Por NICHOLAS RICCARDI
FOUNTAIN HILLS, Arizona, EE.UU.
Agencia (AP)

Faltaban cinco días para el conteo final de boletas en las primarias republicanas para el Senado en Arizona, y el candidato y exsheriff del condado Maricopa Joe Arpaio no tenía la menor idea de lo que iba a hacer.

Los últimos días de la campaña son usualmente los más ajetreados, con cada minuto de los candidatos programado para asegurarse de que se reúnen con todos los votantes posibles, pero Arpaio no tenía nada planeado el jueves hasta una reunión a las 4:30 pm.

«Debería ir a un restaurante mexicano y ver cómo me tratan», dijo Arpaio, de 86 años, sentado en su oficina. Seguidamente, él y sus colaboradores subieron a un autobús de campaña alquilado en la última etapa del que seguramente será el último adiós del polémico policía.

Arpaio sirvió seis mandatos como sheriff del condado Maricopa, que incluye Phoenix. Fue criticado y elogiado nacionalmente por sus políticas. Encarceló a reclusos en tiendas de campaña bajo el calor del desierto. Instruyó a sus agentes que salieran a la caza de inmigrantes ilegalmente en el país, una práctica que un tribunal falló era racialmente discriminatoria. En 2016 perdió la reelección tras ser declarado culpable de desacato a las Cortes por continuar esa política, pero el presidente Donald Trump le dio el perdón el año pasado.

Ahora ha decepcionado a algunos partidarios con su errática campaña en la primaria senatorial republicana, en la que marcha muy a la zaga de la representante Martha McSally y la exsenadora estatal Kelli Ward. Temenque el legado de Arpaio va a dividir el voto conservador el martes, dejando que McSally, favorita del establishment republicano y con quien Arpaio ha estado en disputas, gane la nominación.

«Es una misión kamikaze», dijo Constantine Querard, estratega político y expartidario de Ward que respalda a Ward en la primaria.

El nominado republicano casi seguramente se medirá con la representante demócrata Kyrsten Synema, una formidable oponente cuyo partido pudiera arrebatarles el escaño a los republicanos. Arpaio, dicen los analistas, se ha vuelto una distracción.

«Nadie entiende realmente por qué él está en la contienda», dijo Stan Barnes, un cabildero republicano. «El comentario en los círculos políticos en Arizona es que es el tipo de cosa que un ególatra de 86 años hace porque nadie puede controlarlo».

Al subirse al autobús adornado con su rostro y el clásico paisaje desértico de Arizona, Arpaio desestimó las críticas. Se quejó de que McSally, coronela de la Fuerza Aérea, primera mujer piloto de combate en el país y excrítica de Trump que ahora lo respalda, ha recibido todo el dinero y la atención.

«La están apoyando a ella en lugar de a mí, pese a la lealtad que yo le mostré a esa gente, respaldándolos, dándoles empleos», dijo Arpaio. «Cualquier persona en su sano juicio, si estuviera contratando, me contraría a mí, no a esas dos novicias», dijo sobre McSally y Ward.

El autobús de campaña estaba mayormente vacío. El chofer era el jefe de la campaña, Chris Hegstrom, el exvocero de Arpaio cuando éste era sheriff. Al fondo había un puñado de voluntarios, incluso un excandidato senatorial republicano por Missouri que finalizó octavo en la primaria allí y trajo una pistola en el viaje.

Hegstrom condujo el autobús a una tienda cercana de la cadena Costco. Necesitaba recoger algunos perros calientes para una barbacoa de campaña y el exsheriff quería buscar votos.

Arpaio se bajó, se quitó la corbata y causó de inmediato un embotellamiento de tráfico.

Victor Antablian, de 77 años, paró su Mercedes negro y se bajó para estrecharle la mano a Arpaio.

«¡Qué tipo!», dijo. Antablian convenció a su esposa Jan a que bajara del auto también. Ella se enteró entonces de que Arpaio se había criado en un pequeño pueblo de Massachusetts cercano al suyo. Ambos prometieron votar por el exsheriff.

Mientras asistentes de Arpaio tomaban fotos, otros autos desaceleraron. Arpaio saludó.

«No me saludes, yo no saludo a delincuentes», le gritó un hombre en otro Mercedes antes de seguir de largo.

La mayoría de los curiosos estaban deleitados de ver a Arpaio. Una tomó una hoja de pegatinas de campaña para dárselas a su familia. Otro dijo que sus padres tenían una granja de caballos cerca de la casa de Arpaio. Leonardo Venegas, de 38 años, le pidió a Arpaio que firmara su sombrero de pajilla, diciendo que era como los que se usan en su ciudad, Puebla, en México.

Contento, Arpaio dijo a Venegas en un español entrecortado que él vivió en México durante cuatro años cuando trabajaba para la agencia federal antidrogas DEA.

Venegas, un inmigrante que está ilegalmente en Estados Unidos, rechazó quejas de que Arpaio ha sido racista hacia los hispanos. «Reconocemos que un país o un estado sin reglas se vuelve como México», dijo Venegas.

John Dach se acababa de mudar a Arizona de California, atraído por la reputación del estado. «Cuando pienso en Arizona y en los políticos y los votantes, Joe Arpaio es una de las celebridades locales en las que uno piensa».

Dach, de 34 años, se sorprendió al enterarse de que el exsheriff marcha a la zaga en la campaña. «Él pudiera ser más popular fuera del estado que dentro», dijo.

Como sheriff, Arpaio se convirtió en un ícono para los partidarios de políticas duras antiinmigración y recaudó millones de dólares en todo el país. Viajó a Iowa y ponderó ser candidato presidencial, pero sus márgenes en Arizona se redujeron a medida en que crecieron sus problemas legales.

El condado Maricopa pagó decenas de millones de dólares en arreglos legales contra la agencia de Arpaio, que dejó acumularse sin resolver casos de crímenes sexuales mientras centraba sus esfuerzos en la persecución de personas ilegalmente en el país.

Arpaio arrestó a un supervisor municipal republicano que lo criticó y al final no se presentaron cargos. Gran parte de la creciente población hispana del estado y otros se movilizaron contra él. Arpaio perdió la reelección en 2016 por 12 puntos porcentuales, pese a que Trump ganó en Arizona.

«Mientras más se quedó en el cargo, más se cansó la gente de sus payasadas», dijo Barnes.

Ahora, los votantes republicanos se preguntan si el exsheriff es demasiado viejo: sería la persona más anciana elegida para un primer término en el Congreso.

Scott Reed, un contratista de 57 años, estrechó la mano de Arpaio y le dijo: «Usted debería estar descansando en una playa».

«Te reto a una carrera alrededor de la cuadra», replicó Arpaio.

Reed le dijo que él es demócrata. «Voy a ganar tu voto en noviembre», le dijo Arpaio.

Energizado por una muchedumbre mayormente favorable, Arpaio se trepó al autobús de nuevo, rumbo al restaurante mexicano.

El autobús llegó demasiado tarde y la hora de almuerzo ya había pasado. El dueño saludó al sheriff cálidamente y le preguntó qué quería.

«Spaghetti con albóndigas», dijo Arpaio en broma. Le sirvieron una tostada de frijoles y queso.

La escena en el restaurante era mucho más callada, muy diferente que en el Cotsco. Unas pocas personas se detuvieron a saludar al exsheriff. Otras apartaron la vista.
Tras comer, Arpaio y su comitiva regresaron al autobús, a tiempo para la reunión programada.
«No siento que yo tenga ochenta y tantos años», dijo Arpaio. «Trabajo todo el tiempo. No tengo hobbies».
«Tengo una oportunidad más», acotó.

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