Por JULIE PACE
WASHINGTON
Agencia AP
En las 11 semanas desde el día de las elecciones, la conjunción de crisis que esperan al presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, ha pasado de abrumadora a casi inimaginable.
Más de 170.000 estadounidenses han muerto de COVID-19 sólo en ese periodo, elevando a más de 400.000 el total de fallecidos en el país. Las profundas divisiones políticas en el país derivaron en violencia durante una insurrección en el Capitolio de Estados Unidos, poniendo en peligro la larga tradición estadounidense de traspasos pacíficos de poder y desencadenando un segundo juicio político al presidente saliente. La economía se ha debilitado de forma progresiva y los empleadores recortaron 140.000 puestos de trabajo en el mes de diciembre.
Ahora Biden, que asume el cargo el miércoles, tendrá que ser franco con los estadounidenses sobre los profundos retos que afronta el país al tiempo que señala a un futuro más halagüeño. Lo hará sabiendo que millones de estadounidenses creen erróneamente que su victoria electoral fue ilegítima, convencidos por las mentiras que repite el presidente saliente, Donald Trump.
El propio Trump no estará presente para ver cómo Biden presta juramento para el cargo, tras decidir que irá en contra de la tradición y que se marchará de Washington el miércoles por la mañana, antes de la investidura.
La suma de todo plantea el panorama más sombrío que recuerdan muchos estadounidenses, y un ambiente alejado de las celebraciones que Biden, de 78 años, probablemente imaginó en las décadas en las que ha ambicionado la presidencia. Debido a la pandemia, no habrá una multitud vitoreando a sus pies cuando jure el cargo en el National Mall. Como respuesta al asedio al Capitolio, sí habrá 25.000 guardias nacionales vigilando las calles de Washington.
Los historiadores señalan que los retos que esperan a Biden están a la altura o incluso superan los que afrontaron Abraham Lincoln cuando asumió la presidencia en 1861 para liderar a un país que se sumía en la guerra civil, o Franklin Delano Roosevelt cuando juró el cargo en plena Gran Depresión en 1933.
Pero las presidencias de Lincoln y Roosevelt también dan pistas sobre cómo otros mandatarios estadounidenses han convertido las crisis en oportunidades, llevando a la gente más allá de las divisiones partidistas o de las fuerzas ideológicas que pueden frenar el progreso.
«Las crisis presentan oportunidades únicas para el cambio a gran escala de una forma que una época corriente podría no hacerlo», dijo Lindsay Chervinsky, historiadora especializada en presidentes de Estados Unidos. «Cuanto más intensa es la crisis, más probable es que el país apoye a alguien que intenta arreglarlo, el concepto de unión en la guerra o de unión contra una amenaza común».
Pero en opinión de algunos, Roosevelt y Lincoln tenían ventajas de las que Biden carece. El Partido Democrático de Roosevelt tenía amplias mayorías en el Congreso que le ayudaron con su extenso plan de medidas.
Las mayorías republicanas de Lincoln se vieron reforzadas por el alzamiento secesionista que mermó las filas de sus rivales en el Congreso.
Biden, en cambio, tendrá una de las mayorías demócratas más ajustadas del Congreso: en el Senado, dividido a partes iguales, será la próxima vicepresidenta, Kamala Harris, quien desempate. El Partido Republicano afronta una crisis existencial de su propia creación tras la era de Trump, y hay una gran incertidumbre en torno a cuánta cooperación con el presidente demócrata entra en los planes de la cúpula del partido de cara al futuro.
Aun así, Biden afirmó que presionará al Congreso de forma agresiva en sus primeras semanas, desafiando a los legisladores para que aprueben un paquete de ayudas por la pandemia de 1,9 billones de dólares para abordar la crisis económica y de salud pública y prácticamente retando a los republicanos a bloquearle en un momento en el que se disparan los contagios y las muertes en todo el país.
La capacidad de Biden de aprobar esa ley será determinante para las opciones de su gobierno de combatir la pandemia y su posición en Washington en general. Ha apostado buena parte de la promesa de su presidencia en su capacidad de ganarse a parlamentarios de ambos partidos, defendiendo su largo historial trabajando con senadores republicanos y la reputación que se labró como negociador cuando era el vicepresidente de Barack Obama.
Pero Washington ha cambiado mucho desde entonces, una realidad de la que Biden es muy consciente, según insisten sus asesores. A diferencia de Obama, empezará a ejercer sus poderes ejecutivos desde el primer día, tanto para revocar medidas del gobierno de Trump como para emprender acciones sobre la pandemia, como imponer el uso de mascarillas en terrenos federales. También prometió que su gobierno vacunará a 100 millones de personas contra el coronavirus en sus 100 primeros días en el cargo, fijando un baremo claro para juzgar su éxito o fracaso.
Laura Belmonte, decana del Virginia Tech College of Liberal Arts and Human Sciences y profesora de historia, dijo que si bien Biden sería «ingenuo» si piensa que Washington sigue siendo el mismo entorno en el que fue senador o incluso el que dejó como vicepresidente, la experiencia que aporta al cargo tendrá un valor incalculable en este momento.
«No tenemos tiempo para una curva de aprendizaje», dijo Belmonte. «No se me ocurre ningún presidente moderno que haya enfrentado un panorama más desolador».
En la víspera de su investidura, Biden analizó no sólo los desafíos que le esperan sino el camino que ha llevado al país a este punto. Mientras se ponía el sol en el National Mall, se alzó ante el imponente monumento a Lincoln y pidió al país que recuerde a los 400.000 estadounidenses fallecidos por el coronavirus.
«Para sanar debemos recordar», dijo. «Así es cómo sanamos. Es importante que lo hagamos como país».