Por DIDI TANG
BEIJING
Agencia/AP

Cuando era adolescente, Wang Keming no sentía más que desdén por el campesino anciano de su pueblo señalado para persecución colectiva en 1970. Motivado por la ideología radical de Mao Zedong e insensibilizado por la violencia rampante de la Revolución Cultural china, golpeó al hombre hasta hacerlo sangrar y no le pareció que hubiera nada malo en ello.

Décadas más tarde, Wang siente algo que pocos de los millones de personas que cometieron abusos han reconocido en público: culpa. Expresó sus remordimientos a su víctima y más tarde compartió sus disculpas en un periódico nacional, en lo que se cree fue la primera disculpa pública expresada por nadie por actos que hubiera cometido personalmente en la violenta década de la Revolución Cultural.

«Me di cuenta de que lo que hice fue un acto político individual y debo asumir la responsabilidad», indicó el editor retirado de periódicos en una entrevista en su casa, en un suburbio de Beijing. «De otro modo, mi corazón habría estado afligido el resto de mi vida».

Desde la disculpa pública de Wang en 2008, docenas de participantes han asumido su responsabilidad y expresado su arrepentimiento. La inmensa mayoría no lo ha hecho, a pesar de que casi una generación entera se vio inmersa en esos sucesos. Se calcula que en torno a un millón de personas murieron en ejecuciones, persecuciones, humillaciones extremas, guerras de facciones y brutales condiciones de encarcelamiento, a menudo a manos de sus vecinos en zonas rurales.

El Partido Comunista, que sigue gobernando China con puño de hierro, tampoco se ha disculpado cinco décadas después de que Mao lanzara el movimiento para cumplir su visión radical de comunismo igualitario.

El partido pasó página sobre esa era en 1981 sin atribuir responsabilidades a Mao ni disculparse. El movimiento se describió como una «catástrofe» causada por políticas erróneas y unos pocos radicales políticos que actuaron en beneficio propio. Analizar más a fondo los acontecimientos de esa década podría amenazar la legitimidad de su gobierno. El 50 aniversario del inicio de la Revolución Cultural se cumplió el mes pasado, ante el casi completo silencio de las autoridades.

Wang fue uno de los millones de jóvenes urbanos enviados al campo en el auge de la Revolución Cultural en 1969. Para entonces, las escuelas habían cerrado y los adolescentes de ciudad rondaban las calles con poco más que hacer que pelear entre sí, de modo que Mao los envió lejos, oficialmente para que difundieran la revolución y aprendieran lecciones vitales de los campesinos.

Wang se encontró en Yujiagou, en la provincia norteña de Shaanxi, una dura zona montañosa donde se vio obligado a soportar un trabajo agotador arando campos de trigo sarraceno, mijo, trigo y sorgo en las áridas laderas.

«De verdad quería que se sumaran a la revolución. Creía que era algo con significado», expresó Wang. «La educación colectiva que había recibido sembró en mí odio contra los enemigos».

Nunca dudó sobre recurrir a la violencia. «La revolución es violencia», indicó, citando un dicho popular de la época.

Como adolescente propenso a la emoción, Wang también prefería participar en reuniones políticas convocadas para denunciar a los señalados como malos elementos de la sociedad, antes que realizar agotadores trabajos agrícolas.

«Como holgazaneaba en el trabajo en el campo, quizá pudiera compensarlo con mi celo en el movimiento político», explicó.

De modo que cuando el pueblo escogió al campesino Gu Zhiyou para cubrir su cuota de malos elementos, Wang se sumó con entusiasmo a la campaña por humillar al hombre, acusado de citar un antiguo proverbio chino que vinculaba el clima con muertes masivas. Sus críticos afirmaron que Gu deseaba una invasión por lo que entonces era la Unión Soviética, que había empeorado su relación con China.

En una sesión de denuncias el 14 de agosto de 1970, Wang exclamó lemas contra Gu. El grupo se tomó un descanso y Gu se sentó en una piedra de molino a la sombra de un árbol. Pero Wang sintió la necesidad de seguir acosando al hombre.

«Pero cada palabra que oía (de él) era desafiante, así que me dije, ‘Uno no puede ser amable con los enemigos’. De modo que de pronto exclamé ‘Usted se sigue resistiendo»’, escribió Wang en su disculpa pública. «Avancé, alcé el brazo derecho y lo golpeé. Golpeé su rostro con mi puño».

Gu se quedó tirado sobre la piedra de moler, sangrando por la boca y la nariz. «Me quedé algo cohibido de haberle pegado hasta sangrar, pero entonces me dije ‘Es un enemigo y puedo golpearle mientras sea un enemigo»’.

Wang Keming se quedó en Yujigaou durante varios años e incluso trabajó junto a su víctima, que fue amable con él.

Wang dijo que sintió una punzada de culpa, pero rápidamente justificó sus acciones como parte de la revolución. «Seguía encontrando motivos para mi acción, pero mis conflictos internos no hicieron más que crecer».

Wang volvió a Beijing en 1978. Trabajó como obrero antes de conseguir un trabajo en un periódico. Más tarde se dedicó a estudiar los dialectos y culturas locales del norte de Shaanxi.

Con el tiempo se dio cuenta de que la Revolución Cultural había sido un error y concluyó que tenía una responsabilidad personal.

«Cuando ponemos los valores colectivos por encima de los valores individuales no puede haber espacio para los derechos humanos, ni respeto por la humanidad», explicó Wang. «Por gente como yo, un régimen totalitario se mantiene estable».

Wang se disculpó con Gu en 2004. El hombre falleció cuatro años más tarde.

«Bueno, era un movimiento político», agregó Gu, según lo citó Wang en su disculpa pública de 2008. «Usted sólo era un niño y no sabía nada».

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