Por FOSTER KLUG y KIM TONG-HYUNG
PYEONGCHANG, Corea del Sur
AP

La fórmula era sencilla: Construir un destino de clase mundial para los turistas deseosos de esquiar. Luego, realizar ahí los Juegos Olímpicos y esperar.

Pero incluso en momentos en que Corea del Sur sigue disfrutando la promoción mundial que le brindan diariamente las competiciones, comienza a desvanecerse la esperanza de que Pyeongchang hará lo que prometió durante su exitosa candidatura olímpica en 2011: convertir una zona ignorada y pobre del país en la capital del esquí en Asia.

Los Juegos se clausurarán este fin de semana, y algunos están preocupados de que, en vez de generar una industria turística, dejen a la región como legado una deuda colosal y la necesidad de mantener a perpetuidad una serie de construcciones onerosas, a las que nadie parecerá capaz de encontrarles una utilidad.

Cuando lo importante era conseguir los Juegos Olímpicos, se convirtieron en bendición todos esos factores que habían derivado siempre en el aislamiento de esta zona: las intensas nevadas, los largos inviernos y las escarpadas montañas que se elevan incluso 800 metros (media milla) por encima del nivel del mar.

Pero cuando se vayan los visitantes, persistirán muchos problemas de la provincia.

Seguirá teniendo una población escasa y que envejece rápidamente. Continuará como la penúltima zona del país en materia de promedio de ingresos y carecerá de una industria real tras el colapso de la minería y el carbón, que representaron alguna vez la base de su economía.

“Existen muchas posibilidades de que los Juegos de 2018 generen presiones financieras de largo plazo, si no es la bancarrota, para el gobierno local”, advirtió Joo Yu-min, profesor de la Universidad Nacional de Singapur, en un libro publicado el año pasado sobre los eventos colosales organizados por Corea del Sur. “Los beneficios para los residentes locales son también cuestionables”.

Pyeongchang siempre esperó el tipo de transformación que ocurrió en Seúl hace 30 años, durante sus memorables Juegos Olímpicos de verano. Pero en 1988, la capital del país lucía lista para un cambio, algo que no se aprecia en Pyeongchang.

La población surcoreana había crecido de manera explosiva desde 1953, cuando la Guerra de Corea dejó el país en ruinas. Los Juegos de 1988 permitieron que la infraestructura de Seúl se pusiera al día finalmente.

Se crearon grandes parques públicos a lo largo del Río Han. Proliferaron las autopistas, los puentes y las líneas del tren subterráneo. Los edificios altos y relucientes se irguieron en las zonas donde antes había barriadas o distritos comerciales en decadencia.

La idea nueva consistía en que los primeros Juegos Olímpicos de Invierno en el país generaran también desarrollo y convirtieran al área en un renombrado destino turístico.

Corea del Sur erogó unos 14 billones de wones (12 mil 900 millones de dólares) en los Juegos. La cifra rebasó por mucho la proyectada originalmente, de entre 8 y 9 billones de wones (7 mil a 8 mil millones de dólares).

 

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