POR SONIA PÉREZ D. Y MARK STEVENSON/AP
Arriaga, México

A José Vallecillo, un obrero metalúrgico hondureño de 41 años, lo esperaba un trabajo bien pagado soldando contenedores de acero en la ciudad norteña mexicana de Monterrey, en una fábrica donde ya había trabajado y cuyo propietario lo invitó a regresar.

Sin embargo, llegar ahí desde su casa en Las Manos resultó mucho más complicado de lo esperado. Vallecillo, su esposa Sandra e hija Brittany, de 4 años, han soportado una infructuosa espera para obtener sus visas, gastaron todo su dinero en alimentos y transporte, y escaparon de una redada policial en la que cientos de migrantes fueron arrestados o se escondieron en el campo.

Aun así, sigue decidido a llegar a Monterrey de una forma u otra.

La familia es un buen ejemplo de cómo las severas medidas de México contra la migración no están reduciendo el flujo de centroamericanos, sino que están obligándolos a permanecer ocultos y a correr mayores peligros pese a que el gobierno asegura que su política es protegerlos.

Durante meses, los centroamericanos se han unido en caravanas utilizando la estrategia de protegerse en conjunto, aunque los intentos de desalentar a los grupos numerosos ahora tienen a los migrantes deambulando por el monte, pantanos y vías férreas en pequeños grupos de una o dos docenas, expuestos a la intemperie y bajo un riesgo mayor de ser atacados por delincuentes.

Vallecillo salió de Honduras con el equivalente a 13 mil pesos mexicanos (680 dólares) en ahorros. Se enteró que México otorgaba visas a migrantes y decidió que era tiempo de aprovechar el trabajo en la fábrica.

Sin embargo, la esperanza se convirtió en frustración cuando se enteró que México ya no emitía visas humanitarias en la frontera, y que los permisos de trabajo sólo permitían que los migrantes laboraran en los estados pobres del sur como Chiapas y Oaxaca, donde la paga es baja. El lento proceso para obtener una visa ha indignado a los migrantes.

Después de 27 días de esperar la visa que las autoridades migratorias prometieron, pero posponen interminablemente, Vallecillo y su familia se hartaron.

Se unieron a la caravana de unas 3 mil personas que atravesaba por el sur de México y huyeron de la redada del lunes que desintegró al grupo, escondiéndose en una iglesia y pasando la noche en el campo. Para el miércoles dormían bajo las estrellas junto a unas vías del tren luego que las autoridades en Arriaga, Chiapas, los sacaran del parque municipal.

“Ellos no quieren ver migrantes allí”, dijo Vallecillo. “Cuando ya no tienes dinero, y no te puedes bañar o cambiar de ropa, la gente empieza a verte de manera diferente, como el clásico estereotipo del migrante”.

A su hija le ha dado por comer vainas de semillas que encuentra en el piso. Ahora la familia espera poder subirse a un tren de carga para continuar con el resto del trayecto porque ya no les queda un centavo.

Aunque tiene apariencia tranquila, no deja de ser evidente el resentimiento de Vallecillo. Contó que siempre ha trabajado, intenta no meterse en líos y no le gusta que lo consideren un vagabundo.

“¿Por qué nos tenían que engañar?”, preguntó. “Si no nos podían dar las visas, ¿por qué nos hicieron esperar? Al menos podrían haber dejado el paso libre. Ya estaríamos en Monterrey… con una vida ordenada”.

Las promesas del presidente Andrés Manuel López Obrador de un enfoque más humano hacia la migración parecen estar fundiéndose _bajo la presión de Estados Unidos_ con las viejas políticas enfocadas en la deportación de su predecesor Enrique Peña Nieto, quien intensificó las medidas en 2014 para incluir redadas policiales en el tren al que ahora espera subirse Vallecillo hacia el norte. Muchos migrantes temen que dichas redadas vuelvan a comenzar.

México ha deportado a miles de migrantes en meses recientes y también emitió más de 15 mil visas humanitarias. Sin embargo, las autoridades ahora están siendo más selectivas para entregarlas. Se dijo que aquellos detenidos en las redadas de esta semana se negaron a registrarse para la visa regional que les permite a los migrantes permanecer en el sur de México.

En ocasiones los migrantes enfrentan los mismos peligros de los que huyen en Centroamérica. Un migrante hondureño, que no quiso revelar su nombre por temor a represalias, señaló que había integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha en el albergue en donde cientos de personas esperaban sus visas en el poblado de Mapastepec, Chiapas.

El hombre, quien fue contratado como velador en un negocio en el pueblo, sigue viviendo en el albergue pero teme quedarse dormido porque los Maras saben que presentó una denuncia ante la policía y han amenazado con asesinarlo.

“Es cuando te duermas que te pueden dar piso”, afirmó.

Con frecuencia las autoridades utilizan el término “rescatar” en referencia a las detenciones de migrantes, algunos de los cuales sí terminan en situaciones peligrosas necesitados de ayuda, como cuando son llevados por los traficantes de humanos en camiones calientes y saturados.

Policías federales y agentes migratorios recogieron el miércoles a dos parejas guatemaltecas y sus dos bebés del costado de una carretera en Oaxaca cuando las temperaturas se acercaban a los 40 centígrados (100 Fahrenheit). Los migrantes estaban tan exhaustos por el calor que ni siquiera intentaron correr, algo que de todos modos hubiera sido imposible con los bebés.

Sin embargo, muchos sienten que no estarían tomando este tipo de riesgos si no fuera por las redadas y las otras medidas.

Otros sienten que las políticas migratorias de México los despojaron de su dignidad. Los camioneros, ante las advertencias de multas del gobierno, ya no suben a migrantes y se dice que las autoridades encargadas de entregar visas se han vuelto hostiles y frías con los migrantes.

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