Por STEVE PEOPLES
NUEVA YORK
Agencia AP
El Partido Republicano sigue perteneciendo a Donald Trump.
Después de que Trump incitara un asalto mortal al Capitolio federal el mes pasado, el partido consideró apartar al rebelde expresidente. Pero al final, solo siete de los 50 senadores republicanos votaron a favor de condenar a Trump en su histórico segundo juicio político.
Para los leales a Trump, la absolución es una especie de reivindicación, y una reconexión con la combativa base de seguidores del exmandatario. Y para los que se oponen a Trump supone un alarmante indicio de que el partido está avanzando más en una peligrosa dirección, poco interesado en reconectar con los votantes a los que alejó Trump: moderados, mujeres y graduados universitarios.
En definitiva, la resolución del juicio político deja sobre la mesa las divisiones en el partido republicano que tendrán que gestionar los líderes, donantes y votantes en sus esfuerzos para retomar el control del Congreso en las elecciones de media legislatura el año que viene y para recuperar la Casa Blanca en 2024.
Esa tensión quedó al descubierto nada más concluir la votación. Tras respaldar la absolución de Trump, el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell, republicano por Kentucky, hizo un discurso que recogía los mismos argumentos reiterados por los demócratas que pedían la condena de Trump.
El expresidente, dijo McConnell, fue «responsable práctica y moralmente de provocar los sucesos» que llevaron a la insurrección. Pero alegó que la Constitución no permitía que el Senado condenara a Trump ahora que ha dejado el cargo, un argumento que han defendido muchos republicanos.
Los libros de historia mostrarán que 10 miembros del partido en la Cámara de Representantes y otros siete del Senado creyeron que el comportamiento de Trump era lo bastante reprobable como para ser condenado, e incluso inhabilitado de por vida para ejercer futuros cargos. Nunca antes tantos miembros del partido de un mandatario habían votado a favor de su destitución.
Pero a juzgar por los datos más objetivos, Trump conserva un férreo control sobre el Partido Republicano y su futuro.
Trump mantiene una popularidad del 82% entre personas que se identifican como republicanas, según un sondeo de Gallup del mes pasado. Y hace poco, la Universidad de Monmouth concluyó que el 72% de los republicanos siguen creyendo las afirmaciones falsas de Trump de que el actual presidente, Joe Biden, sólo ganó las elecciones de noviembre por un fraude electoral generalizado.
Para despejar las dudas sobre la influencia de Trump, los republicanos de la Cámara de Representantes votaron de forma abrumadora la semana pasada para defender a la congresista Marjorie Taylor Greene, republicana por Georgia y firme seguidora de Trump, pese a las pruebas de que había defendido de forma reiterada teorías conspirativas, la discriminación y la violencia en medios sociales.
El líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, responsabilizó a Trump por el violento ataque contra el Capitolio, pero se retractó apenas unos días después e hizo una visita personal a la propiedad de Trump en Florida para asegurarse de que estaban en términos cordiales.
De los siete republicanos que votaron el sábado a favor de condenar a Trump, sólo uno buscará la reelección en los próximos cuatro años. Desde luego, en el Partido Republicano de Trump hay muy pocos dispuestos a enojarle si albergan ambiciones políticas futuras.
Nikki Haley, una posible aspirante a la candidatura republicana a la presidencia en 2024 y que fue embajadora ante Naciones Unidas durante el mandato de Trump, llamó la atención esta semana tras decir a Politico que el papel de Trump en el ataque del 6 de enero básicamente le descalificaba para volver a presentarse.
«Ha ido demasiado lejos» dijo Haley. «Siguió un camino que no debía haber tomado, y no deberíamos haberle seguido, y no deberíamos haberle escuchado. Y no podemos dejar que eso vuelva a ocurrir».
Otro posible aspirante a la candidatura republicana, el senador Ben Sasse, republicano por Nebraska, votó a favor de condenar a Trump el sábado declarando que las «mentiras» de Trump sobre un fraude electoral generalizado había puesto en peligro «la vida del vicepresidente» y «nos llevó peligrosamente cerca de una sangrienta crisis constitucional».
Aunque Sasse podría competir por la candidatura presidencial en 2024, no volverá a presentarse a una votación en primarias republicanas en Nebraska a menos que busque la reelección en 2026.
De forma similar, el senador republicano Bill Cassidy de Luisiana afrontó una censura de su partido estatal tras votar a favor de condenar a Trump. Pero no volverá a presentarse a elecciones hasta 2026, de modo que está relativamente protegido de las consecuencias políticas.
Pese a las críticas de McConnell, las voces más críticas con Trump en el Partido Republicano son en este momento una serie de republicanos retirados que aparecen en canales noticiosos de televisión por cable y el movimiento de «Nunca Trump», que tiene sus propios problemas para sobrevivir.
El Proyecto Lincoln, quizá el grupo republicano contra Trump más conocido y con mejor financiación, ha pasado unos días accidentados tras las noticias de que sus líderes supieron que había múltiples acusaciones de delitos sexuales contra un cofundador meses antes de reconocerlo en público.
El veterano estratega republicano Steve Schmidt, que se describía como líder del movimiento, dejó su puesto en la junta directiva la víspera de la votación en el juicio político, un día después de que el Proyecto Lincoln anunciara planes de contratar a un investigador independiente.
El incidente amenaza con socavar las campañas de recaudación del grupo y su influencia, cuando la plataforma, con categoría de super PAC, trabaja para ganar audiencia a través de un popular podcast y expandirse a un canal de video a través de internet que el mes pasado logró 4 millones de visionados.
Incluso antes de la crisis, el cofundador Reed Galen reconoció que el trumpismo está ganando.
«El lado autoritario del Partido Republicano es el lado dominante», dijo. «Tienen el impulso. Por ahora, tienen el dinero».
Sarah Longwell, estratega republicana y que lidera el grupo antitrump conocido como Defendiendo Juntos la Democracia, dijo que «lo que han demostrado los dos últimos meses es que si Donald Trump era un cáncer para el país y para el partido, ha entrado en metástasis».
«Creí que podríamos dejarle atrás», dijo. «Pero ahora no lo creo».
Aun así, el Partido Republicano afronta enormes riesgos políticos si sus líderes siguen enarbolando la bandera de Trump y su estilo de política al margen de las normas.
Ya hay docenas de empresas afines al partido que han prometido cortar el financiamiento a los aliados de Trump en el Congreso, secando una fuente clave de ingresos justo cuando los republicanos preparan su campaña para recuperar las mayorías en el Senado y la Cámara de Representantes en las elecciones de media legislatura el año que viene.
Los detractores de Trump en ambos partidos han prometido asegurarse de que ni la comunidad empresarial ni los votantes olvidan lo que hicieron el expresidente y sus aliados.
«Recordaremos a los votantes que los republicanos estuvieron dispuestos a ignorar sus juramentos todo por lealtad a un hombre, y ese hombre fue más importante que sus votantes, más importante que la Constitución de los Estados Unidos, más importante que la democracia que tenemos en esta gran nación», dijo el presidente del Comité Nacional Demócrata, Jaime Harrison.
Pero el propio Trump no se ha ido a ninguna parte. Inmediatamente después de su absolución, emitió un comunicado por escrito prometiendo que reaparecía «pronto».
«Nuestro histórico, patriótico y hermoso movimiento para Hacer Estados Unidos Grande de Nuevo apenas empieza», dijo Trump. «Tengo mucho que compartir con ustedes en los próximos meses, y estoy deseando continuar nuestro increíble viaje juntos para conseguir la grandeza estadounidense por toda nuestra gente».