Haltern/Le Vernet
DPA
Elena Bless hubiera cumplido 16 años al día siguiente. Hubiese festejado con sus amigos y les hubiese relatado lo vivido en el intercambio estudiantil en España con sus compañeros de colegio de la localidad alemana de Haltern am See.
Pero la joven murió el 24 de marzo del año pasado, al igual que otras 149 personas que se encontraban en el vuelo de Germanwings 4U9525 que se estrelló contra los Alpes franceses.
El copiloto Andreas Lubitz lo dirigió de forma deliberada directamente hacia las montañas aprovechando un momento en que el piloto dejó la cabina. Lubitz sufría de depresiones y a pesar de un largo historial de problemas psíquicos tenía permiso de volar.
La magnitud de la catástrofe también se siente en la localidad alpina francesa de Le Vernet, cerca del lugar del accidente. «Todavía no caminamos por la vida con la cabeza en alto, estamos tocados», cuenta François Balique, alcalde del lugar desde hace 39 años.
Balique, que vive y trabaja además como abogado, dice que la localidad francesa, de 130 habitantes, tendrá que volver a acostumbrarse a su vida cotidiana tras el accidente. «No es fácil lidiar con esto, tampoco para la gente joven de aquí».
Los habitantes quieren consolar a los familiares. «Les abrimos nuestros corazones, nuestras puertas, nuestros lugares», destaca. La gente se acerca a los forasteros apenas llegan al pueblo. Las víctimas de la tragedia de Germanwings provenían de muchos países, la mayoría de Alemania (72) y de España (51).
En ese último país, los familiares piden legales que mejoren el control médico sobre los pilotos: exámenes rutinarios para detectar problemas psicológicos y psiquiátricos, que se pueda romper el secreto médico y que los facultativos puedan informar sobre la salud de un paciente si es un peligro para la seguridad pública.
En Le Vernet un señor mayor se baja de un coche. «He visto su matrícula de Alemania. ¿Busca a alguien de Lufthansa? ¿O el monumento recordatorio?», pregunta Jean-Marcel, de 76 años. «Ahora nos ocupamos más de la gente que llega. Somos los que más cerca estamos del lugar del accidente en que la gente perdió a sus seres queridos».
La «gente de Lufthansa» a la que se refiere Jean-Marcel está instalada al lado del pequeño monumento. Desde hace un año, empleados de la aerolínea alemana reciben y atienden las necesidades de los deudos que llegan al lugar. Pero no tienen permiso para hablar. Lufthansa y su subsidiaria Germanwings se han vuelto precavidas. La tragedia les podría deparar juicios millonarios en Estados Unidos.
El pequeño monumento está ubicado a la salida de Le Vernet y consta de una lápida con una inscripción y un cerco de matas verdes. Desde allí sólo se puede intuir el lugar del accidente, en Col de Mariaud, tras las montañas.
Unos metros más allá, un cuarto de un refugio alpino se ha transformado en un lugar recordatorio para los familiares. Hay mesas llenas de objetos que evocan a los que ya no están. Fotos, velas, cartas de hermanos, recuerdos de compañeros de colegio, dibujos de niños, juguetes de peluche, ángeles, corazones. Documentos del duelo, del vacío, de la impotencia.
También hay una sala similar en el Joseph-König-Gymnasium, el colegio de 1.250 alumnos en el que estudiaba Elena. «Una pequeña aula para que los estudiantes tengan la oportunidad de sentarse en un recreo o en una hora libre. Allí están todas las cosas que nos envían», dice el director Ulrich Wessel. El aula está llena de objetos al igual que en Le Vernet.








