esconder. Eso en nuestro medio es pan de cada día. El ambiente de libertad es más conducente a una sociedad sana. En este sentido, la libertad de indagación y denuncia es comparable al papel que el mecanismo del dolor como proceso de advertencia a que algo anda mal juega en la enfermedad y el malestar de la persona. Sin este mecanismo, no habría detección y parada del mal y probablemente la supervivencia se vería muy limitada. Desde hace años, las comunicaciones sobretodo periodísticas registran lo que duele, lo que está fallando, lo que está funcionando mal dentro del SNS y la epidemiología nacional. Pero dada la mala voluntad política y de muchos sectores sociales, todo ha quedado en denuncia de anomalías. Eso queda demostrado al analizar las incidencias de los principales males: su persistencia y magnitud.
Todo gobierno inteligente y bueno, que esté verdaderamente preocupado por la salud y el bienestar de su gente, debe dar la mayor libertad a la comunicación objetiva de los hechos, pero eso no funcionará si no se tiene la conciencia política de transformar esas denuncias en leyes y reglamentos precisos y actos de cumplimiento. Pero debe cuidar también de que no se calumnie, se mienta o se malinterprete. La sociedad es un organismo vivo, con mecanismos de interrelación muy complicados y sensibles. La comunicación es una parte vital de un organismo avanzado y delicado, como es la sociedad moderna. Si no registran bien los hechos y no los transmiten con fidelidad y suficiencia debida, se deja inconclusa o enferma la solución. De la salud social y científica de nuestros profesionales médicos, es decir, de su ética, depende, en mucha medida, la salud del mundo.