Fieles hispanos asisten a una misa en español en la iglesia San Bartolomeo de Nueva York el 6 de julio del 2020. (AP Photo/John Minchillo)

POR DAVID CRARY Y LUIS ANDRÉS HENAO /AP
NUEVA YORK

Dos iglesias de Nueva York que sirven mayormente a comunidades hispanas tomaron distintos caminos esta semana: Una reabrió sus puertas en plena pandemia del coronavirus, mientras que la otra permaneció cerrada. Las dos comparten la misma tragedia: Entre ambas perdieron al menos 134 parroquianos que fallecieron por el virus.

La Iglesia Católica Romana de San Bartolomeo del condado de Queens, donde al menos 74 feligreses murieron por el COVID-19, ofreció el lunes sus primeras misas abiertas, en persona, desde mediados de marzo. Una en inglés al mediodía y otra en español por la tarde. La Iglesia Luterana de San Pedro, en Manhattan, que perdió una cantidad parecida de feligreses, en cambio, decidió que todavía no llegó el momento de reabrir.

En la de San Bartolomeo, que puede acomodar 800 personas, la mitad de las hileras de bancos estaban cerradas para facilitar el distanciamiento social. Unos 60 creyentes asistieron a la misa en inglés. Excepto por un menor, todos tenían tapabocas.

«Me alegro de volverlos a ver. Se merecen un aplauso», dijo el pastor Rick Beuther.

El religioso rezó por los fallecidos y les aseguró a los presentes que el amor de Dios «es un vínculo que no se puede quebrar, ni siquiera en situaciones trágicas».

Beuther había advertido en la página de Facebook de la iglesia que «esta no será una reapertura con festejos. Será un lento despegue, con mucha cautela».

La diócesis de Brooklyn dijo que estaba recibiendo asesoría de expertos acerca de su reapertura, de una comisión encabezada por Joseph Esposito, ex comisionado de Manejo de Emergencias de la Ciudad de Nueva York. San Bartolomeo reabrió por etapas: Primero para oraciones, después para misas los días de semana y a partir de este fin de semana, con misas dominicales.

Cautela es también lo que promulga la San Pedro, que recibe feligreses de toda la ciudad y que dice que por ahora no reanudará los servicios en persona. Nombró una comisión que, asesorada por expertos, analiza cuándo reabrir.

Personal de San Pedro dice que 60 miembros de esa congregación –que tenía unos 800 fieles antes de la pandemia– han fallecido por el COVID-19. Casi todos son parte de los 400 hispanos que asisten a las misas en español.

Los protocolos de la municipalidad permitían a San Pedro reabrir esta semana, con un máximo de 125 fieles, al 25% de su capacidad. Pero el pastor Jared Stahler dijo que sería irresponsable hacerlo dadas las incertidumbres que sigue habiendo.

«En una iglesia que perdió tanta gente, sería una falta moral reabrir ahora», expresó Stahler. «Le daríamos a la gente una impresión falsa de que todo está bien».

Los pastores de ambas iglesias se preocupan por el bienestar de sus fieles, muchos de ellos inmigrantes que no tienen permiso de residencia ni acceso a atención médica. Algunos se quedaron sin trabajo. Otros se exponen al virus porque no pueden darse el lujo de quedarse en casa. Tienen que trabajar para sobrevivir.

«Han tenido una verdadera experiencia nuclear. La mayoría de sus familiares están en otros sitios y vienen a la iglesia porque es como su segunda casa», dijo Beuther.

Entre los que asistieron a la misa del lunes en San Bartolomeo figuró Claudia Balderas. Fue, más que nada, para rezar por su hermano mayor Porfirio Balderas, fallecido el 12 de mayo, a los 63 años, por complicaciones relacionadas con el virus.

«Este es un lugar especial, que me ayuda mucho», dijo Balderas, de 51 años. Ella también contrajo el COVID-19 y estuvo hospitalizada semanas.

Balderas indicó que las restricciones por el virus impidieron que su familia hiciese un funeral y que enviase el cadáver de Porfirio a su México natal. Familiares de Atlixco colocaron una cruz de madera en la que tallaron su nombre junto a la tumba de su madre. Su esposa conserva las cenizas en una urna funeraria.

San Bartolomeo calcula que al menos 74 feligreses fallecieron por el virus, según correos electrónicos recibidos desde marzo. Pero Beuther dijo que no han hablado con muchos miembros de la congregación y teme que muchos más fieles hayan muerto.

«A medida que reabrimos, el impacto se verá más claramente», expresó. «Será como un tsunami en lo que se refiere a los muertos, enfermos y, sobre todo, los indocumentados, aquellos que no han podido volver al trabajo y necesitan comer».

San Bartolomeo y San Pedro mantuvieron sus ministerios activos durante la cuarentena, ofreciendo alimentos a los necesitados, ayudando a pagar por funerales y entierros, y ofreciendo misas por la internet.

El domingo por la tarde, por primera vez desde que empezó la pandemia, San Pedro reanudó virtualmente una vieja tradición en la que Stahler lee la liturgia mientras un cantante de jazz entona temas acompañado por alguien que toca el bajo.

«San Pedro ha sido un gran ejemplo de cómo nuestros edificios permanecen cerrados, pero nuestras iglesias siguen abiertas», dijo el obispo Paul Egensteiner, que supervisa las congregaciones neoyorquinas de la Iglesia Luterana Evangélica.

Stahler y otro pastor, Fabián Arias, dicen que San Pedro planifica la reapertura «paso a paso, pensando en la salud y en base a la información estadística disponible», analizando las medidas a tomar, como limitar la cantidad de gente que recibe, nuevos protocolos para los ingresos y eliminar algunos muebles que pueden tentar a la gente a ingresar.

«Si hay algo que hemos aprendido de esta pandemia», dijeron los pastores en un mensaje conjunto a sus fieles, «es que estamos tan bien como el más vulnerable de nuestros parroquianos».

Arias dijo que mucha gente que perdió a seres queridos por el virus espera realizar sus funerales en la iglesia cuando reabra sus puertas. Por ahora ha estado ofreciendo servicios para los difuntos a través de la internet los miércoles y domingos.

La pandemia golpeó a algunas de las familias más activas en San Pedro. La secretaria de la parroquia Alejandra Méndez, por ejemplo, perdió a su padre y a un hermano, ambos feligreses de la iglesia, así como a una tía.

«No hemos podido reunirnos y llorar las muertes en forma colectiva», dijo el presidente de la congregación Christopher Vergara.

En San Bartolomeo, una de las empleadas más activas en la lucha contra el virus ha sido la monja Lucy Méndez, quien dirige un programa de educación religiosa. Cuando Claudia Balderas fue hospitalizada, ella le envió mensajes de texto para levantarle el ánimo.

«Le decía que estábamos con ella, que rezábamos por ella», relató Méndez.

Méndez misma se contagió del virus y en algún momento llegó a pensar que se moriría. Recordó el dolor de los empleados de la parroquia al enterarse que otro feligrés estaba hospitalizado, sin que su familia pudiese visitarlo.

«Fue muy doloroso», manifestó Méndez.

El lunes recibió a los fieles en San Bartolomeo con una sonrisa, oculta por un tapabocas, y con un desinfectante que les aplicaba en sus manos.

Artículo anteriorPersisten dudas respecto a funcionamiento de juzgado de corrupción
Artículo siguienteCOVID-19: Estudio concluye que existe fuerte intención de migración cuando finalice crisis