De tal manera que pareciera evidente que la creciente brecha entre los ricos y los pobres del mundo en su dependencia de los recursos naturales.
De tal manera que pareciera evidente que la creciente brecha entre los ricos y los pobres del mundo en su dependencia de los recursos naturales. Foto: Cortesía

Si observamos los grandes desastres sanitarios actuales, sus causas, notaremos que ellas obedecen a dos grandes desafíos: un estilo de vida y nuestra relación con la naturaleza. Es en medio de ese binomio que surgen preguntas fundamentales como: ¿Son sostenibles los tratos que tenemos con la naturaleza? ¿Cómo debemos percibir la Naturaleza? ¿cuál es una buena relación entre Humanidad y Naturaleza? ¿Deberíamos esperar que el crecimiento económico global experimentado durante las últimas seis décadas continúe en el futuro? Y finalmente una pregunta cargada de esperanza ¿Cuál es el estatus de la ciencia para compaginar esos dos mundos? Y otra derivada de esta ¿Deberíamos confiar en que el conocimiento y las habilidades aumentarán de tal manera que se reduzca la dependencia de la humanidad a la naturaleza a pesar de nuestra creciente actividad demográfica y económica y contaminación y producción de desechos y desperdicios? 

De tal manera que pareciera evidente que la creciente brecha entre los ricos y los pobres del mundo en su dependencia de los recursos naturales, es una consecuencia de esos crecimientos y patrones de desgracias tan disimiles y creo que nuestra nación y el mundo entero tiene gran responsabilidad en entender y reflexionar sobre las preguntas de arriba y eso a pesar que los debates contemporáneos sobre estas cuestiones datan ya de siglos, pero aún se mantienen vivas y ello obedece a que dos perspectivas empíricas opuestas los configuran. 

Por un lado, si miramos con lentes de biólogos y economistas, lo que podríamos llamar nuestro capital natural actual (acuíferos; pesquerías oceánicas; bosques tropicales; estuarios; humedales; la atmósfera como sumidero de carbono, nubes marronas y otros contaminantes), el biólogo nos respondería que hay evidencias convincentes de que al ritmo al que actualmente los explotamos, es muy probable que cambien drásticamente a algo peor para el humano y eso sin previo aviso. La desertificación en aumento, el agotamiento y contaminación de todo tipo de los mantos acuíferos superficiales, del ritmo de lluvias, vientos y temperaturas, son motivo de transformaciones negativas recientes, al igual que el desaparecimiento paulatino de ciertos vegetales e insectos y del deterioro de sus ecosistemas. Por su lado, el economista nos diría: la ciencia y la tecnología aumentan producción y las ganancias van al alza y dejaría a un lado cuestiones de ritmos de sostenibilidad y cambios climáticos. Finalmente, el epidemiólogo y el salubrista, al estudiar las tendencias en alimentación y consumo de alimentos, la epidemiología nacional, la calidad de vida y la esperanza de vida y los ingresos inequitativos registrados, dirían que hay muchas causas del aparecimiento y persistencia de las enfermedades pos industriales que actualmente son ricas en incidencia y prevalencia; pero el economista le diría que no hay problema la actividad farmacoindustrial y agrícola se enriquece y en aquellas que están en camino de enriquecerse, la escasez de recursos no afecta hasta ahora la economía mundial ni nacional.

Esas intuiciones y aseveraciones contradictorias, tampoco están ajenas a una tensión política y social, también chocante, que la gente comparte al ver el deterioro de su medio y la pérdida de biodiversidad que se extienden por regiones, poblados y sobre la disminución de la disponibilidad de leña, agua dulce, recursos costeros y productos forestales en una localidad tan pequeña como la aldea. Por eso los “problemas ambientales” y las “perspectivas futuras de bienestar humano y salud” se presentan de diferentes maneras para diferentes personas, pero actúan sobre lo mismo y al unísono.

Algunos economistas menos fanáticos sobre la producción, achacan los problemas ambientales al crecimiento demográfico, mientras que biólogos y salubristas los identifican con tipos equivocados de crecimiento económico, que implican, desde un consumo excesivo en los países ricos hasta un avorazamiento sobre materias primas, sin considerar a los habitantes vivos, de su explotación. Hay quienes ven los problemas ambientales de contaminación urbana, producto de las economías emergentes industriales, mientras que otros los ven a través del espectáculo de la pobreza en los países más pobres del mundo. Algunos aluden al “desarrollo sostenible” sólo cuando consideran el desarrollo económico en la economía global, mientras que otros lo ven en términos de las perspectivas de desarrollo de la nación y sus conglomerados poblacionales.

Cada una de las visiones puede ser considerada. Ahora sabemos que, a nivel mundial, lo que comienza como contaminación urbana se convierte con el tiempo en capas de nubes marrones atmosféricas cargas de partículas toxicas creadas por el hombre que en estimado, anualmente destruyen unos 2 millones de vidas y más de 100 millones de toneladas de cultivos y alteran vientos y se ven comprometidas en cambios naturales como derretimiento del hielo ártico y de la nieve. Bien afirma la OMS que ahora ya no existe un único problema medioambiental, sino un gran conjunto de problemas interrelacionados. El tiempo también tiene su juego en esto: algunos problemas se presentan hoy y ya, mientras que otras son amenazas para el futuro. Y en términos de espacio, también se presentan en diferentes escalas espaciales y operan a diferentes velocidades. 

Es claro y tampoco se pude negar, que el crecimiento de los contaminantes industriales y agrícolas, ha acompañado el buen desarrollo económico y de la cadena alimentaria, pero de igual manera es cierto, que las investigaciones en salud y sus resultados, puestos en medidas preventivas y curativas, no han podido seguir el ritmo de producción a esos cambios, por negligencia, maldad o simplemente por ambición de unos pocos. Esos desequilibrios entre salud y producción con tanta negligencia, son prominentes en países como el nuestro, que pueden ser explotados en sus riquezas sin control e indiscriminadamente, y ello a pesar de aumentos sin precedentes en el tamaño de la población mundial como en el nivel de actividad económica, sin que se tenga noción clara de regular las capacidades y explotación de los ecosistemas y la población humana. 

Son muchos ya los que aseveran que se necesita considerar con mayor claridad ese crecimiento desbalanceado y no echarle del todo la culpa a la reproducción humana. Así, se habla que, durante el siglo XX, la población mundial se multiplicó por cuatro (a más de 6 mil millones) y la producción mundial se multiplicó por 14, la producción industrial se multiplicó por 40 y el uso de energía se multiplicó por 16. La población ganadera productora de metano, creció al mismo ritmo que población humana, la pollera un tanto más y la captura de peces aumentó en un múltiplo de 35 y las emisiones de dióxido de carbono y azufre en más de 10. 

Es pues claro que la producción y nuestra relación natural tiene que ver mucho y diverso; por ejemplo, si hablamos solo de la producción agrícola, la aplicación de nitrógeno al medio terrestre procedente del uso de fertilizantes, combustibles fósiles y cultivos de leguminosas es ahora al menos tan grande como el de todas las fuentes naturales combinadas. Alrededor del 45 por ciento de los 45.000 a 60.000 millones de toneladas métricas de carbono que se aprovechan anualmente mediante la fotosíntesis terrestre (producción primaria neta de la biosfera) se están apropiando actualmente para uso humano. Se trata de estimaciones aproximadas, pero de ello es claro que la humanidad está chocando contra las limitaciones de la naturaleza tanto a nivel local como global. No en vano se califica la vida humana actual con el nombre de Antropocena.

Por otro lado, el crecimiento económico ha traído consigo mejoras en la calidad de una serie de recursos ambientales. La disponibilidad a gran escala de agua potable y la mayor protección de las poblaciones humanas contra las enfermedades transmitidas tanto por el agua como por el aire y la tierra, se han aliado con el crecimiento económico que esos países han disfrutado durante los últimos siglos. Además, el entorno físico dentro del hogar ha mejorado sin medida (cocinar que en nuestro medio sigue siendo en buena proporción a base de la quema de biomasa sólida y una causa central de enfermedades respiratorias). Sin embargo, poco se habla o nada sobre las cantidades de medicamentos y sus trasformaciones, que son vertidos al ambiente: mucho menos tenemos conocimiento de los peligros que suponen para toda la vida natural. Tampoco se tienen con claridad recursos para evitarlo.

A pesar de todos los hallazgos en torno a la degradación ambiental y natural, muchas personas están convencidas de que los avances científicos y tecnológicos, la acumulación de tecnología (maquinaria, equipos, edificios, carreteras), el crecimiento del capital humano (educación, habilidades) y las mejoras en las instituciones de la economía, pueden superar las disminuciones en capital natural. Pero la tragedia mayor para responder si eso es cierto, es que existe una desvinculación teórica y practica entre las ciencias sociales y las  ambientales y de salud animal, vegetal y humana para entender todo el fenómeno. Desde hace siglos de siglos, el hombre ve y considera a la naturaleza como un barril sin fondo, del que se pueden extraer recursos y servicios de forma aislada. Observe a la vez que los pronósticos macroeconómicos no solo de Guatemala, de toda la región, excluyen habitualmente el capital natural. La contabilidad de la naturaleza, se excluye y sin embargo lo único que preocupa es el llamado crecimiento económico, traducido al crecimiento del producto interno bruto (PIB) y creo que no de balde lleva la palabra bruto. El PIB, al ser el valor de mercado de todos los bienes y servicios finales, ignora la degradación del capital natural. Si aumentan la producción incontrolada de un producto vegetal, la tala, el uso indebido de aguas, el PIB aumenta. La moraleja es significativa, aunque banal: el PIB es inmune a las limitaciones de la naturaleza. 

No hay opción: Necesitamos urgentemente reorientar no solo nuestras políticas sociales y económicas, sino nuestra relación con la Naturaleza, para promover un patrón sostenible de desarrollo económico y social ¿será capaz de ello el próximo gobierno?

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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