La globalización tiene ya su buen tiempo de estar en marcha y por consiguiente todas las naciones, razas y continentes están impactados no solo por lo natural, sino también por lo demográfico, social y económico y el resultado general de esa interacción se ve en la salud del ser humano. Por ejemplo, se estima que en los países desarrollados que son los que llevan las mejores estadísticas, una de cada tres personas padece de trastornos nutricionales, ya sea por exceso o carencias. En esos mismos países, seis de cada diez personas que acuden a una consulta médica, sufren síntomas relacionados con el estrés y con sus consiguientes daños físicos ya sea enfermedades como diabetes, hipertensión, aterosclerosis, gota, problemas cardiovasculares, síndrome metabólico, cáncer y aceleración del envejecimiento, entre otras muchas, como de alteraciones mentales y psicológicas. Un tercio de la humanidad enferma y es entonces que el viejo mito de que los seres humanos estamos diseñados para tener salud y para ser felices se torna un tanto cínico.
Cierto -decía un filósofo- nacimos para ser felices, pero nos aburre y nos encanta la infelicidad y hay científicos que afirman que la tal afirmación si es cierta; que el problema surge cuando el diseño humano con tan solo cuatro millones de años, pero fruto de millones de años de evolución de la vida, choca contra los resultados de nuestro cerebro que se fue desarrollando y produciendo un modo y estilo de vida, que sin ton ni son, fue interviniendo no solo en lo que nos rodea sino en la estructura y funcionamiento de nosotros mismos, sobre nosotros mismos, creando roles que van desde lo que es un hombre y una mujer hasta nuestro propio desarrollo y en medio de esa vorágine de cambios biológicos y sociales, hay contradicciones aún no resueltas.
Empecemos por lo biológico, lo natural. Los cambios genéticos evolutivos suceden de forma muy lenta, en términos de decenas de millones de años se atreven a decir algunos. Por ejemplo, en los últimos 250,000 años, si aceptamos que por ahí anda nuestra vida como especie Homo avanzada, en ese periodo de tiempo, nuestros genes apenas han cambiado y agárrese la cabeza: menos de un 0,05%. Los optimistas de la ciencia en estos momentos ven no sin cierto temor, que en los próximos cincuenta años seremos capaces de romper el récord de ese tiempo evolutivo, algunos se atreven a decir que podremos modificar más del cincuenta por ciento de nuestra genética en cuestión de Horas minutos, quién sabe. Algo similar sucede con el cerebro, lento para evolucionar dentro de la sociedad y ambiente en que se desarrolla, será forzado a cambiar a marchas forzadas. De igual forma, las pasiones, las necesidades son las mismas desde el 90% de nuestra historia; repentinamente, desde hace unos cuatro mil años, se trasformó nuestro mundo de pensamiento, organización y funcionamiento social y se desarrollaron culturas con toda una serie de variantes que perduran. En comportamiento humano perdurable, basta con leer las tragedias y comedias griegas y latinas, para darse cuenta que no fue Freud el que primero entendió y divulgó la gran problemática humana de organización y de sus cualidades y defectos: pero todo ello está sufriendo de una aceleración que al cerebro le cuesta darle seguimiento.
Entonces bien cabe concluir que en realidad, en estructura y organización y funcionamiento a pesar de lo que hemos evolucionado y creado, física y mentalmente somos aún paleolíticos como algunos aseveran y ello porque portamos aún un genotipo de la edad de piedra. Nuestro diseño es el adecuado para vivir en las condiciones que se dieron en la prehistoria y acá la hipótesis de algunos, al romper con esa condición tanto en lo natural como en lo social, nuestro organismo no responde bien y se estropea con facilidad que en palabras rimbombantes significa “enferma”, cuando lo sometemos al estilo de vida de la presente era que ya tiene sus más de dos mil años de venir dándose. Y en lo mental la cosa sigue el mismo camino, no logramos abarcar la demanda ambiental, ni social. Resultado: comportamiento y mentalidad se estropean.
Pero, aunque no pensamos en lo dicho arriba casi nunca, mejor dicho nunca, ante la imposibilidad de llegar a lo perfecto, hemos simplificado la posibilidad de mejorar esa desadaptación producto de nuestra ambición por ir más allá, con resultados llamémosle aceptables. En efecto, según la Medicina Occidental y toda la medicina que puebla en estos momentos la tierra, para estar sanos y ser felices debemos de ajustar, lo más que podamos, nuestro cuerpo y mente a su diseño paleolítico y para eso, no se nos pide imposibles ni llegar a extremos como sería volvernos cazadores o tribus pequeñas y controladas entre sí. ¡No! Si usted quiere pensar un poco, para ser un buen paleolítico biológico, solo necesita controlar la alimentación y la actividad física y verá que le irá muy bien.
En eso de la alimentación solo se necesita adecuarla al cuerpo y no al estrés. Mucho del sobrepeso probablemente se debe a que nos alimentamos no conforme a necesidades celulares y corporales, sino a estímulos de humor, estado de ánimo y comportamientos. La dieta exige poco: placentera y adaptada a nuestro diseño; que sea justa y que sea variada. Oiga lo que nos dicen los expertos al respecto y trasládese un poco a esa época que duró más de cuatro mil años, o sea antes de lo que somos: sedentarios y urbanizados: Nuestros ancestros pasaban mucha hambre y nuestro organismo está diseñado para comer lo justo. Por otra parte, nuestro diseño evolutivo nos proporcionó los llamados «genes ahorradores» que a nuestros ancestros les proporcionaban una gran eficiencia para acumular en forma de grasa el exceso de comida, cuando se topaban (muy de vez en cuando) con abundancia de alimentos y ahora todo es al revés (usted me dirá: ya se aproxima el momento en que los genes ahorradores serán borrados del mapa y a hartarse hasta cansarse); se nos olvida algo: el sobrepeso y la obesidad no son alteraciones de nuestro diseño sino de nuestra conducta y comportamiento. Detrás de la obesidad, casi siempre hay trastornos de comportamiento y enfermedad mental también y es la obesidad, madre de otras enfermedades, suelen decir los endocrinólogos y nutricionistas.
Que sucedía por otro lado con esos caminantes eternos paleolíticos y ancestros nuestros: Pues aprendieron y acostumbraron a su organismo por miles de años, a alimentarse de gran variedad de alimentos diferentes y de origen diferente y eso les proporcionaba acceso a todos los nutrientes necesarios. Ahora registre usted en papel y lápiz lo que ha ingerido durante la última semana y se dará cuenta que no ha ingerido ni una decena de alimentos diferentes y si le analizan no sería raro que padezca de algunas deficiencias o de excesos indebidos, fruto de la dieta que lleva.
Pasemos ahora al otro tema: el ejercicio. Dese una vueltecita por el barrio y observe a los perros mascota que sacar a dar un paseo y se encontrará a muchos de ellos con sobrepeso u obesidad y unos ojos de aburrimiento que se los roba el sueño. Duermen todo el día. Elemental mi querido Watson diría Sherlock Holmes el ejercicio durante millones de años nos enseña que no se puede separar de la alimentación. En condiciones naturales, ningún animal mete en su organismo la energía de los alimentos sin haber gastado energía muscular para conseguir hacer eso de forma equilibrada y en eso hemos violado toda regla, aun con nuestras mascotas. Ellos y nosotros nos atracamos miles de kilocalorías sin mover un músculo para conseguirlas y sí la lengua que nos brinca. Los dos asesinos principales: Exceso comida y falta de ejercicio, a ellos hay que perseguirles.
Y hay algo que se nos olvida, pero que acá ya no hay espacio para tocarlo y lo haremos en la próxima nota: relación de ejercicio y dieta con lo mental ¿Por qué hay tantas personas obesas?
Bien cabe acá como reflexión final colocar acá lo dicho por Darwin: Las leyes que gobiernan la herencia biológica son completamente desconocidas (en la actualidad solo algunas diría yo, pero no se arma todo el rompecabezas aún); nadie puede decir (del todo) por qué la misma peculiaridad en diferentes individuos de la misma especie, y en individuos de diferentes especies, se hereda a veces y a veces no; por qué los niños retoman ciertos rasgos de sus abuelos o de sus abuelas, o incluso de otros ancestros mucho más antiguos; por qué una peculiaridad a menudo se transmite de un sexo a ambos sexos o solo a un sexo (más comúnmente pero no exclusivamente al sexo correspondiente).