. Carmela Corleto ajusta su mascarilla mientras mira por la ventana de su casa y espera su turno para recibir la vacuna contra el COVID-19, en Argentina. Foto La Hora/AP/Natacha Pisarenko.

POR NATACHA PISARENKO
BUENOS AIRES
Agencia AP

Carmela Corleto guardó una estricta cuarentena durante más de un año para no contagiarse del nuevo coronavirus. Sacrificó su independencia y reemplazó la compañía de familiares y amigos por libros, crucigramas y telenovelas. Y tras inscribirse para vacunarse tuvo que lidiar con una espera de varios meses por la escasez de inoculantes.

Finalmente, ayer recibió la primera dosis de la vacuna de AstraZeneca justo cuando Argentina atraviesa la segunda ola de la pandemia con unos 26,000 nuevos casos diarios en promedio, más de 2.7 millones de casos y 61,100 fallecidos en total y un sistema sanitario que se acerca al colapso.

«Me siento muy, muy, muy, muy, muy, muy feliz», dijo Carmela sacudiendo su melena rubia entrecana y algo despeinada. «Cuando me la iban dando me iba poniendo contenta, la reacción es instantánea», describió con su carnet de vacunación en mano mientras Argentina registraba un nuevo récord de fallecidos: 557 en un día.

Bajo el sol de otoño Carmela se sumó a un grupo de mujeres que tomaba clases de baile en un parque y bailó junto a ellas «Macarena», el clásico de Los del Río.
«Me voy a seguir cuidando, pero tenés un aliciente. Empezaste el camino para estar un poco más libre», celebró la mujer.

Carmela está dentro de poco más de la mitad de los adultos mayores de 60 años inoculados sobre un total de 7.3 millones en un país que fue de los primeros de Latinoamérica en iniciar la vacunación pero que por la demora en la llegada de dosis -que el gobierno de Alberto Fernández atribuye a cuestiones geopolíticas y la oposición a una incapacidad del gobierno para negociar con los proveedores- quedó rezagado detrás de Chile, Brasil y México.

«La vacuna para mí es el punto final, la luz después de todo el camino», reflexionó Carmela, quien posee una salud frágil tras someterse a varias intervenciones quirúrgicas por un fibroma y otras patologías. «Tenía claro que si a mí me agarraba tenía pocas posibilidades».

Divorciada, sobrellevó de manera estricta y solitaria el aislamiento social impuesto en marzo de 2020 por el gobierno en un apartamento de dos ambientes en Burzaco, un suburbio al oeste de Buenos Aires.
Acostumbrada a viajar y a las salidas con nietos y amigos, recurrió a la lectura, las telenovelas y las clases virtuales de baile para transitar el aislamiento. También la ayudó la fe. Habitual concurrente a la iglesia cada domingo, Carmela siguió las misas emitidas por el canal público.

Hasta estableció un código con su vecina: «Si a las 10:30 de la mañana mi ventana estaba cerrada era porque me pasó algo».

«Lo único que no perdí fue la esperanza. ¿Viste esa frase que no sé quién la dijo, ‘esto también pasará’? Bueno, yo quería que pase conmigo viva», reflexionó Carmela.

Los adultos mayores con vida social activa se han visto especialmente afectados por el aislamiento, con secuelas que van de la depresión al deterioro en la capacidad ambulatoria.

«El hecho de estar asilado es una medida preventiva que sin dudas tiene sus beneficios y muchísimos perjuicios. Lo que observamos es que en la población adulta el aislamiento provocó la pérdida de controles de enfermedades crónicas», afirmó a AP Julio Nemerovsky, presidente de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría. «También deterioró la salud psíquica, sobre todo en aquellos mayores con una vida familiar y social activa. Hemos visto aparición de cuadros depresivos que no existían».

Al respecto, el experto lamentó que en general los gobiernos no hayan tenido en cuenta que «la característica más importante del envejecimiento es la heterogeneidad. Dos personas mayores ni siquiera en la salud son iguales. Se ha caído… en la discriminación por grupos etarios».

Sin embargo, los expertos en gerontología advirtieron sobre el peligro de caer en la falsa expectativa de que las vacunas son completamente efectivas y pidieron mantener las medidas de prevención.
«Por suerte tienen una altísima inmunidad, pero no total. Si estoy dentro del 92% voy a estar inmunizado, pero si estoy fuera puedo caer en un contagio de COVID. Eso sí, menos agresivo, con disminución en la posibilidad de letalidad», indicó Nemerovsky.

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