Por FRANKLIN BRICEÑO y RODRIGO ABD
NUEVA ESPERANZA, Perú
Agencia AP
Antes de que amanezca, Clara Arango calcula los ingredientes para el desayuno de 150 vecinos en una barriada de una colina de Lima: ocho kilos de avena, seis de azúcar y uno de canela.
Poco después, junto a un grupo de vecinas, remueven una olla de 120 litros con un cucharón similar a un remo. El desayuno incluye un vaso de avena y un pan con queso, todo por 14 centavos de dólar, casi el 20% de lo que costaría en mejores tiempos.
A las nueve de la mañana ya vendieron todo. No sobra ni una gota de la «olla común», una estrategia de supervivencia que abunda en Perú y algunos países de Latinoamérica luego de que las cuarentenas para contener el nuevo coronavirus recrudecieron las crisis económicas locales y dispararon el hambre de millones.
Una vez que se acaban los desayunos, los vecinos encargados de la olla pasan el resto del día buscando donaciones, que en parte llegan de la iglesia Católica y de activistas. Las ollas comunes se han convertido en el símbolo de una región donde casi la mitad de la población trabaja en la economía informal.
El freno de la actividad económica ha provocado que los pobres de Perú y otros países de la región resuciten esfuerzos comunitarios no vistos desde tiempos de crisis como la de los ochenta durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, la de 1990 en Perú -cuando el país andino alcanzó una inflación anual de más 7.000%- o el colapso financiero en Argentina hace dos décadas.
En Lima, epicentro de la pandemia en Perú, la extensión de la cuarentena, que culminaría el 30 de junio, ha provocado que los peruanos pobres agoten todos sus recursos. Sin beneficios por desempleo y con nulas posibilidades de laborar desde casa, salen a ganarse la vida sobre todo como vendedores ambulantes y han convertido a muchas calles en improvisados mercados de alimentos.
La imposibilidad de mantener a la gente en sus domicilios se ha convertido en un factor clave en la propagación descontrolada del coronavirus, que dispara el número de muertos y crea olas de contagiados que colapsan los hospitales y llevan al límite a las salas de cuidados intensivos.
Pese a que Perú fue el primer país de Latinoamérica en cerrar sus fronteras e imponer una rígida cuarentena en todo su territorio, se han diagnosticado 244.328 casos y 7.461 muertes, convirtiéndose en el segundo país con más infectados de la región después de Brasil.
La crisis económica es tan fuerte en Perú que el país enfrenta una caída del 12% de su Producto Interno Bruto, una de las peores recesiones del hemisferio por encima de Brasil, México y Argentina, de acuerdo con el Banco Mundial.
«En mi casa ya no tengo nada que comer», dijo Clara Arango. «Acá yo tengo una olla común y puedo juntarme con mis vecinos, podemos apoyarnos y trabajar juntos», añadió.
Madre soltera con dos hijas, era trabajadora de limpieza en un centro comercial del barrio más rico de Perú, pero fue despedida debido al cierre total que la cuarentena provocó desde el 16 de marzo.
En abril, más de 2,3 millones perdieron sus empleos en la capital y se espera que las cifras vuelvan a estar en rojo cuando se publiquen las actualizaciones de mayo. La economía del país estuvo funcionando sólo al 44%, de acuerdo con datos oficiales.
Miles de ollas comunes se multiplican en todo el país a niveles no vistos desde la época de 1980 y 1990 durante el conflicto armado interno entre el Estado y el grupo terrorista Sendero Luminoso.
Ahora, debido a la pandemia, más de un tercio de los peruanos se quedaron sin comida por falta de dinero, lo que los obligó a cocinar en grupo, según un sondeo reciente del Instituto de Estudios Peruanos. En América Latina, unos 20 millones sufrirán hambre, de acuerdo con cálculos preliminares de Naciones Unidas.
Durante varios días, periodistas de The Associated Press contabilizaron más de 15 ollas comunes en un radio de dos kilómetros en el sureste de Lima, todas apoyadas por la iglesia Católica.
En una de ellas, en lo alto de una colina desde donde se divisa parte de la ciudad, Estéfany Aquiño, de 11 años, esperaba su turno junto a un depósito de plástico. La niña ayuda a su madre a criar a su hermana de dos meses, nacida durante la cuarentena y que no tiene nombre ni vacunas. Aquiño afirma que la olla común es lo único que le queda contra el hambre, una sensación que experimentó por primera vez en abril.
«Tu estómago te empieza a doler, a gruñirte y luego a hablarte», dijo.
El presidente peruano Martín Vizcarra afirma que el coronavirus desnudó la debilidad de Perú, la estrella del crecimiento económico durante dos décadas y que tiene una de las redes de seguridad social más débiles de la región. «Estamos lejos de ser un ejemplo de eficiencia como Estado, tenemos tantas fallas, tantos problemas», confesó el lunes durante una conferencia de prensa.
Perú está lejos de ser el único país que lucha simultáneamente contra el coronavirus y el hambre.
En Buenos Aires, la iglesia y los clubes de fútbol locales han organizado ollas comunitarias en algunos de los barrios más pobres de la capital y los voluntarios dicen que sus asistentes están cada vez más desesperados.
Emanuel Basille, voluntario de una parroquia que brinda comida en la populosa barriada 1-11-14 de la capital argentina, comentó que se han abierto más comedores en las últimas semanas. «En un táper (envase) que comerían tres personas te piden para cinco», dijo Basille.