Por ALMUDENA CALATRAVA
BUENOS AIRES
Agencia (AP)
El médico argentino Marcelo Moretti duerme menos horas y en las que logra conciliar el sueño no descansa como desearía porque piensa muchas veces en sus pacientes.
Moretti, de 41 años, está abocado a salvar vidas en la terapia intensiva del Hospital El Cruce Dr. Néstor Carlos Kirchner, en las afueras de Buenos Aires, donde seis meses después de que la pandemia impactara en el país siguen llegando enfermos críticos de COVID-19.
Este médico de guardia trabaja más de 70 horas semanales y es uno de los muchos intensivistas mal pagados que enlazan extensas jornadas en sucesivos hospitales para lograr ingresos con los que llegar a fin de mes, mientras la población no cumple las medidas de prevención y los casos se disparan en el interior del país.
«Estamos sufriendo el estrés, el cansancio laboral, nos sentimos abatidos», dijo pocos días atrás Moretti en la sala de terapia intensiva donde enfermos del nuevo coronavirus peleaban por sobrevivir en espacios vidriados contiguos.
Moretti conversó con The Associated Press luego de limpiar cuidadosamente su pantalla protectora para la cara mientras a su vez se cubría con una cofia, gafas, doble barbijo y guantes. Como muchos colegas, temía saltarse algún paso en el protocolo de higiene y contagiarse, lo que produciría una baja laboral difícil de reemplazar en un país donde escasean los intensivistas y hay más de 3. 300 pacientes críticos.
A Moretti se le olvida a veces beber agua para hidratarse y cuando tiene que manejar en auto para trasladarse a otro hospital siente que le faltan los reflejos. «Tenemos compañeros que han tenido accidentes por esto», sostuvo.
A principios de septiembre, la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva alertó que, pese a que la cuarentena implementada el 20 de marzo permitió el reforzamiento del sistema sanitario con un mejor equipamiento, los cuidados críticos están al borde del colapso porque, a diferencia de las camas y los respiradores «los trabajadores no pueden multiplicarse». El desborde se siente especialmente en los hospitales de las provincias del interior, luego de que en las últimas semanas la pandemia se extendió desde Buenos Aires como una mancha de aceite.
Argentina, con más de 664.000 personas contagiadas y más de 14.000 fallecidas, es el décimo país del mundo con más infectados y el quinto de América después de Estados Unidos, Brasil, Colombia, Perú y México, según la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos.
América Latina es hoy el epicentro de los contagios y los médicos están sufriendo el agotamiento que soportaron sus colegas de países desarrollados, pero con personal mucho más limitado. La Organización Panamericana de la Salud advirtió que en la región se registra la mayor cantidad de trabajadores de la salud infectados. Casi 570.000 se han enfermado y más de 2.500 han sucumbido ante el nuevo coronavirus.
«Nuestros terapistas están cansados y nuestros médicos clínicos que hacen cuidados intermedios están agotados», dijo a AP Ariel Sáez de Guinoa, director del Hospital El Cruce.
Ese nosocomio de alta complejidad integra una red junto con otros ocho hospitales y varios centros «modulares» que se ha preparado durante la larga cuarentena y ha permitido que el sistema de salud «no se haya desbordado». «¿Puede desbordarse? Esperamos que no. Apelamos a la responsabilidad individual… juntarse en las casas es un problema», señaló Sáez de Guinoa.
La AP tuvo acceso por un tiempo acotado a la sala de terapia del Hospital El Cruce, donde los pacientes yacían en sus habitáculos conectados a respiradores y monitores que indicaban la saturación de oxígeno en la sangre o su frecuencia respiratoria. Algunos enfermos eran jóvenes y estaban sedados, mientras que otros abrían apenas sus ojos, buscando ansiosos con la mirada a sus cuidadores.
El enfermero Maximiliano Paz -compañero de Moretti en ese nosocomio- estuvo aislado durante 20 días luego de contraer COVID-19, pero en cuanto se recuperó volvió a trabajar consciente de que debe arrimar el hombro. El enfermero reconoció la desazón que siente cuando observa cómo sus compatriotas le han perdido el respeto a la pandemia y la tristeza por los compañeros que se enferman.
La situación en la terapia «es compleja», contó pocos días atrás a AP su jefe, Néstor Pistillo.
«Nosotros contamos con casi 40 camas de terapia intensiva de alta complejidad; 32 camas están destinadas a COVID-19. En este momento estamos casi llenos. Venimos aumentando la cifra de pacientes día tras día», sostuvo.
Pistillo señaló que la renovación de camas de cuidados intensivos es muy lenta y si la gente sigue sin respetar las reglas de distanciamiento «va a haber más demanda y llegará un punto en que no la vamos a poder satisfacer».
La formación de terapistas demora cuatro años y no hay posibilidad de generar un recambio rápido de personal.
Pistillo, Moretti y Paz fueron de un lado a otro en la sala de terapia, observando a través de los vidrios a los enfermos, quienes en ocasiones eran atendidos con diligencia por tres intensivistas a la vez.
Mientras los médicos se afanan en salvar vidas, muchos ciudadanos hastiados de la larga cuarentena desafían al virus en reuniones y fiestas clandestinas. Luego de una paulatina apertura de los sectores comercial e industrial, muchas personas han ido relajando sus hábitos de prevención.
En tanto, en distintas ciudades se celebran periódicas protestas durante las cuales los participantes se manifiestan en contra del gobierno y del deterioro económico sin guardan el distanciamiento adecuado. Dos semanas atrás se viralizaron las imágenes de un grupo de manifestantes llamados «anticuarentena» que quemaron barbijos en una plaza de la capital.
En las provincias del interior, donde la infraestructura hospitalaria y el personal son mucho más limitados, la preocupación va en aumento. El Ministerio de Salud destacó el aumento de casos y de la letalidad durante los últimos 15 días en muchas jurisdicciones por fuera del área metropolitana de Buenos Aires.
Las terapias de varios hospitales en las provincias de Jujuy, Mendoza, Río Negro y Santa Fe que tratan a enfermos de COVID-19 y otras patologías están al borde del colapso y comenzaron a recibir ayuda brindada por los intensivistas de la capital y sus alrededores.
Pese a que se ven obligados a desatender sus terapias -donde no sobran manos- esos profesionales de Buenos Aires viajan a los distritos necesitados aprovechando que se registra una meseta alta pero estancada de infectados en el área metropolitana de la capital.
El Ministerio de Salud organizó el traslado de personal médico a un nosocomio de la localidad sureña de General Roca, que para afrontar los casos críticos tuvo que duplicar el número camas de terapia intensiva -la mayoría para pacientes con COVID-19- que eran atendidas por la misma cantidad de sanitarios.
Por su lado, las autoridades del Hospital Nacional Profesor Alejandro Posadas, en las afueras de Buenos Aires, descartaron que vayan a sufrir una situación de desborde, pero reconocieron que el sistema está estresado.
«Antes teníamos 28 camas y ahora 90 de terapia intensiva. Habilitamos una parte de la terapia intensiva de la pediatría para atender a adultos, con eso completamos las 90 camas», explicó Alberto Maceira, director de ese nosocomio.
Las autoridades de Mendoza buscan médicos extranjeros debido a que las terapias intensivas de tres de los hospitales más importantes están casi repletas por enfermos con COVID-19 y otras patologías.
Profesionales de la salud venezolanos radicados en ese distrito señalaron que esperan contar pronto con la habilitación necesaria para trabajar.
En la provincia sureña de Santa Cruz la ocupación para adultos en terapia intensiva en el Hospital Regional de Río Gallegos llegó al 100% y en varias salas de cuidados intensivos de la norteña provincia de Salta el nivel de ocupación de camas para todas las patologías está superando el 90%.
Los terapistas chilenos sufren un malestar similar a los argentinos, con 60% del personal con un alto grado de «cansancio emocional», según encuestas.
Los médicos han vaticinado un rebrote significativo del virus en Santiago y sus alrededores luego de que en el último feriado largo -y contra las opiniones de los expertos de la salud- el gobierno autorizó a las familias a recibir un máximo de cinco parientes en su casa.
Pistillo, quien es hipertenso y corre riesgo en caso de contagiarse, dijo entender que la «gente está cansada» pero apuntó que los médicos lo están aún más.
«Ya dimos nuestra parte…necesitamos que la población nos ayude», agregó.