Por FRANKLIN BRICEÑO
BOCA COLORADO, Perú
Agencia (AP)

En las profundidades del bosque, un grupo de mineros embriagados se tambalean mientras cargan un ataúd rumbo al cementerio y el dominico Pablo Zabala entona una canción fúnebre por el difunto, asesinado en medio de un conflicto de tierras ricas en oro en la Amazonía de Perú.

En esta zona que el Papa Francisco visitará el viernes y abarca más de 20 comarcas, miles de mineros llevan a cabo una enloquecida búsqueda de oro, para lo que arrancan árboles, desvían el curso de los ríos, convierten la selva en desiertos similares al relieve lunar y derrochan su dinero en cientos de bares con trabajadoras sexuales.

Ahí también trabaja Zabala, un misionero español de 70 años que se distingue por su larga barba blanca y se reunirá con Francisco junto a otros curas.

El Papa califica la Amazonía, que abarca nueve países sudamericanos y 34 millones de personas, como uno de los «pulmones del planeta». Sin embargo, en los últimos años, esta selva que alberga más de 350 grupos indígenas se ha transformado debido a la construcción de vías, represas, expansiones ganaderas y operaciones de minería que han destruido el 17% de la zona.

Cuando en 2008 Zabala recibió la oferta para venir, sus superiores le advirtieron que sería como viajar a Sodoma y Gomorra, pero él pensó: “Dios está en todas partes», y al final aceptó.

El misionero que vive en una casa contigua a la iglesia del poblado de Boca Colorado, una especie de cuartel de sus expediciones de fe por comodidad viste pijama cuando no usa el hábito y es conocido porque no cobra por una misa o un bautizo y llega incluso a las zonas más lejanas en canoa o manejando su camioneta.

Cada vez que le cuestionan su cercanía con los «borrachines y putillas», como él los llama, este cura que oficia la misa descalzo por el calor dice que recuerda un texto de San Lucas donde Jesús comenta: «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» y también otro del Papa Francisco que pide contactarse con la vida de la gente y del pueblo.

Como los “prostibares” abundan, Zabala los visita y anima a las trabajadoras sexuales a confiar en Cristo y luego comenta: «Jesús ha dicho que las prostitutas entrarán antes que el resto en el reino de los cielos».

Además ha bautizado en los bares a los hijos de las prostitutas y ellas le han ayudado a edificar dos iglesias donde se venera a María Magdalena y a la Virgen del Olvido.

A veces Zabala también trabaja para los muertos. Para el funeral de Juan Peralta, minero de 54 años que fue tiroteado durante la disputa de una zona rica en oro, el español fue llamado una medianoche. La mañana siguiente no solo ofició la misa sino que también llevó el ataúd en el capó de su camioneta junto a un ramo de flores amarillas, una cruz pintada de negro y una botella de ron que era la preferida del difunto.

Su teléfono celular no deja de sonar incluso en la madrugada. A veces las llamadas son de mineros asustados por supuestas apariciones sobrenaturales y le piden realizar con urgencia una misa para algún compañero asfixiado bajo toneladas de arena o ahogado en los ríos del bosque. «Les digo a esas almas vagabundas: ‘esta misa es para que descanses y para que dejes descansar’», asegura Zabala sonriendo cuando bendice con chorros de agua bendita los campamentos “perturbados” por las ánimas.

En parte, su reconocimiento radica en que es la única autoridad presente cuando la gente necesita consuelo, como ocurrió durante un incendio en Semana Santa de 2017 que mató a una abuela junto a su nieta y quemó la soga de la campana de la iglesia del remoto poblado Guacamayo-Pacal. Aquel viernes, Zabala celebró una misa para los huesos calcinados y luego los acompañó en un alborotado viaje fluvial junto a los cajones que cayeron por momentos al agua antes de llegar a su destino en un cementerio a 14 horas de distancia.

Pese al arduo trabajo de este hombre con los devotos católicos de la zona, el Papa no es popular entre los mineros locales, quienes lo asocian con sus enemigos: los ecologistas.

«Sienten que la encíclica no está hecha para aquí, sino para otro mundo», dice el misionero en referencia a la carta «Laudato Si», donde Francisco habla de la deforestación de la Amazonía, del deber de preservar la biodiversidad y donde advierte sobre los daños que causa la contaminación con mercurio en la minería aurífera.

Francisco también condena la explotación de los recursos naturales por las multinacionales a expensas de los pobres y de los indígenas que dependen de esos recursos para sobrevivir.

En los últimos 32 años, se han deforestado 97 mil hectáreas, equivalentes a casi 136 mil campos de fútbol, de la región Madre de Dios, donde ocurre gran parte de la fiebre del oro selvática según datos recientes de imágenes satelitales procesadas por el Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA), una alianza de instituciones de Perú y Estados Unidos.

Al respecto, el ecólogo tropical Luis Fernández, director del CINCIA y profesor de Biología de la Universidad de Wake Forest, dice que al momento no se conoce dónde se concentra el mercurio que los mineros arrojan tras obtener el oro, pero sí se sabe por análisis realizados que quienes comen pescado local tienen niveles de mercurio que superan los límites máximos permisibles.

Zabala, quien es licenciado en Biología, comenta que «es fácil hablar desde Lima o desde Roma», y recuerda que en la Amazonía minera hay un problema irresuelto de 85 mil familias que viven del oro. «¿Qué comerá esta gente si los sacan?», se pregunta mientras observa un pantano de agua dulce sacudido por una draga que extrae la arena mezclada con polvo dorado.

El misionero asegura que la única cara del Estado que los mineros conocen es la de las misiones de las fuerzas de seguridad que llegan en helicópteros para destruir los motores, las mangueras y las carpas de los campamentos.

«El Estado no ha propuesto nada viable a esta gente en todos estos años, ni una sola opción», afirma.

En cinco hojas manchadas por el polvo y la humedad, el español ha resumido el punto de vista de los mineros artesanales, quienes creen que como peruanos tienen derecho a las riquezas del subsuelo del país, pero que el Perú «ya está vendido a las multinacionales», por lo que se sienten «extraños en su propia casa».

«¿Quieren solucionar las cosas? El problema está en el hambre de otros lados», reflexiona Zabala una mañana de enero mientras hunde sus sandalias en un camino encharcado rumbo a una explotación minera que muestra a un equipo de la AP.

«Arriesgan sus vidas en una pelea, un asalto, una borrachera. Si tuvieran mejor vida que aquí, no vendrían», dice.

En la Amazonía del sureste peruano, la fiebre por el oro va en aumento. Zabala encuentra, cada vez con más frecuencia, nuevos buscadores. Algunos ya ni lo conocen y lo miran con desconfianza.

«Esto no tiene cuando acabar. Si es por contaminación deberíamos empezar a bombardear Lima, que está más contaminada que la selva. Esto va a continuar porque de aquí sale la ‘cutra oficial’ (los sobornos) para la policía, los marinos y los funcionarios del gobierno», asegura.

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