POR SOPHIA YAN Y MALCOLM RITTER/AP
HONOLULU

El volcán Kilauea de Hawái está alterando la vida en un paraíso con sus explosiones que despiden cenizas y una lava anaranjada brillante, pero también tiene a la comunidad científica boquiabierta, ansiosa por recabar información sobre los volcanes.

Es sabido que los volcanes revelan secretos cuando rugen, lo que quiere decir que el Kilauea está generando abundante información.

Los científicos observaron la lava despedida por volcanes de la Isla Grande en 1955 y 1960, pero por entonces no existía el equipo sofisticado con que se cuenta hoy. La nueva tecnología permite recabar y estudiar una cantidad de datos sin precedentes.

“Las técnicas de monitoreo geofísico surgidas en los últimos 20 años están siendo empleadas en Kilauea”, dijo George Bergantz, profesor de ciencias terrestres y espaciales de la Universidad de Washington. “Tenemos una gran oportunidad de ver muchas más escalas de comportamiento antes y durante la actual crisis volcánica”.

A partir del 3 de mayo el Kilauea ha estado vomitando lava y disparando cenizas y rocas desde su cima, destruyendo cientos de viviendas, cerrando carreteras y generando alertas. El Kilauea es uno de cinco volcanes que hay en la Isla Grande. Es un “volcán escudo”, producto de la acumulación de capa sobre capa de lava.

Desde un punto de vista técnico, ha estado en erupción constante desde 1983. Pero una reciente combinación de temblores, explosiones en la cima provocadas por el vapor y lava que se filtra hacia una nueva zona a unos 20 kilómetros (12 millas) de la cima es algo que no se ve desde hace 35 años, de acuerdo con Erik Klementti, volcanólogo de la Universidad Denison de Ohio.

En cierta medida se está repitiendo lo que vivió el Kilauea hace casi un siglo. En 1924 hubo explosiones en la cima provocadas por el vapor que duraron más de dos semanas.

Los científicos tratan de determinar qué motivó ese cambio y si es algo permanente.

Los radares permiten a los investigadores medir la altura de las columnas de humo y ceniza, incluso de noche. La altura refleja la cantidad de calor que produce la erupción y la intensidad de la explosión.

“Es uno de los elementos clave, que indica qué tan lejos se dispersará la ceniza”, comentó Charles Mandeville, del U.S. Geological Survey. Otro es en qué dirección sopla el viento. Estos factores ayudan a alertar al público.

Los científicos también pueden monitorear el gas emitido y determinar su composición y su volumen. Pueden incluso medir las sutiles subidas de tierra y determinar dónde y cuándo se junta el magma subterráneo.

Descubrir las variantes y las correlaciones entre la actividad presente y pasada ayuda a reunir información sobre lo que está sucediendo. Y permite comprender mejor el flujo de la lava en el pasado, anticipar cuando puede darse otro fenómeno de estos y encontrar señales o patrones antes de una erupción.

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