Por FRANKLIN BRICEÑO
LIMA
Agencia (AP)
Jean Francis Álvarez ya había logrado ponerse a salvo junto a su familia, pero no podía abandonar a su perro. Eran las 7 de la mañana del 23 de enero cuando el joven de 13 años detuvo su huida y regresó a su casa en busca de Lester.
Entonces se inició la más mortífera deflagración por una fuga de gas en Perú, que ha dejado 30 muertos y 14 heridos.
Los vecinos de su barrio en Lima habían escapado de la niebla blanca que se extendió por varias cuadras tras la fuga de gas licuado de petróleo de un camión cisterna.
«Un imprudente prendió su carro, se soltó una chispa y el fuego avanzó como una ola imparable», relató su madre Paola Lizeta, quien vio agonizar a Jean Francis por casi una semana.
Extensas lenguas de fuego comenzaron a expandirse quemando viviendas, automóviles, madres con bebés en brazos, animales, todo lo que encontraban a su paso.
Lizeta vio decenas de personas corriendo con la piel colgando. Nathaly Olivas, de 7 años, era una de ellas. Se sentó en una vereda casi exánime, murió horas más tarde. Otros ocho menores, entre ellos su hijo, fallecieron en los días siguientes debido a las graves quemaduras.
Durante el incendio los sistemas de auxilio fueron lentos. Los bomberos admitieron luego que la autobomba estaba malograda tras un choque con dos autobuses. En los primeros minutos fue el repartidor de agua Wilder Félix, que pasaba por la zona, quien ayudó a combatir el fuego usando miles de litros del líquido para apagar viviendas, automóviles y hasta personas en llamas.
El fiscal del caso, Humberto Durán, espera que la investigación culmine esta semana. «Estamos trabajando rápido», dijo a periodistas. Durán investiga las responsabilidades del chofer del camión, de la empresa distribuidora, del alcalde de Lima, Jorge Muñoz; del alcalde del municipio de Villa El Salvador, Kevin Iñigo, y de varios funcionarios, entre ellos los encargados de la supervisión de la distribución de combustible.
Un mes después aún huele a cenizas en el barrio Sector 6 del municipio limeño de Villa El Salvador, una zona que sufrió en las décadas de 1980 y 1990 los atentados y asesinatos de dirigentes vecinales por parte del grupo terrorista Sendero Luminoso.
Pedazos de piel derretida han quedado salpicados sobre la pared de una casa, en las veredas aún se ven las huellas de los vecinos que corrieron desesperados y abundan los retratos de los fallecidos en las ventanas de sus domicilios.
Vanesa Meza, de 26 años, enterró a cinco familiares: su tía y cuatro sobrinas. Otros cuatro sobrinos, el menor de un año, siguen hospitalizados con la mitad del cuerpo quemado.
Ha pasado un mes y «no hay ninguna persona presa, no hay justicia», expresó mostrando su casa incendiada y con un cartel escrito con tinta roja en el que se lee «No hay culpables».
Casi todos los días hubo entierros en el barrio. Algunos sobrevivientes prefieren caminar durante la noche para no ver las secuelas del incendio, relató Meza.
En los últimos años algunas de las más horribles muertes en Perú han sido por causa del fuego. En 2016 las cámaras de la televisión mostraron en vivo cómo dos obreros, encerrados con candado mientras trabajaban dentro de un contenedor metálico, ardieron a más de 1 mil grados centígrados. Tres años después 17 personas murieron calcinadas en un autobús que se incendió en una terminal de Lima poco antes de partir.
De acuerdo con el informe policial enviado a la fiscalía, la fuga del 23 de enero empezó luego de que la parte inferior de la bomba del camión cisterna chocó con un declive de concreto de 16 grados de caída en el cruce de dos avenidas. El declive máximo permitido es de 12 grados.
Los alcaldes de Lima y de Villa El Salvador se culpan mutuamente por el mantenimiento del cruce de vías donde ocurrió la tragedia.
El chofer Luis Guzmán, de 72 años, tampoco estaba capacitado para el transporte de gas: tenía cinco multas por trasladar carga peligrosa de forma insegura y no llevaba copiloto. El vehículo no tenía una barra protectora ni un sistema automático para bloquear la fuga de hidrocarburos.
Defensa Civil contabilizó 195 afectados de forma parcial y 47 que lo perdieron todo, pero hasta ahora el gobierno se ha comprometido a reconstruir dos viviendas y a reforzar otras 23.
César Sierra, director de respuesta de Defensa Civil, indicó a The Associated Press que buscan llevar tranquilidad a los vecinos reparando los daños materiales.
Jean Francis salió del fuego sin hallar a su perro. Lizeta volvió a saber de su hijo media hora después, cuando recibió una llamada en la que le informaron que estaba en la sala de emergencias. Tenía 80% del cuerpo quemado
Al verlo sentado con los pies dentro de un recipiente con agua y la piel en colgajos le dijo «hijo, entrégate a Dios». Él comenzó a temblar y respondió «tengo frío, mamá, abrígame». Nunca más volvieron a intercambiar palabras.
La ayuda llegó pronto: el hospital infantil Shriners de Galveston, Texas y el Ministerio de Salud de Brasil donaron 50 mil centímetros cuadrados de piel humana y casi un millar de peruanos dieron sangre.
El mismo día del incendio Jean Francis recibió injertos de piel en ambos brazos. Pese a que su estado era grave, su madre lo animaba. «Tengo un video del perro, cuando salgas te lo voy a enseñar», le dijo mientras el adolescente yacía inconsciente.
El sexto día de agonía y una hora antes de su muerte, un médico se acercó a Lizeta y le preguntó si su hijo estaba bautizado. «No», expresó ella. «Hágalo pronto», replicó el doctor.
La ceremonia fue en una sala de cuidados intensivos. Todos tenían gorros, batas y cubre zapatos desechables. Poco después Jean Francis fue declarado muerto por un shock séptico.
Lester, el perro mestizo color caramelo, sobrevivió. Había escapado hasta la casa de la madrina de Jean Francis y apenas tenía una ligera quemadura en la oreja derecha.
Para Lizeta el animal es la única conexión que le queda con su hijo. Cuatro dientes de leche y su ropa de bebé que guardaba se quemaron junto a su casa.
«A veces pide que lo cargue», dijo la mujer sobre Lester, que tiene dos años. «Lo abrazo con todas mis fuerzas».