Por TOM MURPHY
INDIANÁPOLIS, Indiana, EE.UU.
Agencia (AP)

Larry Brown pasó unos 80 días en un hospital de Indianápolis en la primavera, luchando contra el COVID-19 y casi muere. Su viaje desde que regresó a casa en junio ha estado lleno de incógnitas. Aún no está seguro de cuándo volverá al trabajo o si desaparecerán los problemas que aún persisten, como el hormigueo en la mayoría de sus dedos.

Brown, un exjugador de fútbol americano de Indiana State, estuvo conectado a un respirador durante 37 días. Las enfermeras le ayudaban periódicamente a ponerse boca abajo para ayudarlo a respirar. Los pulmones de Brown, de 45 años, se estaban llenando de líquido y los médicos no esperaban que sobreviviera.

En vista de que no se permitían visitas en la unidad de cuidados intensivos, una enfermera le ayudaba a colocarle un teléfono junto a su oreja.

«Gracias por luchar tan duro, Larry», le dijo su cuñada, Ellie Brown. Tuvo cuidado de no despedirse. Eso podría asustarlo.

Sin embargo, la salud de Brown empeoró rápidamente. Su familia temía perderlo, pero él no se dio por vencido. «La gente no estaba lista para ir allí», dijo Ellie Brown en alusión a un velorio. Resulta que Larry tampoco.

Después de esa llamada telefónica, Brown mejoró lentamente. Permaneció conectado al ventilador durante casi dos semanas más, para un total de unos 50 días. Luego Brown debió salir del coma inducido médicamente, pero eso fue apenas el comienzo de su recuperación.

No se vislumbra el final de una rehabilitación que ya ha durado meses. Sus manos, que lo convirtieron en el octavo líder de todos los tiempos como receptor del equipo de Indiana State, ni siquiera pueden abrir una lata de refresco. Brown no murió a causa del virus, pero puede que su vida nunca vuelva a ser la misma.

Como millones de casos de COVID-19, el de Brown había comenzado con síntomas menores. No tenía tos como muchos pacientes con coronavirus, pero perdió el apetito. El hombre de 1,75 metros (5 pies 9 pulgadas) y 109 kilos (240 libras) sabía que eso era una señal. El 25 de marzo, Brown estaba exhausto y llamó a su madre para pedir ayuda. Marilyn Brown marcó el 911 y una ambulancia llevó a su hijo al hospital.

Brown mejoró su estado de ánimo ante la perspectiva de estar recibiendo ayuda médica. Mientras descansaba en su habitación viendo la televisión, pensó que se quedaría sólo unos días.
Pronto, sin embargo, lo trasladaron a otra habitación; no estaba seguro de por qué. Es lo último que recuerda realmente.

En esas fechas, la gente en Estados Unidos apenas se estaba familiarizando con la nueva enfermedad. Los negocios estaban comenzando a cerrar, pero sólo hasta que el país pudiera aplanar la curva de casos, creyeron casi todos. Y la mayoría de los casos no eran graves, decían las autoridades.

Los médicos trasladaron a Brown a la unidad de cuidados intensivos y le pusieron un respirador mientras trataban de resolver cómo tratarlo. Lo pusieron en un coma inducido médicamente y lo conectaron a una máquina que hizo el trabajo de sus pulmones, transfiriendo oxígeno a su sangre.

Cuando terminó abril, la salud de Brown empeoraba. Se produjo una peligrosa infección por MRSA (Infección por estafilococo aureus resistente a la meticilina). A pesar de la regla de no permitir visitas, el personal temía que Brown tuviera poco tiempo y dejaron que su madre y una de sus hijas lo vieran.
Brown no recordaría luego esa visita emotiva ni la llamada telefónica de su cuñada. Dice que esas semanas parecen un agujero negro, tiempo perdido donde todo lo que recuerda son pesadillas: soñaba que estaba en un hospital diferente y que el personal quería matarlo.

Los médicos no están seguros de por qué Brown comenzó a mejorar. Quizás la máquina ECMO (las siglas en inglés de oxigenación por membrana extracorpórea) le salvó la vida. Un ajuste de antibióticos también puede haberle ayudado.

Cualquiera sea la razón, Brown se despertó el 10 de mayo, un día antes de cumplir 46 años.
Brown no podía caminar ni hablar. Apenas podía hacer garabatos. La rehabilitación en el hospital comenzó de inmediato. Tuvo que fortalecer sus piernas para ponerse de pie, luego intentar dar unos pasos y subir algunas escaleras. Llegar al tope se sentía como escalar el Monte Everest.

El trabajo le hizo sufrir y le recordó al campo de entrenamiento de fútbol americano, pero ese dolor se desvanecía a medida que las piernas se iban recuperando.

El 12 de junio dejó el hospital, pasando por un grupo de empleados que le aplaudieron, pero entrando en un mundo extraño. Se percató entonces que dondequiera que fuera, la gente usaba mascarillas. Los negocios cerraban temprano si es que abrían. Los precios de los comestibles habían subido. Las tiendas tenían nuevas pautas de acceso.

La vida se convirtió en una gran lista de incógnitas.

No sabe cómo se contagió de COVID-19.

No sabe si desaparecerá la sensación de hormigueo en todos sus dedos, excepto los meñiques, y si podrá escribir a máquina de nuevo sin sufrir un dolor punzante.

No sabe cuándo podrá volver a su trabajo como analista de negocios de la aseguradora Anthem.
No sabe si volverá a jugar al baloncesto con sus hijos o si vivirá con una discapacidad permanente.
Los médicos dicen que aún están descubriendo cómo se recuperan los enfermos que pasaron semanas sedados en hospitales con respiradores. Los doctores creen que algunos tal vez nunca se recuperen del todo.

Se desconoce exactamente cuántos pacientes como Brown existen, pero miles han acudido a las redes sociales para encontrar consejos y ayuda informal.

«En este momento, estoy tratando de entender la nueva normalidad», dijo Brown, vistiendo una camiseta azul y blanca de «sobreviviente de COVID-19» mientras habla con The Associated Press en casa y acompañado de su familia.

Dice que tiene la suerte de estar vivo, pero cree que está en el 40% de su yo anterior al coronavirus.
Los médicos de Brown también tienen preguntas sin respuesta. El COVID-19 ha afectado de manera desproporcionadamente alta a la gente de raza negra como Brown ¿Qué papel pudo haber jugado eso? Brown no es diabético ni fuma ¿Por qué su caso se volvió tan grave? ¿Por qué se convirtió en lo que algunos llaman un «transportista COVID»?

Brown no está seguro de hasta dónde lo llevará su recuperación. Sus hijos se reían y daban golpes en el piso de la planta alta mientras él buscaba las palabras exactas.

«Mis expectativas son… son, no lo sé», dijo, mirando hacia abajo brevemente. «No he puesto la vara alta y no he puesto la vara baja. Simplemente acepto… el avanzar».

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