Por KRISTEN GELINEAU y NICOLE WINFELD
SÍDNEY
AGENCIA/AP
La foto fue notable: ahí estaba George Pell, por entonces obispo auxiliar, acompañando a Gerald Ridsdale, el sacerdote involucrado en el peor caso de abusos sexuales por parte de curas en Australia.
La decisión de Pell, hoy cardenal, de apoyar a su viejo amigo ese día de 1993 le generó una imagen que todavía hoy perdura de hombre ambicioso, más preocupado en proteger la iglesia que a su rebaño. Y lo convirtió en una especie de chivo expiatorio al que se le achacaban todas las fallas de la iglesia en el manejo de la crisis generada por los abusos sexuales de los curas.
Pell siguió trepando en la jerarquía católica hasta llegar a ser el principal asesor financiero del Papa Francisco, pero se vio nuevamente envuelto en el escándalo de abusos sexuales en su país, donde la policía lo acusó de abusos que habrían ocurrido hace años. Pell pasa así a ser el religioso de más alto rango involucrado en el escándalo.
El cardenal ha negado las acusaciones y dijo que regresará a Australia para limpiar su nombre. Es posible que encuentre una recepción fría después de años de acusaciones de que manejó mal las denuncias de abusos de curas cuando era arzobispo de Melbourne y, posteriormente, de Sídney.
Este fornido exjugador de rugby siempre generó cierto rechazo y el padre de una de las víctimas de abusos sexuales una vez lo describió como alguien con “una enfermiza falta de empatía”.
Allegados a Pell dicen que el religioso tiene un problema de imagen, pero que es una buena persona a la que le cuesta transmitir lo que siente. El propio Pell lo admitió en el 2013 al decir que al apoyar a Ridsdale “no fue mi intención faltarle el respeto a las víctimas. Ahora entiendo cómo fue percibida, probablemente con razón, pero no lo entendí en su momento”.
Sus partidarios señalan que fue uno de los primeros obispos del mundo que creó un programa de compensaciones para las víctimas de abusos de curas, siendo arzobispo de Melbourne. Algunas víctimas dudaron de sus intenciones y sostuvieron que lo hizo para evitar que demandasen a la iglesia.
“Su estilo puede ser robusto y directo; no expresa sus emociones, pero en el fondo, tiene un gran corazón”, dijeron siete arzobispos australianos en una carta de apoyo a Pell en el 2015.
Pell nació en Ballarat, una ciudad muy católica del estado sureño de Victoria que fue el epicentro del escándalo de abusos sexuales por parte de curas. Se ordenó en 1966 y pasó a ser obispo auxiliar de la arquidiócesis de Melbourne en 1987. En 1996 fue nombrado obispo de la misma ciudad y cinco años después fue designado obispo de Sídney.
A pesar de su fulgurante carrera, nunca pudo dejar atrás la mala imagen que se granjeó al apoyar a Ridsdale. En muchos sentidos, la foto resume la actitud de la Iglesia Católica hacia los abusos en todo el mundo: La jerarquía religiosa apoyó siempre a sacerdotes que violaron o molestaron a niños, colocando la reputación de la iglesia por encima del bienestar de los menores y las necesidades de las víctimas.
Siempre se le achacó que debió haber hecho más por las víctimas, muchas de las cuales se suicidaron.
En el 2012 el gobierno australiano encomendó una investigación de la forma en que la Iglesia Católica y otras instituciones respondieron a los abusos. Pell declaró varias veces ante esa comisión y trató de librarse de toda culpa, aunque finalmente admitió que se equivocó muchas veces al creerle a los curas acusados y no a las víctimas.
El año pasado Pell generó una nueva ola de resentimiento en su país al decir que estaba demasiado enfermo como para viajar a declarar por tercera vez ante la comisión y prefirió hacerlo vía video desde Roma. Se inició de inmediato una campaña para recaudar fondos para que las víctimas de abusos de Ballarat fuesen a Roma y viesen su testimonio en persona. El cómico y músico australiano Tim Minchin sacó una canción en la que describió al cardenal como un hipócrita y un cobarde arrogante.
En el 2014 el Papa Francisco lo nombró secretario de economía, a cargo de poner en orden las finanzas del Vaticano.
Y nuevamente se tornó en una figura polémica, que genera enconos. Apenas designado dijo que había encontrado 1,400 millones de euros escondidos, que no aparecían en las cuentas del Vaticano. Pero resultó que no había nada irregular en ese dinero y su existencia era bien conocida.
Tampoco cayó bien su actitud, que parecía decir que él era el abanderado de la transparencia y la reforma mientras que los demás se resistían al cambio.
El Vaticano emitió un comunicado en el que dijo que el Papa Francisco agradecía “la honestidad” de Pell y su colaboración en la curia, sobre todo su “enérgica dedicación a las reformas del sector económico y administrativo, así como su participación activa” en el grupo de nueve cardenales asesores del Papa.
Es bien sabido, no obstante, que Pell y el Papa Francisco tenían diferencias de estilo y sustancia.
Fue Pell, por ejemplo, quien le entregó al Papa Francisco una carta firmada por 12 cardenales que se quejaban de los procedimientos en torno al sínodo sobre la familia del 2015. Se advertía que la Iglesia Católica corría peligro de desmoronarse si los obispos le hacían demasiado caso al rebaño en torno al delicado tema de si se permitía que los católicos que se vuelven a casar por civil reciban la Comunión.
Al final de cuentas, el Papa Francisco lo autorizó, aunque de una forma indirecta.
El actual arzobispo de Sídney Anthony Fisher dijo en un comunicado que “el George Pell que yo conozco es un hombre íntegro, con altos ideales, una persona muy decente”.
Acotó que la arquidiócesis no pagaría los gastos legales de Pell.