Si vemos con ojos de salubristas a nuestro alrededor, observaremos que en Guatemala la salud y el bienestar están configurados de toda una gama de desigualdades, en función de la clase social y económica a la que se pertenece. Vivienda, ambiente sanitario, acceso y capacidad de compra de servicios, educación, y eso se presenta todos los días ante los ojos del trabajador sanitario como del investigador. Pude ser que el trabajador de salud, camino a su trabajo, pase frente una zona de un barrio rico y luego a los pocos kilómetros llegue a su trabajo a otro lado, en que sucede todo lo contrario.

Los barrios (no me atrevo a decir las comunidades) de una ciudad guatemalteca, se hable de la capital o las cabeceras departamentales y municipales, rara vez enfrentan uniformemente las demandas de salud y son características socioeconómicas y ambientales, las que dividen las necesidades de salud de esos barrios y su vecindarios, pero para muchos ciudadanos y familias de las áreas urbanas, esta es una realidad demasiado común y no causa entonces extrañeza que, de labios y mentes de los sociólogos y salubristas salga un: «Si vives en un lugar que ha sido marcado en rojo por las carencias de todo tipo, donde puede observarse que las industrias están contaminando el suelo o el agua, trasporte colectivos funcionando como vehículos de ganado; donde solo hay y existen prestaciones de todo tipo o marginales o de segunda categoría, falta de seguridad, de educación, pobres servicios básicos y carencia de áreas recreativas, etc., es de esperar entre esas poblaciones, un nivel enorme de tensiones ocultas; tensiones que suelen producir un impacto en la salud corporal y mental, que puede calificarse de devastador.

Las pocas investigaciones que se han realizado al respecto en nuestro medio desde hace algunas décadas, han mostrado que las personas que viven en áreas calificadas como marginales, experimentan tasas más altas de morbilidad y de mortalidad por enfermedades trasmisibles y no trasmisibles, y en algunos lugares se ha demostrado que eso resulta real, aun cuando se controle el estatus socioeconómico de los habitantes. De tal manera que cabe la hipótesis de que “Exista una conexión directa” entre ambiente de vida y esas tasas también y que cosas como disparidades de vivienda, condiciones sanitarias, malos servicios públicos, causen, funcionen y actúen sobre las disparidades en la incidencia y mortalidad de las enfermedades.

Está bien documentado que esa brecha en la propiedad de viviendas, servicios básicos de calidad como luz, agua, aire que se respira, manejo de desechos, contaminación industrial, es un factor sistémico de las disparidades en salud. En esto, la atención que preste el nuevo gobierno a los servicios de salud, es de vital importancia, pues en buena parte los aumentos del costo de la salud en atención que están teniendo los gobiernos, obedecen a mayor morbilidad de enfermedades, no solo infecciosas sino no infecciosas, que podrían solventarse con mejoramiento del ambiente y el hábitats.

Y de igual manera, el gobierno debe tener claro que el legado de la colonia y los siglos posindependencia que llevamos, ha propiciado una actualidad que permite y permea un sistema discriminatorio de préstamos crediticios y disparidades de ingresos, como factores que continúan impidiendo que las zonas habitadas por las personas de escasos recursos sean mejoradas, tanto por el gobierno como por las personas y ¡oh paradoja! eso a pesar de que se afirma que las décadas del siglo actual, constituyen un período de mayor generación de riqueza en nuestro país, y es entonces que resulta más que evidente, que las clases socioeconómicas de mayor necesidad en gran medida son excluidas de eso.
Así que bien cabe partir de una reforma sanitaria que tenga claro y se sustente en que hábitats inadecuados, crean disparidades en salud estratificadas.

Algunas de esas disparidades son fáciles de cuantificar: la exposición a contaminantes, la inaccesibilidad a alimentos nutritivos, la disponibilidad de centros de atención de salud cercanos, la falta o lo inadecuado de servicios básicos. A estas alturas del problema, no es posible que el sistema nacional de salud pase por alto que todas esas disparidades o desigualdades, al no considerarse, alimentan problemas de salud y recargan la solución de los mismos en ineficiencia y mayores costos y graves daños en el bienestar y salud de grandes sectores de la población. Solo como un ejemplo, el estrés crónico de vivir en hábitats deficientes o inseguros, se ha demostrado que exacerba la hipertensión y la diabetes. Otro ejemplo: la carga psicológica de la inestabilidad habitacional y de la dificultad de movilización al trabajo, puede contribuir a problemas de salud mental, incluidas la ansiedad y la depresión.

El enfoque de colaboración para abordar desigualdades debe preocuparse por unir tanto a funcionarios públicos como a la población y demanda de parte del sistema de salud, de una atención más holística y culturalmente competente a dichos problemas, tomado de base las disparidades de salud actual.

Tanto el sistema de salud, como los proveedores de atención médica, deben adoptar cada vez más estrategias que consideran los determinantes ambientales, sociales y económicos de la salud, reconociendo que factores como la vivienda, la educación y el empleo, la disponibilidad y acceso a servicios básicos, a los servicios financieros, están entrelazados con los resultados de salud.

Todo esto, representa un enorme desafío para el nuevo gobierno central y los municipales y un enfoque político multifacético de la colaboración para atender y amortiguar las desigualdades y abordar los innumerables desafíos en este tema. También indica la necesidad de reformar el dialogo político-sociedad y el actuar de las instituciones públicas. En otras palabras una política de salud de tal envergadura, demanda esfuerzos intersectoriales de colaboración no solo desde los marcos teóricos sino aplicativos también.
Es indudable que a nivel mundial, la pandemia claramente mostró que la salud pública debe reinventarse para el siglo XXI y señaló que el fragmentado, insuficiente financiamiento y falta de equidad del sistema de salud pública, quedó completamente corto no solo ante el problema de la pandemia sino en todos los aspectos. No canta tampoco mejor las rancheras el IGSS y el sistema privado. Un punto medular débil dentro del sistema de salud nuestro y que afecta las desigualdades, es que carece de liberalismo en su actuar. Una perspectiva liberal, significa considerar diferentes puntos de vista, celebrar las diferencias y permanecer abierto a la posibilidad de que se demuestre que estamos equivocados. Por el contrario, el enconchamiento sufrido desde antes de la pandemia (en parte debido a la corrupción) sofoca el debate y minimiza las opiniones disidentes.

La pandemia y los tiempos que estamos viviendo, se producen en medio de una increíble inestabilidad política, desinformación y abierta hostilidad hacia lo público. Todo ello se constituye en barreras que deben eliminarse si se quiere reformular un sistema de salud carente de polarización. No atender lo anterior, significa que nuestros esfuerzos para combatir las enfermedades infecciosas y otras amenazas a la salud, tendrán menos auditorio e impacto y las comunidades pagarán el precio con una morbilidad y mortalidad cada vez mayores y un gasto público y privado en la atención a la enfermedad mayor.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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