Por MEHDI FATTAHI y JON GAMBRELL
TEHERÁN
Agencia (AP)
La embajada de Estados Unidos en Teherán se detuvo en el tiempo y al cumplirse 40 años de la toma de rehenes, luce exactamente igual que en 1979, una cápsula de tiempo con graffittis revolucionarios, máquinas de escribir Underwood y teléfonos rotatorios.
La sede diplomática fue tomada el 4 de noviembre de 1979 por estudiantes furiosos porque Washington había permitido el ingreso a Estados Unidos del sha Mohammad Reza Pahlavi para que recibiese tratamiento médico. Lo que empezó como una sentada pacífica se transformó en una odisea de 444 días en los que los iraníes retuvieron a 52 estadounidenses en la embajada.
La embajada sigue en manos de Basij, un grupo de voluntarios de la Guardia Revolucionaria, y funciona en parte como museo y también como espacio para actividades de estudiantes. La embajada iraní en Washington permanece igualmente vacía desde que el presidente de entonces, Jimmy Carter, expulsó a los diplomáticos iraníes en plena crisis de los rehenes. Está cerrada al público y es mantenida por el Departamento de Estado estadounidense.
El complejo estadounidense, de casi 9 hectáreas, se encuentra en la intersección de la calle Taleghani y la avenida Mofatteh, en un sector muy concurrido del centro de la capital iraní.
Antes de la revolución islámica de 1979, la calle Taleghani era conocida como Takhteh-Jamshid, una expresión farsi equivalente a Persépolis, la antigua capital religiosa persa. La avenida Mofatteh llevaba el nombre del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, primo lejano de Kermit Roosevelt, un agente de la CIA que participó en el golpe que derrocó al primer ministro Mohammad Mossadegh y afianzó el poder del sha.
El muro de ladrillo que rodea el lugar se hizo famoso por sus pintadas antiestadounidenses.
El Gran Sello de Estados Unidos del muro exterior fue pintarrajeado, pero otro permanece indemne en la entrada a la Cancillería. El edificio de dos pisos parece una escuela secundaria, al punto de que el personal le decía “Henderson High”, en alusión a una secundaria y al nombre del embajador, Loy Henderson.
Ingresar a la Cancillería es como viajar en el tiempo. Los salones de la planta baja fueron cerrados con llave cuando periodistas de la Associated Press visitaron el lugar una noche reciente. Son usados por estudiantes y para otras actividades.
Subiendo la escalera, un guía a cargo de los periodistas de AP los hace cruzar una gruesa puerta que daba a una sala acorazada. Este sector es parte del museo Basij.
Adentro de la sala se encuentra el equipo de comunicaciones de la embajada. El personal que se escondió en esa sala durante la toma inutilizó el equipo, destrozando algunos de sus componentes.
Lo que queda de los aparatos, incluidos vetustos teletipos, son hoy objetos curiosos de tiempos idos. Un pequeño cartel identifica la sala como un “centro de comunicaciones electrónicas y codificadas”.
Junto a un muro cerca de una ventana con un acondicionador de aire hay un aparato metálico que parece una trituradora de madera. Una manguera conecta el aparato con algo que parece una aspiradora, posada sobre un gran barril.
Era el desintegrador de la embajada, un aparto que picaba papel y luego lo quemaba adentro del barril.
“Era una tarea lenta y temperamental. (La máquina) Se atascaba a la menor provocación”, relató William J. Daugherty, agente de la CIA que fue uno de los rehenes. “A los pocos minutos se atascó. Seguimos destruyendo lo que pudimos con un picapapeles comercial”.
Pero dejaron una pila de tiras de papel de documentos que los estudiantes recompusieron a lo largo de semanas. Algunos documentos no fueron picados. En una mesa hay un informe de la CIA sobre el jeque Isa bin Salman Al Khalifa, gobernante de Bahréin por entonces. Hay cajas fuertes abiertas, vacías.
Otros salones tienen fotos en blanco y negro de la toma de la embajada. Hay a su vez un cuadro grande con la imagen del sargento Ladell Maples y del soldado Steve Kirtley con las manos en alto durante la toma.
Las imágenes como esa de soldados estadounidenses rindiéndose tienen mucho impacto entre los sectores de línea dura en Irán. En otra pared cuelga un cuadro que reproduce la captura de diez marinos estadounidenses en el 2016. Los marinos fueron liberados al día siguiente.
Algunas paredes de la Cancillería están pintadas hace poco, pero otras todavía muestran los graffitis de los estudiantes.
“Hay que cerrar la guarida de espías”, dice un cartel escrito en farsi. Otro elogia al ayatola Ruhollah Jomeini, quien pasó a ser el líder supremo de Irán tras regresar de su exilio en Francia en 1979.