Por FRANKLIN BRICEÑO
LIMA
Agencia (AP)
“El vals de las flores” de Tchaikovsky suena en un aula de espejos y barras de madera de una escuela pública cerca del Pacífico de Perú, en un país donde la danza clásica no es una prioridad educativa.
María del Carmen Silva corrige los movimientos de ballet de decenas de alumnas que en poco tiempo tienen el rostro lleno de sudor por el calor y la actividad intensa.
“No se conoce el ballet porque es muy costoso y por falta de voluntad”, dice Silva, exintegrante del Ballet Nacional que desde hace 11 años enseña gratis en una escuela para niñas en una barriada del sur de Lima. “Tienes que comprar mallas, leotardos, zapatillas de punta que se importan del extranjero, así se convierte en elitista”.
La ágil maestra de 52 años está decidida a hacer del ballet una experiencia similar a proyectos reportados en Nueva York, Manila y Nairobi. Su objetivo inmediato es viajar en noviembre a Orlando, Florida, para participar en el torneo de la principal organización mundial de danza, pero a futuro quiere integrar a las alumnas del barrio con las de otro taller que dicta en una de las zonas más ricas de la capital.
Varias madres bajan desde sus casas de cartón en las colinas pedregosas para ver ensayar a sus hijas. Es un espectáculo inusual en un país que pese a la estabilidad económica posee uno de los promedios de inversión educativa más bajos de la región, y donde 7 millones son pobres y sobreviven con 105 dólares al mes.
Las señoras observan a las bailarinas a través de una ventana mientras éstas flexionan sus pies, piernas y brazos en sincronía con la música. Al igual que para las niñas, esta es la primera experiencia con la danza clásica para las mamás.
“Antes lo único que sabíamos de ballet era la historia de una ratona que bailaba”, recordó Elcira Ruiz, ama de casa que migró de una zona rural, en referencia a la serie animada “Angelina Ballerina” que sus dos hijas adoran. Junto a su esposo, que es casi ciego, asisten a todas las presentaciones de las niñas en teatros y clubes para gente acomodada. Ruiz graba fragmentos de video con su celular y su marido después los visualiza acercando el aparato a sus ojos.
La maestra asegura que si bien enseña ballet, busca usar la danza como un medio para enfrentar mejor la vida. Con el tiempo las niñas de la escuela pública comenzaron a confiarle sus temores: una tiene a su madre con insuficiencia renal aguda y otras tres hermanas viven con la abuela porque el padre se fue de la casa y la mamá viajó a España a trabajar. También encontró madres dedicadas que incluso confeccionan ellas mismas los trajes que sus hijas usan en las presentaciones.
Durante un descanso, mientras se acomodaba una pequeña cruz dorada que cuelga de su cuello, Silva comentó en voz alta que el ballet y la música clásica “transforman y llegan al corazón”.
El trabajo de integración entre las alumnas de la barriada y las de la zona acomodada se intensificó desde hace un año cuando la profesora formó un grupo con el que viajó en 2018 a Rio de Janeiro para participar en otro torneo de danza. Este año, con el fin de juntar el dinero necesario para los boletos aéreos, han comenzado a reciclar papel y botellas de plástico. También organizan rifas y venden ropa junto a juguetes que reciben de voluntarios.
Todas las tardes de lunes a viernes, las alumnas del colegio público se desplazan al taller privado, ubicado en el barrio residencial de Miraflores, donde practican con sus compañeras acomodadas. María Cielo Cárdenas, de 16 años y quien practica ballet desde hace cuatro, es una de ellas. Sale de su casa en una colina llena de polvo y demora dos horas para llegar con puntualidad. Cuando baila se olvida de la insuficiencia renal crónica que padece su madre.
“Gracias al ballet me quito el estrés, me suelto”, dice. “Es como si estaría volando”.