Por ALEXANDRA JAFFE
WASHINGTON
Agencia AP

Joe Biden enfrenta una decisión diferente a la de cualquier otro presidente entrante: respaldar o no a una cuarentena nacional a corto plazo para frenar por fin una pandemia desatada.
Por el momento, es una pregunta que el presidente electo preferiría evitar. En la semana transcurrida desde que derrotó al presidente Donald Trump, Biden ha dedicado la mayoría de sus declaraciones públicas a animar a los estadounidenses a usar mascarilla y a considerar el coronavirus como una amenaza que no tiene en cuenta ideologías políticas.

Pero entre los miembros de la junta de asesoramiento para el coronavirus anunciada por el líder demócrata esta semana sí ha habido debate. Uno de sus miembros, el doctor Michael Osterholm, sugirió un confinamiento de entre cuatro y seis semanas con ayudas financieras para los estadounidenses cuyos medios de subsistencia se vean afectados. Más tarde se retractó y fue refutado por otros dos miembros del comité, que apuntaron que esta medida no debería considerarse.

Esto es un indicio de la complicada dinámica que se encontrará Biden cuando asuma la presidencia en enero. Hizo campaña como un gestor de la salud pública estadounidense más responsable que Trump, y ha sido sincero sobre los desafíos que tiene por delante al país advirtiendo de un «invierno oscuro» mientras los contagios de COVID-19 no dan tregua.

Pero hablar de confinamientos es un asunto especialmente sensible. Por una parte, es casi imposible que un presidente los decrete por sí mismo, por lo que necesitaría el respaldo bipartidista de funcionarios estatales y locales. Por otro, en términos generales son un punto de confrontación política que podrían socavar los esfuerzos de Biden para unir a una nación profundamente dividida.

En su primera aparición pública tras perder los comicios, Trump destacó el viernes que no respaldaría una cuarentena. El presidente, que aún no ha reconocido públicamente la victoria de Biden, podría reforzar este mensaje entre sus seguidores más leales cuando deje la Casa Blanca.

Sin embargo, la pandemia sigue su implacable avance.

Estados Unidos ha reportado 10,6 millones de casos de coronavirus y cerca de un cuarto de millón de muertes. Y un modelo de la Universidad de Washington proyecta casi 439.000 decesos para el 1 de marzo. De media, el cómputo de fallecidos ha subido en alrededor de 1.000 por día.

Los contagios diarios también se están disparando, batiendo todos los récords previos y alcanzando su máximo el jueves con 153.000.

Varios estados están empezando a reimponer algunas de las restricciones decretadas en primavera, durante la primera ola de la pandemia. Pero los líderes de gran parte del país están actuando con cautela, conscientes de que la población está ya cansada de los cambios causados por el virus.

En Dakota del Norte, su gobernador Doug Burgum, hizo obligatorio el uso de la mascarilla e impuso restricciones comerciales el viernes en la noche en un esfuerzo por contener el coronavirus, que está saturando la capacidad hospitalaria de la región.

La orden ejecutiva del mandatario republicano se produjo tras el aumento de la presión por parte de médicos, enfermeras y profesionales sanitarios para exigir el uso de cubrebocas. La directiva entrará en vigor el sábado y durará hasta el 13 de diciembre.

La norma requiere que los residentes usen barbijo en negocios cerrados y en espacios públicos interiores, así como en los exteriores donde no sea posible mantener la distancia física. Hay excepciones para los menores de 5 años, para la gente con problemas médicos, mentales o discapacidades que hacen irrazonable su uso, y en los servicios religiosos.

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