Por LAURIE KELLMAN
TEL AVIV
AGENCIA (AP)
Una luz violeta bañaba el escenario mientras 300 personas, con barbijos y acatando las recomendaciones de distanciamiento social, estallaban en un aplauso. Por primera vez desde que comenzó la pandemia del coronavirus, el músico israelí Aviv Geffen había tocado su piano electrónico frente a una audiencia en vivo.
«Se está produciendo un milagro hoy aquí», le dijo Geffen al público.
La función del 22 de febrero arriba de un centro comercial al norte de Tel Aviv, sin embargo, no fue accesible a todo el mundo. Solo fueron admitidas personas con un «pasaporte verde», que corroborase que se había vacunado contra el COVID-19 o se había recuperado de una infección.
El concierto, muy controlado, ofreció un adelanto de lo que se viene. Los gobiernos dicen que vacunarse y tener documentación corroborándolo facilitará los viajes, la asistencia a espectáculos y otros encuentros sociales.
Esto, sin embargo, plantea la posibilidad de que se acentúen las divisiones según el nivel de ingresos y el acceso a las vacunas, creando dilemas éticos y logísticos que preocupan a los gobernantes de todo el mundo.
Otros gobiernos observan de cerca cómo los israelíes, que tienen el programa de vacunaciones más avanzado del mundo, lidia con el aspecto ético de esta dinámica en la que las vacunas son usadas como divisa y como muestra de poder.
Adentro de Israel, los pasaportes verdes o las certificaciones que se obtienen a través de una aplicación abren puertas. El país hace poco selló acuerdos con Grecia y Chipre por los cuales reconocerán las pruebas de vacunación de cada país y se esperan más acuerdos similares para apuntalar el sector turístico.
Quienes no quieran o no puedan inmunizarse «quedarán a un lado», dijo el ministro de salud Yuli Edelstein.
«Es el único camino a seguir por ahora», dijo Geffen en una entrevista con la Associated Press.
Los controles en la entrada del club nocturno, que admitió solo personas que podían demostrar que estaban vacunadas, generaron una sensación de normalidad.
«La gente no puede vivir su vida en el nuevo mundo sin estas cosas», señaló el músico. «Hay que vacunarse».
La vacuna, no obstante, no está al alcance de todos, ya sea por un problema de falta de suministros o de costos. Y hay gente que no quiere vacunarse por razones religiosas o de otro tipo. En Israel, un país de 9,3 millones de personas, solo la mitad de la población adulta recibió las dos vacunas requeridas.
El gobierno promueve intensamente la vacunación y la legislatura aprobó una medida por la cual el ministerio de salud puede informar acerca de quiénes no se han vacunado, para que distintas dependencias del gobierno «alienten a esta gente a vacunarse».
El gobierno trata de explotar el deseo de la gente de reunirse con amigos y familiares, de ir a las ferias callejeras, a conciertos como el de Geffen y a otros sitios públicos.
«El pasaporte verde te abre puertas. Puedes ir a restaurantes, al gimnasio, a espectáculos», decía un aviso del gobierno del 21 de febrero, día en que se reactivó buena parte de la economía tras una paralización de seis semanas debido a un rebrote.
«¿Cómo conseguir el pasaporte? Vaya y vacúnese ya mismo», agregaba la publicidad.
Vacunarse es sencillo en Israel, que tiene suficientes vacunas para inocular a toda persona mayor de 16 años. Pero muchos países no tienen suficientes vacunas. Y ahí surgen los dilemas éticos y morales.
«Un derecho humano básico es el de igualdad y no discriminación», dijo Lawrence Gostin, profesor de la Universidad de Georgetown y director del Centro de Colaboración sobre Leyes de Salud Nacionales y Mundiales de la Organización Mundial de la Salud.
«Hay una crisis moral muy grande en torno a la igualdad mundial porque en los países de altos ingresos, como Israel, Estados Unidos o los de la Unión Europea, probablemente tengamos la inmunidad del rebaño hacia fin de año», manifestó. «Pero en la mayoría de los países de bajos ingresos, el grueso de la población no será vacunada por años. ¿Queremos realmente priorizar a quienes ya tienen tantos privilegios?».
El tema empieza a inquietar a la comunidad internacional a medida que los países ricos logran progresos en la lucha contra el coronavirus y sus variantes.
En abril del año pasado, la OMS lanzó una iniciativa conocida como COVAX con el fin de hacer llegar vacunas a los países pobres casi al mismo tiempo que llegaban a las naciones ricas. Pero no logró su objetivo y el 80% de las primeras 210 millones de dosis aplicadas a nivel mundial se dieron en solo 10 países, según el director general de la OMS Tedros Adhanom Ghebreyesus.
Mientras en muchas naciones pobres recién se empieza a vacunar a la gente, en las ricas ya se habla de la logística de los «pasaportes verdes», la seguridad y la privacidad.
El gobierno británico dijo que estudia la posibilidad de emitir algún tipo de «certificación del status del COVID» en cada persona, que podría ser usado por empresas y organizadores de eventos grandes para admitir personas.
El primer ministro Boris Johnson admitió que semejante paso podría causar problemas.
«No podemos discriminar a quienes, por la razón que sea, no pueden vacunarse», manifestó.
Varios países de Europa se afanan por crear sus propios sistemas de certificación de las vacunas para tratar de reactivar los viajes, generando el riesgo de que los distintos sistemas no sean homogéneos y no funcionen en otras naciones.
«Hay un gran peligro de que esto no funcione», dijo Andrew Bud, CEO de la empresa biométrica facial iProov, que ensaya tecnología para un pasaporte de vacunas con el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido.
El aspecto técnico de los pasaportes puede ser más fácil de resolver que el moral.
El principal desafío es «ético, social, político y legal», señaló Bud. «¿Cómo equilibrar los derechos fundamentales de los ciudadanos… en beneficio de la sociedad?».