BRASILIA, Brasil
AP

El nuevo presidente brasileño en funciones pidió unidad para el país, mientras que la mandataria recién suspendida por el Senado prometió pelear contra lo que describió como un golpe de estado, en un reflejo de la profunda polarización política en Brasil.

Estas declaraciones contrapuestas se produjeron con apenas unas horas de diferencia en el mismo salón angosto del palacio presidencial, después de que el Senado aprobara por 55-22 ayer impugnar a la presidenta Dilma Rousseff, dejando al mando a su vicepresidente, Michel Temer.

Rousseff, cuya popularidad se ha desplomado en la peor recesión de Brasil desde la década de 1930, está acusada de utilizar trucos contables para ocultar un gran déficit en el presupuesto federal. La oposición alega que eso perjudicó al país, pero la primera mujer presidenta de Brasil afirma que las acusaciones carecen de base y el caso está preparado para que las elites que detestan a su izquierdista Partido de los Trabajadores puedan recuperar el poder.

Temer se movió con rapidez al anunciar a su nuevo gabinete y afirmó que la máxima prioridad de su gobierno será reactivar la estancada economía brasileña. También prometió apoyar la creciente investigación sobre corrupción en la petrolera estatal, que ya ha implicado a políticos destacados de varios partidos e incluso al propio Temer.

En una comparecencia horas después del voto en el Senado, Temer dijo que su toma de posesión sería «sobria» e hizo un intento de reconciliación con Rousseff, a la que expresó su «respeto institucional», reconociendo que la campaña a favor del impeachment ha causado profundas divisiones.

«Este no es un momento para festejos, sino de profunda reflexión», afirmó Temer en una ceremonia de juramentación para los 22 integrantes de su nuevo gabinete. «Es urgente pacificar a la nación y unificar al país. Nos urge formar un gobierno de salvación nacional, sacar a este país de la grave crisis en la que nos encontramos».

Rousseff afirmó que Temer pretende desmantelar los programas sociales introducidos por su partido, que benefician en torno a un cuarto de la población brasileña, pero Temer afirmó que los programas se mantendrán y se verán «perfeccionados» bajo su liderazgo.

Aunque los cargos concretos para impugnar a Rousseff son limitados, la iniciativa de someterla a un juicio político se convirtió casi en un referéndum sobre su mandato, en medio del declive económico y las revelaciones sobre una gran trama de sobornos relacionada con la petrolera estatal Petrobras.

La mandataria se mostró desafiante y sostuvo que la acción tomada en su contra equivale a un «golpe de Estado» orquestado por opositores hambrientos de poder. Ella ha dicho que el «principal conspirador» en su contra fue Temer, el antiguo líder del Partido del Movimiento Democrático, de tendencia centrista, el cual es más conocido por lograr acuerdos tras bambalinas que por tener una posición ideológica específica.

El escándalo de Petrobras reveló una arraigada corrupción extendida a todo el espectro político en Brasil, que afecta a altos cargos tanto del Partido de los Trabajadores como de la oposición, así como a empresarios destacados.

Varios testigos han implicado a Temer en el escándalo, pero no se han presentado cargos en su contra. EL principal impulsor del proceso de impugnación, el ex presidente de la cámara de diputados Eduardo Cunha, ha sido acusado en el escándalo y se vio suspendido la semana pasada de su cargo en el Parlamento por acusaciones de corrupción y obstrucción a la justicia.

Entre los miembros del nuevo gabinete de Temer también hay algunos acusados por corrupción y otros cargos.

El Presidente en funciones prometió que la investigación sobre el caso Petrobras continuará sin interrupción. «Merece ser seguida de cerca y recibir protección contra cualquier interferencia que pudiera debilitarla», dijo.

Su gabinete también ha causado cierto asombro porque todos son hombres blancos de edad media o avanzada, un punto especialmente controversial en este país en el que la mayoría de los habitantes no son blancos. Seis mujeres, entre ellas una negra, fueron incluidas entre los 39 miembros del gabinete de Rousseff cuando comenzó su segundo mandato el año pasado.

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