1. Una mujer que huyó del conflicto en la región etíope de Tigray espera a recibir tratamiento en una clínica de un campo de refugiados en Sudán. Foto La Hora/AP/Nariman El-Mofty.

Por FAY ABUELGASIM y CARA ANNA
HAMDAYET, Sudán
Agencia AP

La guerra iniciada hace un mes en la región etíope de Tigray, en el norte del país, ha afectado gravemente a los esfuerzos por combatir uno de los peores brotes de coronavirus en África, ya que los combates han desplazado a casi un millón de personas y sobrepasado a los servicios humanitarios locales.

Decenas de miles de las personas que huyen del conflicto entre fuerzas federales y regionales han cruzado a la vecina Sudán, donde también suben con rapidez las cifras de contagios.

Más de 45.000 refugiados del conflicto están ahora en zonas remotas de Sudán, en campos abarrotados sin capacidad para hacer pruebas ni dar tratamiento contra el coronavirus.

«Con el COVID-19, estos autobuses no son cómodos», dijo un refugiado, Hailem, que dijo que unas 60 personas viajaron hacinadas en el vehículo que los llevó a los campamentos desde Hamdayet, en el lado sudanés de un importante paso fronterizo.

Muchos de los que se alojan en los campos se ven obligados a compartir alojamiento y hacer apretadas filas para recibir comida, efectivo y registrarse ante diferentes agencias de ayuda. Se ven pocas mascarillas, y no hay muchas para repartir.

En el campamento de Umm Rakouba, Javanshir Hajiyev, del grupo humanitario Mercy Corps, dijo a The Associated Press que el número de infecciones respiratorias era alto, pero que los cooperantes no tenían materiales para hacer pruebas de coronavirus.

Pocos refugiados ven la pandemia como su principal preocupación, tras presenciar ataques mortales en su huida de Etiopía y ahora viven con miedo por los familiares que quedaron atrás.

«Acabo de escapar de la guerra», dijo uno de ellos, Gebre Meten. «Creo que la guerra es peor».

El brote de coronavirus es una amenaza, señaló, pero las duras condiciones en los campos de refugiados, marcados por el hambre, la sed y el calor, hacen que la gente olvide los riesgos de la enfermedad.

Sin embargo, el aumento de los contagios en Sudán ha planteado el temor a que puedan imponerse nuevas cuarentenas en todo el país, lo que incluiría cerrar la frontera a la llegada de más refugiados.

«La gente que huye del conflicto y la violencia también huye para salvar su vida», indicó la semana pasada el responsable de refugiados de Naciones Unidas, Filippo Grandi, en declaraciones sobre el conflicto en Tigray. «De modo que enfrentamos un dilema difícil». Con las medidas sanitarias adecuadas, señaló, podría mantenerse «la política de fronteras abiertas».

El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, declaró el fin de semana pasado la victoria en el conflicto después de un mes, pero los combates entre fuerzas federales y regionales han continuado.

La situación en la región de 6 millones de habitantes sigue siendo crítica, según trabajadores humanitarios. Los suministros médicos escasean, incluidos los necesarios para combatir la pandemia del coronavirus.

«La pandemia sigue con nosotros, pese a los combates y a la nueva crisis humanitaria que se está registrando como consecuencia», indicó hace poco el Comité Internacional de la Cruz Roja tras visitar centros sanitarios afectados en las regiones vecinas de Tigray y Amhara.

El hospital más grande en el norte de Etiopía, situado en la capital de Tigray, Mekele, «se está quedando peligrosamente corto de suturas, antibióticos, anticoagulantes, analgésicos e incluso guantes», indicó María Soledad, del CICR.

Etiopía superó el mes pasado los 100.000 contagios confirmados, poco después de que comenzara el conflicto.

Toda la ayuda humanitaria para Tigray, desde comida a material médico, se ha visto bloqueada desde el inicio de la violencia, para creciente preocupación de personal humanitario y expertos en salud.

Naciones Unidas anunció el miércoles un acuerdo con el gobierno etíope para permitir la llegada de ayuda humanitaria a Tigray, pero sólo a zonas bajo control del gobierno federal.

Ese acceso llevará tiempo, y mientras tanto continúan los combates.

El jefe del Consejo Noruego de Refugiados, Jan Egeland, dijo que los cooperantes siguen teniendo «muchas preocupaciones» mientras se preparan para volver a la zona. Hay poca información sobre cómo ha afectado el conflicto a las infraestructuras y centros de salud locales, o sobre los contagios de coronavirus.

La ministra etíope de Salud, Lia Tadesse, no respondió a preguntas sobre si el Ministerio había recibido información de la zona sobre nuevos contagios en el último mes.

«Claramente, una respuesta efectiva a brotes de pandemia siempre se ve complicada cuando hay inestabilidad», dijo hace poco a la prensa John Nkengasong, director de los Centros Africanos de Control y Prevención de Enfermedades. Controlar la situación del virus en Etiopía «será un gran desafío», añadió.

Como ejemplo, Nkengasong dijo que había tomado más de dos años poner fin a un brote reciente de ébola en República Democrática del Congo bajo la amenaza constante de grupos rebeles, pese a tener «las mejores herramientas que hemos tenido» contra la enfermedad, como nuevas vacunas.

Poner fin a un brote mayor en la más pacífica zona occidental de República Democrática del Congo tomó menos de tres meses, señaló Nkengasong.

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