KALBAJAR, Azerbaiyán
Agencia AP
En una trágica forma de despedirse de la que fue su casa de muros de piedra durante 21 años, Garo Dadevusyan arrancó su techo de metal y se preparaba para prenderle fuego. En los alrededores ya salía humo espeso de las casas que sus vecinos ya habían incendiado antes de abandonar esta aldea de la etnia armenia, a punto de quedar bajo el control de Azerbaiyán.
La aldea será entregada a Azerbaiyán el domingo como parte de concesiones territoriales que formaron parte de un acuerdo para poner fin a seis semanas de combates intensos con las fuerzas armenias. La medida significó que unas 600 personas con furia y miedo profundos prefirieran destruir las casas que alguna vez amaron.
El asentamiento, llamado Karvachar en armenio, es legalmente parte de Azerbaiyán, pero ha estado bajo el control de personas de la etnia armenia desde el final de la guerra en 1994 por la región de Nagorno-Karabaj. Esa guerra dejó en manos armenias no sólo a la propia Nagorno-Karabaj, sino también un territorio circundante sustancial.
Después de años de enfrentamientos esporádicos entre las fuerzas azeríes y armenias, los combates a gran escala comenzaron a fines de septiembre pasado. Azerbaiyán hizo avances militares implacables, que culminaron con la toma de la ciudad de Shusha, una ciudad clave y de gran importancia emocional como centro de la cultura azerí desde hace mucho tiempo.
Dos días después de que Azerbaiyán anunció que había tomado Shusha, Armenia y Azerbaiyán firmaron un alto el fuego mediado por Rusia, bajo el cual será cedido gradualmente el territorio que Armenia ocupa fuera de las fronteras formales de Nagorno-Karabaj.
Alguna vez los azeríes musulmanes y los armenios cristianos convivieron en estas regiones, pero con inquietud. Aunque el alto el fuego pone fin a los combates, agrava la animosidad étnica.
«Al final, lo volaremos o le prenderemos fuego, con tal de no dejar nada a los musulmanes», dijo Dadevusyan sobre su casa.
Él hablaba mientras tomaba un descanso de la labor de rescatar lo que podía de la casa, incluidos los paneles de techo de metal, que apiló en un viejo camión de plataforma.
No sabe aún a dónde irá.
«Estamos sin hogar ahora, no sabemos a dónde ir ni dónde vivir. No sé dónde vivir. Es muy difícil», dijo su esposa Lusine, ahogada por las lágrimas, mientras echaban una última mirada al interior de la casa.