Por JUAN ZAMORANO
BAJO CHIQUITO, Panamá
Agencia AP
Varios centenares de migrantes arribaron ayer a esta aldea indígena en plena selva del Darién, fronteriza con Colombia, en la reactivación de ese arriesgado flujo en tiempos de pandemia.
Mujeres embarazadas, con bebés en brazos, niños y otros cargando bolsas sobre su cabeza —evidentemente exhaustos— cruzaron primero un río que pasa al lado de la aldea tras salir del monte. Luego fueron subiendo por un barranco hasta llegar y ser recibidos por policías fronterizos que los hicieron formar una fila para registrarse.
Bajo Chiquito es el primer poblado con el que se encuentran los migrantes tras atravesar durante varios días una jungla sin ley e infectada de asaltantes, traficantes de humanos y de drogas. Para llegar hasta allí desde la carretera más cercana toma hasta seis horas en bote por dos ríos cuyos niveles de agua están bajos debido a la estación seca. Allí los migrantes se registran y deben esperar a que las autoridades de migración y la policía los dejen partir a otros campamentos en Darién.
El Servicio Nacional de Fronteras o policía fronteriza dijo que el miércoles entraron 287 migrantes que forma parte de un grupo numeroso que llegó hace días al lado fronterizo colombiano. En los campamentos del Darién habían hasta el miércoles algo más de 1.000 porque los nuevos ingresados se suman a grupos que ya estaban varados desde el año pasado por la pandemia. Desde fines de enero también se reactivó el desplazamiento de migrantes desde Darién a la frontera con Costa Rica y ya se habían movilizado más de 500.
Kerline Mervilier, de 29 años, se metió inmediatamente a la fila y se tiró al sueño quejándose de dolores en las piernas. Ella llegó junto a su novio, Isaac Cadichon. Dijo que salió de Haití en diciembre de 2019 rumbo a Brasil, pero que en ese país quedó sin el trabajo en un salón de belleza.
Comenzaron a caminar la jungla el viernes, así que demoraron cinco días en cruzar la selva a pie.
«Espero llegar a un destino donde consiga un trabajo», dijo a The Associated Press, con su pasaporte y el de su novio en manos. «Mi país es una tragedia y nos obliga a buscar una nueva vida. Nosotros tuvimos que subir montañas. A mí me asaltaron y me quitaron 160 dólares mientras caminaba». Aseguró que su mamá de 66 años vive en New Jersey.
La desgarradora imagen de los migrantes cruzando el río Tuquesa, que pasa al lado de Bajo Chiquito, ha sido reiterativa en la última década, pero esta vez el flujo tiene lugar en medio de la pandemia del coronavirus y luego de que Panamá reabriera sus fronteras terrestres a fines de enero tras haberlas cerrado en marzo tras el arribo de la pandemia.
Ahora nuevamente se escuchan los testimonios de migrantes de que ven a personas muertas en el trayecto, incluso mujeres embarazadas, que no pudieron seguir la dura travesía por la calurosa y húmeda selva. Las autoridades no confirmaron de inmediato esos reportes.
Los migrantes, muchos de ellos haitianos que dejaron su empobrecido país en los últimos años para buscar trabajo en naciones sudamericanas, tienen como fin llegar a Norteamérica en busca de trabajo. Ahora algunos están alentados ante la posibilidad que un nuevo gobierno en Estados Unidos les pueda ayudar en ese complejo propósito.
Mervilier dijo que le tenía un mensaje al presidente de Estados Unidos, Joe Biden: «Que ayude a los migrantes, que ayude a que podamos salir de Panamá hacia otros países».
En Bajo Chiquito había ya algo más de 600 migrantes y cada día seguían llegando grupos desde Colombia. Los viajeros instalaron decenas de carpas multicolores a un costado de la estación policial fronteriza y una cancha de básquetbol. En una carpa había una mujer haitiana que se quejaba de dolor porque tenía una herida que se había hecho en una pierna mientras atravesaba la jungla.
Buena parte de los migrantes son haitianos, aunque también provienen de Cuba y Venezuela, así como de países africanos y asiáticos.
El venezolano Eligio Alberto Civil Hernández, de 38 años, llegó con seis amigos a inicios de semana tras cruzar la selva en cinco días. Dijo que quiere llegar a Estados Unidos, donde viven algunos tíos. «En Venezuela sinceramente no se puede vivir ahora», dijo.
«Lo hago por mi familia, solo por ella», señaló, llorando. «Necesitamos esa ayuda. Nuestra gente está muriendo», en alusión al apoyo que pueda darle a los migrantes el nuevo presidente de Estados Unidos.
La mayoría de los migrantes llegaba a Bajo Chiquito sin mascarillas y en la estación de policía de fronteras no se les tomó temperatura al arribar ni se les dio barbijos. Tampoco se respetaba el distanciamiento social.
Civil Hernández, el venezolano, dijo que no usaba mascarillas y que para él había un mal peor que el coronavirus. «Le temo más al hambre», señaló.