POR CHRISTINE ARMARIO /AP
BOGOTÁ
Los colombianos descontentos con la respuesta del presidente Iván Duque tras casi una semana de ruidosas protestas que han tocado diversos temas, desde la pérdida de empleos hasta la pesca de tiburones, volvieron a salir a las calles el miércoles para continuar con la oleada de agitación.
Las movilizaciones que sacuden a diario la nación sudamericana muestran una variedad inusualmente amplia de quejas, aunque con un lema similar: La oposición a un gobierno que muchos creen que sólo vela por los más privilegiados.
«Nos sentimos totalmente desprotegidos de todo», dijo Lucy Rosales, una pensionada de 60 años de Bogotá. «No sentimos que tenemos un vocero que nos represente. Son muchas las cosas que dejaron acumular».
Varios miles de personas hicieron sonar silbatos y ondearon la bandera de la nación mientras marchaban por las calles de la capital, mientras que activistas indígenas bloquearon parte de una carretera principal en el suroeste del país.
La nueva marcha surge un día después del infructuoso intento de Duque para frenar el malestar reuniéndose con un grupo que coordina las protestas. Miembros del Comité Nacional del Paro se negaron a formar parte del diálogo convocado por el Presidente con todos los sectores sociales, por temores a que sus exigencias puedan ser diluidas.
«El gobierno no ha sabido aprender de las experiencias chilena y ecuatoriana», señaló Jorge Restrepo, un profesor de economía, refiriéndose a las recientes manifestaciones masivas en ambos países. «Ha cometido muchos errores».
El comité coordinador presentó el martes a Duque un pliego de 13 peticiones para que desechen o reformulen las reformas en materia fiscal, laboral y de pensiones, que están ante la legislatura o se especula puedan estar en desarrollo.
Además, los líderes de los sindicatos de trabajadores y estudiantes quieren que se revisen los acuerdos de libre comercio, que se elimine una unidad de la policía antimotines acusada de la muerte de un estudiante de 18 años, y la implementación total del acuerdo de paz con los rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Los organizadores también rechazaron el llamado de Duque a sumarse a la «conversación nacional» que continuaría hasta marzo, una iniciativa similar al «gran debate nacional» que inició el presidente francés Emmanuel Macron para invitar a los ciudadanos a participar en la planificación de reformas luego de meses de protestas en el país.
«Es una mesa de monólogo del gobierno y sus aliados», comentó Diógenes Orjuela, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, una de las principales fuerzas organizadoras del Comité Nacional del Paro.
Sigue sin estar claro hasta qué punto el Comité Nacional del Paro representa a los manifestantes en unas protestas que se han convertido en una muestra del malestar ciudadano. Una invitación a concentrarse en un parque o una cacerolada se vuelve rápidamente viral en WhatsApp y pronto cientos de personas llenan vecindarios con el ruido estridente del metal y cánticos como «¡Fuera, Duque!».
«Ya estamos cansados», agregó Moya. «Y estamos diciendo ‘Ya no más'».
Aunque el Comité Nacional del Paro hizo que un estimado de 250 mil personas saliera a las calles el jueves pasado, muchos menos manifestantes hicieron caso a su llamado a una nueva protesta el miércoles.
Los manifestantes llenaron la histórica Plaza Bolívar, marcharon sobre autopistas y escucharon a una orquesta, pero muchos en Bogotá optaron por quedarse en casa o ir a trabajar.
Varios líderes han intentado capitalizar el momento, pero ninguno ha emergido como la voz inequívoca de los inconformes.
«Hay una contienda por la propiedad de los manifestantes», apuntó Restrepo. «Veo que los estudiantes salen a las calles porque necesitan más movilidad social, mayores niveles de ingresos, más oportunidades, al menos de trabajo. Pero los que dicen que representan a esos estudiantes en las calles son los sindicatos».
Se considera que Colombia necesita una reforma laboral y del sistema de pensiones. En la actualidad, pocos retirados tienen acceso a las pensiones, y los que perciben ingresos bajos tienen menos probabilidades de recibirla. Las leyes laborales dificultan la contratación de nuevos empleados. Aunque la economía crece a un saludable 3.3%, la tasa de desempleo ha subido a casi un 11%
«Yo calificaría las demandas del Comité Nacional del Paro de altamente conservadoras, regresivas y contrarreformistas», comentó Restrepo.
Orjuela, un exmaestro que participó en la última gran huelga de Colombia en 1977, dijo que los organizadores de la protesta estarían dispuestos a apoyar la reforma al sistema de pensiones siempre y cuando involucre al Estado y no un sistema operado por privados.
Incluso mientras analizan los detalles, el mensaje general del comité que critica a Duque ha resonado ampliamente, sumándose a las innumerables frustraciones de los colombianos.
Para algunos se trata de asuntos generales como la no implementación de los acuerdos, la corrupción y la persistente desigualdad. Sin embargo, para otros es sobre cuestiones como el precio relativamente alto del transporte público, que además es lento y está saturado.
«El país está quebrado», señaló María Cristina Cabra, una economista que no ha podido encontrar un empleo bien remunerado en su campo. «La corrupción nos ha robado todo».
Una imagen inesperada en las movilizaciones ha sido la de grandes tiburones de plástico, que al menos un participante parece levantar siempre por encima de la multitud, criticando la decisión del gobierno de habilitar cuotas para su pesca.
«Es como si todos los grupos se alimentasen unos de otros», dijo Gimena Sánchez-Garzoli, una activista de derechos humanos en la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.
Pocos esperaban que una mezcla tan variada de motivos pudiera derivar en protestas largas, y de momento no está claro cuánto tiempo podrían durar. Hasta ahora, cuatro personas han muerto, cientos más han resultado heridas y se han perdido millones de dólares por el cierre de negocios durante las protestas.
La paciencia de algunos colombianos está empezando a agotarse.
Julio Contreras, un repartidor que fue atacado con gases lacrimógenos cuando intentaba entregar 20 kilos (44 libras) de pollo a restaurantes, señaló que está listo para que finalicen las protestas.
«No nos dejan trabajar. Estos estudiantes deberían estar en las universidades y no afectarnos», señaló.