CHICAGO
AP
A sus 24 años, Francy Sandoval se ha convertido inconscientemente en el único sostén de su familia, luego que su madre, su padre y su hermano —una niñera, un pintor y un camarero— perdieron sus empleos ante la pandemia del nuevo coronavirus.
Su familia necesita el dinero, por lo que la aspirante a enfermera siente que no le queda otra opción más que mantener su trabajo de alto riesgo como recepcionista de una clínica comunitaria en un suburbio de Chicago que atiende a muchos pacientes con COVID-19. Sin embargo, su hogar tampoco parece un refugio.
“El tener que trabajar en estos momentos no es tan estresante como el volver a casa”, dijo. “Una estuvo rodeada de pacientes que podrían haber dado positivo o que son positivo y quizá contagiar a mis padres con tan solo abrir la puerta”.
Sandoval, una inmigrante colombiana, se encuentra entre las decenas de millones de estadounidenses que viven en hogares multigeneracionales en los que una de las principales estrategias para evitar los contagios —respetar los protocolos de distanciamiento social— es prácticamente imposible.
El problema se agudiza en comunidades de raza negra, donde las familias conformadas por miembros de diferentes generaciones conviven en tasas mucho más altas, en algunos casos casi el doble de las familias de raza blanca. La vida conjunta también suele entrecruzarse con factores como la pobreza, problemas de salud y empleos que no pueden realizarse desde casa, lo que ofrece otro vistazo de lo que aviva las preocupantes disparidades raciales del COVID-19.
“Cuando conviven varias generaciones en una sola vivienda, algunos de ellos tienen que trabajar, especialmente si se encuentran en el sector servicios o la venta al por menor o tiendas de comestibles. Deben entrar y salir de ese hogar”, explicó el reverendo Willie Briscoe, que dirige una iglesia para una comunidad negra del norte de Milwaukee, donde la pandemia ha causado muchos contagios entre la población. “Uno no puede ponerse en cuarentena”.
Las familias viven juntas por varias razones —para ahorrar dinero, sumar recursos, por cuidado infantil o de adultos mayores o simplemente cuestiones culturales. Es una práctica que ha ido al alza desde la década de 1980, particularmente desde la recesión, de acuerdo con los expertos.