Por MAE ANDERSON, ALEXANDRA OLSON y ANGELIKI KASTANIS
NUEVA YORK
Agencia (AP)
Semanas de intenso trajín exponiéndose al coronavirus le están pasando factura a los trabajadores del campo de la salud y de los otros sectores considerados indispensables.
Atienden a los enfermos y a los ancianos, empacan y entregan mercancías, limpian calles y edificios.
Y ven cómo sus compañeros sucumben al virus. Miles se han contagiado. Muchos han muerto.
Un estudio de la Associated Press en las 100 ciudades más grandes de Estados Unidos indica que la mayoría de las víctimas son mujeres, personas de raza negra y probablemente inmigrantes.
Los trabajadores considerados «esenciales» tienden a ser pobres, con hijos y viven con otras personas que también siguen trabajando en medio de la paralización de la mayoría de las actividades.
«Lo importante de esta pandemia es que enfoca la atención en trabajadores que siempre han sido esenciales pero que eran invisibles», expresó David Michaels, profesor de salud ambiental y ocupacional del Milken Institute School of Public Health de la Universidad George Washington.
Vistazo a algunos de estos trabajadores:
LA EMPLEADA DE UN DEPÓSITO
Nacida en Nueva York, Courtenay Brown está acostumbrada a los tiempos duros.
Ella y su hermana menor trabajan en un depósito de Amazon en Nueva Jersey y comparten un departamento en Newark con seis gatos y una tortuga. Les costó tener una vida estable y vivieron semanas en su auto hasta que ahorraron lo suficiente como para pagar un depósito y el primer mes de alquiler.
Cuando comenzó la pandemia, Brown decidió seguir trabajando y cobrar los dos dólares extras por hora que ofreció la empresa. También trabajó horas extras. Al poco tiempo, varios compañeros se contagiaron del virus. Otros dejaron de ir al trabajo.
Más del 60% de los empleados del depósito y de los que hacen las entregas son mayormente negros o hispanos. En Newark, el porcentaje es del 95%.
Un día particularmente pesado, Brown les imploró a sus compañeros que regresasen a trabajar al menos un día. Al día siguiente, totalmente fundida y renqueando por una tendinitis, Brown no pudo ir a trabajar. El teléfono no paraba de sonar. Lo tiró hasta el otro lado de la habitación.
«Pensé, ‘esto no vale la pena'», comentó.
LA EMPLEADA DE UNA TIENDA DE COMESTIBLES
Jane St. Louis conoce a muchos de sus clientes después de trabajar 27 años en un local de la cadena Safeway de Damasco, Maryland. Algunos le llevan galletitas. Otros le transmiten el miedo que sienten, incluida una mujer que le gritó por no usar guantes.
Los empleados de las tiendas de comestibles son algunos de los trabajadores que siguen desempeñando sus funciones desafiando el virus.
El virus mató a al menos 30 miembros de United Food and Commercial Workers International Union. Otros 3.000 se han enfermado o están en cuarentena por haber entrado en contacto con alguien contagiado, según el sindicato, que representa a 900.000 personas.
Cuando St. Louis regresa a su casa, empieza otra rutina que le toma una hora y que arranca en el garaje, donde se saca los zapatos, se desviste y se pone una bata. Rocía los zapatos con desinfectante y pone la ropa en el lavarropas. Después de ducharse, la bata va también al lavarropas.
No quiere correr el riesgo de infectar a su marido, un obrero de la construcción, ni a su nieta de 15 años, que vive con ellos.
«No sabía que sufría de ansiedad hasta que empezó todo esto», dijo St. Louis.
EL CAMIONERO
Juan Giraldo y su esposa casi pierden su casa cuando se quedó sin trabajo durante la crisis financiera del 2008. La salvaron refinanciándola, pero la deuda aumentó.
Ahora sienten que volverá a vivir la misma pesadilla. Transporta mercancía que llega al puerto de Los Ángeles y cada vez hay menos trabajo al disminuir las importaciones. Hace cuatro viajes a la semana, comparado con los 12 de épocas normales. Ganaba 3.500 dólares al mes, pero ahora se lleva apenas 1.500.
Más del 85% del personal que trabaja en los depósitos y hace entregas en Los Ángeles es de minorías y el 53% son inmigrantes.
Giraldo es colombiano. Fue criado por sus abuelos porque su padre se vino a Estados Unidos a trabajar en el campo. Él siguió sus pasos después de cumplir 20 años, agradecido con su padre por haber despejado ese camino pero decidido a no ser un padre ausente cuando tuviera hijos.
«Trato de voltear nuestra historia», expresó Giraldo, quien tiene cuatro hijos.
Al ser un trabajador independiente, Giraldo no cobra si se enferma y no puede trabajar. Tiene un seguro médico público del estado de California.
«Dicen que somos héroes, pero es como si nos enviasen a la Segunda Guerra Mundial con pistolas de palos», dijo Giraldo.
LA EMPLEADA DE LIMPIEZA
El empleo limpiando durante la noche un hospital de Halethorpe, Maryland, le dio cierta estabilidad a la vida de Annette Brown.
Todo es más duro desde que surgió la pandemia. Se va de su casa tres horas antes del inicio de su turno y toma dos autobuses. Por la mañana levanta a su hija de ocho años y a su niño de 11 y los prepara para clases por la internet, cocina la cena y duerme unas pocas horas antes de salir de nuevo a trabajar.
Hay un sindicato en su hospital por lo que sigue cobrando si se enferma, tiene aumentos anuales y seguro médico, un lujo en un campo en el que casi el 30% de los empleados no gozan de cobertura médica.
Nunca pensó que terminaría en la primera línea de fuego de una pandemia. El hospital donde trabaja trata a pacientes con el COVID-19 y a Brown le aterroriza ir a su trabajo, donde gana 14,70 dólares la hora que apenas le alcanzan para mantener a su familia por encima de la línea de pobreza.
«La gente cae como moscas. No quiero que eso le pase a mi familia», comentó.
Los empleados de la limpieza son tal vez los trabajadores más vulnerables desde un punto de vista financiero. Más de una cuarta parte viven en la pobreza. Más del 40% son inmigrantes y el 74% son de minorías.
El hijo de Brown le pide que no tenga miedo. «El miedo es el diablo», le dijo.
LA ENFERMERA
Linda Silva supo que algo no funcionaba cuando comenzó a toser un sábado a fines de marzo. Al día siguiente, Silva, quien es ayudante de enfermera, se levantó con fiebre y dolores en el pecho, la cabeza y la espalda tan intensos que sintió como si estuviera dando a luz. Una semana después su análisis reveló que tenía el COVID-19.
Aproximadamente el 75% de los trabajadores del campo de la salud de la mayoría de las ciudades son mujeres, y la mayoría tienen cobertura médica. Solo el 7% no la tiene. Y más del 8% vive por debajo del nivel de pobreza.
En Nueva York, más del 76% de los empleados del campo de la salud son de minorías.
Al menos 54 enfermeras han muerto por el coronavirus, según la Asociación de Enfermeras de Estados Unidos.
Silva volvió a trabajar después de recuperarse. Hace más de un mes que no abraza a sus dos hijos ni a su esposo, quien es supervisor del equipo para incendios de un edificio.
EL CONDUCTOR DE TRENES
Desmond Hill escribe música y toca el fliscorno, pero se gana la vida conduciendo el subway (tren subterráneo) de Nueva York.
Su pareja y otros cinco conocidos figuran entre los más de 3.000 conductores de autobuses y del subway a los que se les detectó el virus. Hay otros 3.500, incluido Hill, que deben pasar 14 días en cuarentena por haber estado en contacto con gente contagiada. Casi 6.000 regresaron al trabajo.
Al menos 83 empleados del servicio de transportes de Nueva York murieron por el virus, según la Autoridad de Tránsito Metropolitano.
En Nueva York, el 45% de los empleados del servicio de transporte son negros, el 24% hispanos y el 20% blancos.
Otras veces siente que lo que hace es importante.